Dime de qué y cómo te alimentas y te diré cuál es tu estado de salud. Resulta difícil llegar a otra conclusión que no sea la decrepitud de una parte importante de la oposición política que se nutre exclusivamente de carroña para hacerse notar.
No, no confundamos defender los derechos de los más débiles, abanderar causas justas, o proteger a los que más sufren, con aprovecharse del dolor que estos reciben, para elaborar titulares de prensa con el que alimentar la desconfianza ciudadana en las instituciones públicas.
Los continuos ataques que la oposición realiza a dos pilares fundamentales del Estado, como son el sistema judicial y sus fuerzas y cuerpos de seguridad, denotan no sólo una grave irresponsabilidad, sino una insensatez supina que ofende, entre otros, a los afectados por los asuntos que se estén dirimiendo, provocándoles más dolor con el sentimiento de una mayor injusticia que recae sobre ellos.
Cuando el leitmotiv de un partido político se nutre de las desgracias ajenas es un indicador implícito de la falta de un modelo constructivo, que en el mejor de los casos intenta ser restaurador o normalizador de situaciones injustas. Nunca llegarán a construir nada, nunca se podrá avanzar con ese modelo, a lo sumo se habilitarán procesos sistemáticos para tratar por igual a quien no es igual; algo a todas luces injusto y de difícil sostenimiento, puesto que todo el peso recaería sobre, los que en teoría, no reciben injusticias, salvo desde el momento en que todo el peso recae sobre ellos, y volvemos a empezar.
Más vale honra sin barcos que barcos sin honra. Hace mucho tiempo que los partidos políticos abandonaron toda ideología para centrarse exclusivamente en el incitante resultado de unas urnas. Los partidos políticos han pasado de ser mediadores para conducir acciones de gobierno que desea la mayoría democrática, a la búsqueda del poder y luego ya veremos qué hacer con él. La diferencia radica en que algunos perdieron la honra política y los barcos.
La singularidad con la que los partidos políticos de carácter personalista pierden todo sentido de Estado, y la moderación que debería caracterizar la prudencia de alguien que aspira a gobernar a ochenta mil almas, parece que no son razones suficientemente estimadas a la hora de poner en relieve la importancia de las acusaciones que estos realizan prácticamente a diario.
El caletre que debería acompañar las declaraciones de un líder político se ha convertido, en boca de algunos, en un exabrupto contra el sentido común y la sensatez.
La pérdida de la realidad y la visión excéntrica de cualquier situación política los potencia, más que como representantes sociales, como energúmenos ajetreados que airean su malhumor.
Nuestra sociedad va apañada si espera que de estos líderes emane un buen gobierno, ni siquiera un gobierno mediocre, mucho menos un gobierno moderado.