La Ciudad hace un esfuerzo constante en la limpieza de las playas. A diario, y a primera hora, se actúa para dejarlas limpias al objeto de satisfacer a los que bien temprano acuden a disfrutar de las mismas. Una acción constante y rutinaria coordinada por el Gobierno local pero que debe sostenerse sobre otra pata igual de importante: el civismo de los usuarios.
Por más que se invierta en limpieza o se revise el estado de las distintas playas, todo esfuerzo caerá en saco roto si los bañistas no son limpios.
Y aquí hay una asignatura pendiente que se tiene que aprobar. Las playas son de todos y, como tales, deben ser cuidadas al detalle, no tenerlas como pocilgas donde pueden dejarse los residuos y restos de comida y encuentros.
Por más que se invierta en limpieza, que se trabaje para atender a criterios puramente de salubridad, las medidas municipales no son efectivas si no se atiende a un respeto comunitario, a una buena vecindad y a un respeto colectivo.
Y esa es tarea de todos, ya que no es normal el aspecto con el que amanecen las playas después de reuniones nocturnas y sobre todo los fines de semana.
A la Ciudad se le puede exigir que cumpla con las labores bajo su competencia, pero el ciudadano también debe colaborar porque de nada sirven los esfuerzos y las inversiones si no existe el mínimo respeto a una convivencia en sociedad.