Puede resultar complicado hilar, de cara al lector , el trinomio que da título a esta colaboración. Hablar todavía de cultura de defensa es una novedad a pesar de que haga casi nueve años que se promulgara la ley de Seguridad Nacional. No está todavía en la mente y en el imaginario de la mayoría de la sociedad civil española el relevante papel que, como ciudadanos de a pie, con nuestros trabajos y nuestras circunstancias personales y familiares, podemos desempeñar todos y cada uno de nosotros en la contribución a la defensa nacional.
Pero como no se ama lo que no se conoce, es necesario que por parte de los responsables institucionales y de los que sin vestir uniforme, todos a una, sepamos imbuir el trascendental y desconocido papel que, como he dicho, nos corresponde a cada uno en la defensa de España, donde no se trata únicamente de empuñar un arma y vigilar una zona, o sujetar al enemigo. Ese es uno de los aspectos; el de más importancia y relevancia, pero no el único, pues la ley también es de aplicación a las personas físicas y contempla en su articulado y sus ámbitos de interés el ciberespacio, la seguridad económica y financiera, sanitaria, de preservación del medio ambiente… aspectos que para nada son ajenos a los ciudadanos y que entroncan directamente con los deberes que la propia Constitución asigna a los españoles. Es un texto, en definitiva, que conviene conocer en su integridad por la trascendental importancia de su contenido hacia nosotros, los ciudadanos, que nos convierte en actores de la seguridad nacional y no precisamente como meros secundarios.
¿Y qué es la Cultura de Defensa en el ámbito de la seguridad nacional y la sociedad civil? Pues simplemente todo tipo de actividades científicas, culturales y sociales encaminadas a un mejor conocimiento de la relevante labor efectuada por, principalmente, nuestras Fuerzas Armadas que son el eslabón más visible de la cadena que une desde el primero de los españoles hasta el último. La mencionada visibilidad de las Fuerzas Armadas goza de una buena salud, merced a las innumerables campañas, promociones, actividades del propio Mando, labor ímproba de las asociaciones civiles y un largo etcétera que han «sacado» a la milicia de sus cuarteles para incorporarla a una sociedad a la que pertenece por derecho y a la que sirve con inequívoca vocación.
¿Y qué papel, dentro del entorno en el que nos venimos moviendo, tiene la Legión? Uno que es único, fundamental y extremadamente útil para lo que acabamos de decir. Una relevancia en la fórmula propuesta en el título del artículo que ella misma ha conseguido, simplemente cumpliendo con su Credo y con su espíritu fundacional. Vamos a verlo con un caso real, como tantos otros que han hecho del Tercio de Extranjeros uno de los mejores, si no el mejor, de los embajadores de España y de su milicia y no únicamente en el aspecto puramente formal de conocimiento de las realidades de sus misiones y su papel en la defensa nacional al igual que otras unidades, sino en uno de más relevancia: el de conseguir, en más ocasiones de las que se cree, imbuir en las gentes virtudes, valores, actitudes que ocupan el escalafón más alto del complejo espíritu y comportamiento humanos; la guía por la que han de dirigirse los hombres rectos hacia sí mismos, en su entorno más próximo y en la sociedad en que se mueven cuando ésta se quiere hacer ejemplar.
Desde hace cincuenta años, la Legión y más concretamente el Tercio Duque de Alba, II de la Legión, son Gobernadores de Honor -los únicos en la actualidad junto al Cabildo Catedralicio- de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, de Jaén. Con un espíritu fraterno fuera de toda posible discusión o duda, las circunstancias impidieron durante muchos años que fuerzas legionarias acompañaran al Señor de la Catedral de Jaén por sus calles y plazas. Desde 2016 es una feliz realidad la presencia continuada de la Legión en la Estación de Penitencia del Miércoles Santo giennense, al igual que en incontables ciudades de España que requieren la presencia de los hijos de Millán Astray para engrandecer sus procesiones, ya que la Legión es capaz de todo, como sabemos: hasta de crear un vínculo, una simbiosis perfecta, brillante, devota, litúrgica en las manifestaciones de fe como si de un destacado ministro del altar se tratase en una celebración eucarística.
Pues bien, esta cofradía que conozco como nadie tiene el deber de nombrar a un miembro de su Junta de Gobierno como enlace y responsable de las relaciones entre la Hermandad y la Legión. José Luis era, porque falleció la víspera del aniversario de los combates de Edchera del recién estrenado año 2024, ese responsable. Una tarea que cualquiera hubiera recibido con satisfacción pero en el caso que hablamos, estoy convencido que por puro designio de la Providencia -pues nada ocurre al azar- tuvimos la suerte de conocer, presenciar y vivir cómo la Legión es capaz de sobrepasar el límite de lo puramente externo para adentrarse hasta el mismo tuétano de las personas.
José Luis González Caldas (lo nombro porque así me autorizó en los últimos días de su vida terrena) era un hombre, un hermano de la cofradía y un amigo con el que teníamos un contacto frecuentísimo y, por ello, estoy en condiciones de asegurar que hace años no era una persona especialmente atraída por la vida castrense, conocedora de su interioridad y, mucho menos, en mayor o menor medida imbuida de los valores y virtudes militares. Porque la esencia de la difusión de la Cultura de Defensa no consiste en la presencia en actos y actividades y las palabras bonitas a mandos y soldados, las efusividades entre copas de vino, brindis y canapés,… No. Eso es toreo de salón. La Cultura de Defensa consiste en transmitir todo aquello que ya se vive en el interior -lo que llamamos vocación- y se materializa de manera espontánea, sin artificios de ningún tipo, como el propio respirar. Solo el que es capaz de ser leal, valiente, disciplinado, abnegado en lo más cotidiano, héroe en lo sencillo, está en disposición de transmitir esos valores al entorno en el que vive. Es, usando un símil teológico, como el aforismo Lex orandi, lex credendi, que vendría a decir algo así como «lo que se reza es lo que se cree».
José Luis descubrió esa vocación hace unos siete años cuando, como he dicho, tuvo su providencial acercamiento a la Legión. ¿Qué pasó? No hace falta ser un avezado observador; un psicólogo de renombre; una inteligencia superior. Solamente hay que conocer mínimamente la Legión para averiguar lo que ocurrió. El metal estaba dispuesto para ser fundido y el horno legionario crepitaba con la fuerza de una fragua mitológica.
Lo que ocurrió fue lo esperado; aquello cuya probabilidad de ocurrir es uno, es decir, el suceso seguro, porque la Legión tiene el poder hipnótico que se le atribuye a la mirada de los ofidios. Un poder que nace con su propia génesis y que nos traslada a ardientes tierras africanas regadas con el calor y la espesura de la sangre española durante muchos años y que necesitaban el frescor de otra sangre, otro ímpetu, otra mirada, otro paso firme y decidido hasta el extremo para consolidar el dominio hispano sobre sus últimas posesiones de ultramar. Eran ya la humilde muestra del más grande y poderoso imperio que hayan contemplado los siglos. Eran las crueles tierras africanas, el tórrido secarral que representaba los esfuerzos de cuatro siglos de la admirable ambición española para llevar su única forma de ser, su cultura y su fe a todos los rincones del mundo. Por ello, solo por ello, nació la Legión. No eran horas para decir «hasta aquí hemos llegado». Por el contrario, era el momento de seguir avanzando, defendiendo, consolidado, enarbolando la bandera, muriendo con la y la arrogancia española, frente al cruel y traicionero enemigo que sabe bien morder la mano que le da de comer.
Para ello se necesitaban hombres de otra pasta. De toda condición y extracción social. Españoles o extranjeros. Daba igual. Solamente se les pedía borrar de sus mentes y sus corazones un pasado que, por ser eso, pasado, ya no existía y se había evaporado bajo el caliente sol africano. Unos hombres que eran el ahora de España, el ahora de la Legión. Nuevos cruzados de la patria, con el único objetivo de morir por ella y yacer junto a su amada muerte en el lecho del deber cumplido.
El Credo legionario es la más hermosa de las profesiones de fe humanas. Algunos atribuyen su redacción al Bushido nipón y ven el Credo legionario paralelismos precisos con el código japonés. Mi impresión es totalmente distinta: el Bushido es, sensu contrario, una copia mala, escueta y hasta desagradecida del Credo legionario y si no fuera por el salto temporal entre ambos, creo que podría asegurarlo sin temor a equivocarme.
Leer, interiorizar y creer el Credo legionario provoca una metanoia involuntaria, esclarecedora y eficacísima en el que lo hace. La Legión sabe transmitirlo con palabras y hechos: las conversaciones con los legionarios; las alocuciones y arengas; las evoluciones de la fuerza en el orden cerrado; las formaciones y desfiles; sus ejercicios en combate…, hasta la forma de andar y vestir. Todo, absolutamente todo es un reflejo nítido de unos valores inmutables e inalienables. Actuales y eternos. Y nadie, absolutamente nadie, a quién le duela mínimamente España, puede permanecer impasible e inmutable ante la cegadora luz de ese reflejo, concentrada e intensificada. Es en el momento de recibirla cuando llega poderosa a la retina de la mente y del alma para quedarse allí para siempre: atrapada para transformar a quien la recibe y para ser fuente para otros.
Sencillamente eso le ocurrió a José Luis. Sin explicación humana inteligible, José Luis comenzó su andadura y, por encima de todo, su romance con la Legión. Era un buen hombre en todos los sentidos de la palabra: generoso, marido y padre solícito, cristiano recio, amante irredento de España y desde aquel año 2017, esposo fiel de la Legión a la que amó con toda su alma, todo su corazón y todas sus fuerzas, cuando las tuvo y de forma sobrehumana cuando las perdió. Y es que el activo más importante de la Legión es la inmersión en la sociedad a la que sirve, no solo desde el punto de vista operativo sino desde la eficaz vinculación y participación -como nadie- en las tradiciones y conmemoraciones populares, aportando ese poso de brillantez y marcialidad que se clava como un dardo en los que la disfrutan admirados, atónitos, incapaces de hablar, traspasándolos para hacerles notar, ver, sentir, … aunque sea por unos instantes, grandiosos instantes, qué es lo que ocultan la sarga verde y el airoso gorrillo legionario.
"La metástasis avanzada, la anorexia extrema y la debilidad implícita no fueron obstáculo sino estímulo para que fuera a nuestra Ceuta: a la cuna, a la esencia legionaria, para ser coronado con el gorrillo legionario como legionario de honor"
Y es que la Legión tiene algo. La Legión lo tiene todo. Es el pasado de los tercios, quienes ya ocultaban a la Legión que habría de nacer casi cuatro siglos después. Y la Legión es presente que revela el alma y el ser de aquellos viejos soldados que dieron a España alma, corazón, vida,… recompensados con pobres soldadas que para nada hacían justicia al baluarte, al cimiento firme, que suponían aquellos diablos que tenían una sola fijación: España. La misma que tiene la Legión y exactamente la misma que en una ósmosis preciosa penetró todos y cada uno de los poros del cuerpo y del espíritu de José Luis.
No se perdió un solo acto legionario; no dejó de leer y releer a la Legión en las magníficas obras publicadas que compró o que yo le presté. José Luis, sin saberlo, se había hecho legionario. Es verdad que ser legionario es gastar el cuerpo y donar el alma a este Cuerpo, sin buscar nada a cambio, sabiendo que las glorias ganadas son obligación asumida; las correcciones, la cruz legionaria de cada día y la muerte, inseparable compañera de viaje.
Mas existe también un modo de ser legionario, más alejado de la materia, tan alejado que se entronca directamente con el amor. El amor que perdura y que vence a cualquier muro que se pueda interponer. Un amor, el de José Luis, que vence con rotundidad a un cáncer tremendo, de los más agresivos que hay y que lo consumió en poco más de un año. Pero ahí estaba José Luis, el legionario fuerte y entregado, que tenía grabado como pocos el espíritu de sufrimiento y dureza para vivirlo en el despertar de cada día hasta que nuestro Protector dispusiera lo más conveniente para el Servicio. La metástasis avanzada, la anorexia extrema y la debilidad implícita no fueron obstáculo sino estímulo para que fuera a nuestra Ceuta: a la cuna, a la esencia legionaria, para ser coronado con el gorrillo legionario como legionario de honor. ¡Cómo sabe la Legión dónde encontrar a sus mejores hombres, a sus mejores embajadores! El viaje lo agotó hasta el extremo, pero sabía sobreponerse apretando el gorrillo contra su pecho. Y siguió incansable, impasible, despreciando la enfermedad como el valiente legionario que desprecia el fuego enemigo, mientras se iba acercando irremediablemente al blocao donde entregar su vida, la víspera de los combates de Edchera. Estoy convencido que Maderal y Fadrique lo esperaron para darle el más hondo de los abrazos legionarios a quién no había vestido la sarga verde, pero que tenía un espíritu legionario de esos que no caben en un solo pecho. Un espíritu que le fue dado para que él lo diera a los demás. Y vive Dios si lo hizo. José Luis fue un grandísimo embajador de la Legión española. Con su ejemplo supo, de forma magistral, transmitir lo que es la Legión y lo que es capaz de hacer la Legión entre los hombres y mujeres que la contemplan, que la viven, que la sienten.
Nació la Legión para taponar la herida de una España que se desangraba en las ardientes tierras africanas y desde el primer minuto supo enseñar a la Patria, a sus hijos y al mundo entero que amar a esta tierra bendita es protegerla y, llegado el caso, defenderla hasta donde haga falta. Lleva más de un siglo impartiendo una lección que no necesita de leyes ni de decretos, sino de entrega y ejemplo para decir a España que la queremos más que a nosotros mismos, que cada uno desde el puesto que ocupa en la sociedad, en la familia, en el trabajo es capaz de darlo todo, al estilo legionario y proteger a nuestra Patria con las armas de que disponemos: un escobón, una estilográfica, un microscopio…, da exactamente igual.
La Ley de Seguridad nacional, precisa de una previa cultura de defensa que coloque al ciudadano en la disposición adecuada para asumir sus responsabilidades.
El mejor manual para aprender todo eso; las actitudes para defender a España en todas sus vertientes fue escrito en 1920 y lleva por título Legión Española. Y hay hombres como José Luis González Caldas que así lo comprendieron, lo comprenden y lo llevan a feliz término porque en cuando la Legión -y en eso es maestra- penetra en el hondón del alma, nace un español renovado en sus valores más eternos e inmutables.