Soy capitán de la Marina Mercante. Bueno, más bien lo fui, ya que ahora mismo estoy jubilado. Desde que estudié Náutica, aprendí que ante un naufragio o situación de emergencia, impera la Ley del Mar, es decir, acudir en la ayuda del posible náufrago.
Esa máxima me llevo a enrolarme como Primer Oficial, en un buque de una ONG, para ayudar a los inmigrantes que navegaban hacia “El Paraíso europeo”, arriesgando su vida y su dinero.
Producto de aquella experiencia, aprobé las oposiciones a Oficial de Salvamento Marítimo.
Mi destino fue las Islas Canarias y durante muchos años, desempeñé con ilusión, mi tarea de recoger a aquellos inmigrantes y sus precarias embarcaciones.
Hasta que, de unos años para acá, recibí la orden de ir a buscarlos a pocas millas de la costa de Senegal, para traerlos directamente a Gran Canaria.
No lo comprendía, por más que le buscara una lógica cartesiana. Ya no se trataba de una operación de salvamento, sino de un transporte oficializado desde las costas de África a las Canarias.
Pronto, atando hilos de aquí y acá, descubrí la última razón. TODO se trataba de un negocio no sólo económico sino político.
Económico, porque de nuestra aportación de inmigrantes, se nutría una miriada de ONG's, que acogían, informaban, gestionaban y defendían a los miles de inmigrantes, con toda las ayudas a su disposición.
Político, porque (increíble), los inmigrantes eran nacionalizados en tiempo récord y, por tanto, podían votar al partido que otorgará las ayudas sociales, incrementando su posibilidad de perpetuarse en el poder.
Y yo seguí actuando como cómplice de este tinglado, porque dependía de mi sueldo de funcionario para alimentar a mi familia.
Gracias a Dios, ya me he jubilado y puedo contar mi versión de los hechos.
Se lo debo a mi profesión y al pueblo no informado, pero sigo teniendo miedo, porque el Estado podría hacerme la vida imposible en una Democracia tan corrupta como la nuestra.
¡¡Todo cuanto puedas imaginar que un Estado puede hacer, incluso lo más abyecto, éste ya lo habrá ejecutado!!