Hablan de “violencia creciente de las mafias”. Lo dicen los guardias civiles después del último suceso en el que un narco terminó muriendo en la semirrígida donde le habían abandonado sus compañeros. Esa es la lectura de este pase de drogas abortado, el desprecio hacia quien presentaba heridas graves que, de hecho, derivaron en su muerte. Las denuncias tanto de asociaciones con representación en Ceuta como en el sur peninsular, todas ellas vinculadas a la Guardia Civil, no se han hecho esperar.
No son nuevas. Llevan años pidiendo lo mismo, básicamente que haya seguridad en una ruta dominada por el peligro y la temeridad, que se reconozca la profesión de riesgo y que haya medios suficientes y patrulleras aptas para seguir con éxito al delincuente.
En este caso concreto, el piloto de la narcolancha no dudó en intentar embestir a la Guardia Civil. Tras colisionar con la patrullera Río Irati, escapó. Hubo una acción premeditada que tampoco sorprende a las asociaciones del Cuerpo que llevan años poniendo el foco en una balanza cada vez más desequilibrada en la que el narco dispone de medios y a la Benemérita lo que le sobran son vacíos en recursos humanos y materiales.
Esa jornada había hasta cinco narcolanchas en el lugar. Tras el siniestro mortal los otros tres ocupantes que resultaron ilesos escaparon, aprovecharon después para quemar la embarcación eliminando así las huellas.
Todo estuvo premeditado, tanto el choque como la acción posterior. Las asociaciones lo han denunciado en cuantiosas ocasiones, es evidente el riesgo en la ruta del narco, pero de él solo se habla con suceden sucesos de este tipo.
Atrás en la hemeroteca quedan varios casos. El crimen de Barbate fue el que mayor rabia ciudadana generó. Se está ante la acción de organizaciones criminales que viven del narcotráfico pero que alimentan otros negocios paralelos como el petaqueo.
El petaqueo, base del negocio
Las organizaciones dedicadas al narcotráfico operan en el triángulo conformado entre Marruecos, Ceuta y el Estrecho. Disponen de embarcaciones recreativas que son las que apoyan a las narcolanchas encargadas de traficar con grandes cantidades de hachís. Esos enlaces ejercen una labor determinante para que todo funcione adecuadamente.
“Es bien conocido que las organizaciones dedicadas al tráfico de drogas, en el momento de hacer la actividad delictiva, permanecen un tiempo en alta mar en una zona de espera. Allí aguardan para cargar el hachís en una embarcación y trasladarlo hasta el lugar del desembarco. Esos lugares, los de espera, carga y descarga, son concertados con miembros de la red”, explica el Instituto Armado en uno de sus informes internos que fue trasladado a los juzgados de Ceuta.
Todas las prácticas arman este negocio en el que al final solo existe un interés para el narco: mantener el negocio de la droga aunque para ello haya que abandonar a uno de los suyos.