Don Áfrico TORREGROSO había cumplido cien años pero mantenía un espíritu decidido y valiente.
El general TORREGROSO había combatido en varias guerras como soldado, guerrillero, paracaidista, zapador, casco azul, observador de la ONU, negociador con bandas armadas y escudo humano.
Había escrito un libro que no llegó a editarse: ‘MAQUIS’, un conjunto de movimientos guerrilleros opositores al régimen franquista establecido en España tras la Guerra Civil y que comenzó a operar ya durante la contienda.
El general tenía heridas de guerra por todas las partes de su cuerpo: le faltaba un ojo, un brazo y una pierna, la boca deformada, la frente horadada por una granada que le había formado un hueco profundo entre ceja y ceja.
Durante dos años fue detenido por los Nazis y llevado a un campo de concentración; se salvó porque aguantó la respiración en la cámara de gas durante tres largos minutos y lo arrojaron con un montón de cadáveres a una fosa. Allí, entre cuerpos humanos, trazó un plan de escape ayudado por un soldado de las SS comunista y logró llevarlo a cabo.
Tanta fue la fama de sus andanzas que circularon durante años leyendas urbanas de todo tipo tanto en el bando fascista como en el republicano: del primero que era el padre del Lute, que se comía a los niños crudos, que Belcebú era un Santo a su lado y que tenía la virtud de convencer a curas y frailes para hacerlos ateos.
Del otro bando se decía que era capaz de detener una bala con los dientes, hacerse invisible ante el enemigo o causarle al caudillo dolores imposibles de soportar pues manejaba el vudú a la perfección. La leyenda más exagerada contaba que de una patada en los huevos el caudillo perdió un testículo y nuestro capitán lo puso en formol como trofeo de guerra.
Lo cierto y contrastado es que Don Áfrico era un hombre más bueno que el pan y con un corazón que lo le cabía en el pecho.
"Amanecío un día lluvioso pero Áfrico pensó en positivo: miles de paraguas darían más colorido, lluvia y viento serán correligionarios"
Cuando ya tenía 70 años decidió entregar su vida a los trabajadores, a la clase obrera, a los sindicatos, a los comités de empresa, a estar presente en las huelgas de mineros, a organizar manifestaciones, encierros, piquetes informativos, tomar las calles, hacer pasquines, manifiestos, discursos de arenga. Sus años de amistad con Dolores Ibárruri, Valentín González (el campesino) y el general Lester fueron claves para que su figura fuera un mito viviente para la izquierda política, sindical.
Hace ya unos años, charlando con los supervivientes de los abogados de Atocha, Santiago Carrillo y el profesor Tierno Galvan, pensaron hacer un primero de mayo que pasara a la historia. Ceuta sería el lugar y toda la ciudad estaría ocupada por más de un millón de personas venidas de todo el mundo. A la cabeza marcharían los combatientes de las brigadas internacionales, sindicatos, partidos políticos, obreros de toda procedencia. Miles de mujeres serían las primeras para reivindicar las voces dormidas de todas las que habían estado en el frente y en la retaguardia. Desde el Monte Hacho hasta el Sarchal la marea humana entonaría LA INTERNACIONAL y depositaría miles de rosas en la cárcel de mujeres.
El capitán Torregrosa puso tanto empeño que trabajó en llevar a cabo ese sueño más de 30 años.
Ceuta pasaría a la historia aquel 1 de mayo de 2024.
Amanecío un día lluvioso pero Áfrico pensó en positivo: miles de paraguas darían más colorido, lluvia y viento serán correligionarios.
ÁFRICO se despertó tarde, se había zampado a la cena tres bocatas de corazones y la digestión fue mala.
A las 9 se presentó en la Plaza de los Reyes pero no había un alma. No encontró bar abierto: ni las columnas, ni las balsas, ni Popeye, ni la Riquísima; no quiso entrar en el Granier pues le parecía impropio para un revolucionario
Los minutos pasaban, fue contando las gotas de lluvia como si fueran segundos esperando que llegaran todos los parias de la tierra.
Sonó el CAÑONAZO de las 12 y Áfrico se encontró solo, con un paraguas roto y calado hasta los huesos.
Gonzalo Testa, un periodista de la ciudad, le comunicó que la manifestación se había suspendido por la lluvia pero que había una rueda de prensa en el Muralla y luego una cervecilla con aperitivo.
Torregrosa sufrió 6 infartos, una anginas de pecho y tres ictus.
Sus últimas palabras fueron una especie de enigma jeroglífico: VÁYANSE USTEDES AL CARAJO.. Cerró sus ojos para siempre y marchó para la eternidad a Santa Catalina.
Ahora descansa con Sánchez-Prado; ese fue su último reconocimiento.