Cuando el autónomo va muriendo poco a poco, parte de la marca de una ciudad se pierde. Es lo que pasa en Ceuta, en donde vemos cómo establecimientos de toda la vida van cerrando o sufren para mantenerse mientras el Gobierno tira de alfombra roja para ayudar a las grandes superficies hasta el punto de usar al alcalde y compañía como comodín para las inauguraciones.
Ahí los vemos posando para cortar la cinta roja. Si me apuran les acompañan hasta el vicario y el comandante general como si se tratara del alumbrado de Navidad.
Lo que se excede con unos no se perdona con otros. Los datos los ha dado a conocer la propia Confederación de Empresarios: se ha perdido casi el 9% del empleo autónomo en los últimos 5 años hasta el punto de que Ceuta es la segunda región de toda España con mayor caída en este sector.
Perder autónomos significa perder empresas de toda la vida, establecimientos que han sorteado muchas dificultades y que forman parte de la idiosincrasia de Ceuta. Las principales víctimas son los comerciantes.
Un dato que, por lo sangrante, debería provocar que este Gobierno propusiera un plan de regeneración inmediato para salvar al autónomo. O, simplemente, un plan para tratarlo con el mismo cariño, apego e implicación que se ofrece, por ejemplo, al sector del juego o a esos grandes empresarios de marca que desembarcan con todo tipo de favores, reciben el mayor calor de la institución y terminan creando menos empleo del que puede generar un autónomo.
Ceuta es algo más que ese escaparate al que el Gobierno se entrega con los brazos abiertos. Es también la hilera de pequeños empresarios que han sacado adelante sus negocios sin que la institución les haya tenido en cuenta ni cuando son víctimas de obras irracionales que siempre superan los plazos previstos y que terminan siendo un lastre para su supervivencia.
El informe publicado por la CECE debería provocar una reacción inmediata, no es así. Y eso no solo es grave para quienes sufren esta situación sino para toda Ceuta.