En 1959 dos astros del cine en plena forma se conjuraron para apoderarse por méritos propios de un hueco en la historia del celuloide. No era la primera vez que Sir Alfred Hitchcock y Cary Grant trabajaban juntos, pero sí que fue la mejor. Con la Muerte en los Talones se convirtió en una referencia del cine de suspense y en parada obligada para cualquiera que hoy en día repase la carrera de “Hitch” (que afortunadamente se dedicó a dirigir películas, porque, de no ser por el cine, que era también su obsesión, y con la mente criminal privilegiada y la capacidad para hacer sufrir al público que tenía, seguramente se habría convertido en Jack el Destripador). Pero no sólo podemos hablar de intriga en esta obra maestra; es seguramente una de las películas de la historia que mejor han sabido mezclar géneros. Vemos suspense, acción, humor, amor, etc. Y perfectamente enlazados. Hitchcock estuvo muy atinado al comparar esta cinta con un gran órgano: pulsamos una tecla y la gente se inquieta, pulsamos otra y se ríen…
Como toda gran obra que se precie, Con la Muerte en los Talones se encuentra plagada de curiosidades. Por supuesto se pueden observar las típicas manías y obsesiones, marcas de la casa, que el Rey del Suspense gustaba de incluir a modo de peculiar firma para la posteridad. Así, tenemos una trama centrada en las aventuras de un tipo normal envuelto de manera fortuita en un misterioso lío monumental (nada le parecía más cercano y divertido a los ojos del espectador que alguien corriente metido en embarazosos problemas que no le deberían pertenecer). Tampoco falta una buena coprotagonista rubia (tenía excéntrica fijación por las rubias) en la figura de la seductora y enigmática Eva Marie Saint, ni su habitual aparición estelar a modo de cameo (nunca falla a esa broma privada), esta vez correteando tras un autobús que se le escapa.
Cary “elegancia personificada” Grant fue la pieza maestra para el puzzle de esta historia. El realizador aprovechó al máximo que la más rutilante estrella que ha dado el cine estaba en plena época dorada para, gracias a una interpretación impecable, lograr que el público se involucrara con el pobre publicista Roger Thornill, al que unos desalmados confunden en un hotel con el misterioso George Kaplan, y que acabará metido en mil líos, cambiando peligrosamente su monótona vida, siempre observado por figuras ocultas en la sombra y reprobado por su querida mamá. Papel de madre, por cierto, que interpretó una actriz de menos edad que Grant. Pero es que Cary Grant nunca tuvo edad; estaba por encima de esas cosas tan mundanas como las arrugas…
Sé que no estoy hablando de la mejor película de la historia (ni siquiera fue la mejor del año, honor que se llevó Ben-Hur), pero sí que puedo asegurar que posee la primera mejor hora (después baja un poco el listón, pero es imposible mantener ese nivel de interés todo el tiempo) de divertida intriga que se ha disfrutado en un cine o televisión. Sesenta y cinco años después de su estreno, casi edad de jubilada, esta gran película da nombre a programas de cine, se sigue proyectando en cineclubs de todo el mundo y protagoniza programaciones especiales de Navidad de muchas cadenas de televisión. Nos ha dejado momentos memorables que han pasado a la historia como el de la persecución de la avioneta, cuyo fotograma se convirtió en atemporal y aún decora paredes de muchos sitios. Todo esto, para empezar, debería ser una buena tarjeta de visita que anime a todo aquel que todavía no la haya visto a buscarla y dejar de ser un “hitchcockanalfabeto”. Pero, ¿qué estoy diciendo?, ¿habrá alguien que no haya visto Con la Muerte en los Talones?
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La ficha
Dirección: Alfred Hitchcock. Año: 1959.
Título original: North by Northwest. Duración: 136 min.
Guion: Ernest Lehman.
Intérpretes: Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Martin Landau, Leo G. Carroll, Josephine Hutchinson, Philip Ober, Edward Platt, Adam Williams, Jessie Royce Landis.