Los actos enmarcados en el 8M terminaron dando forma a un abultado programa consumido en 24 horas. Un programa para visibilizar siempre las mismas quejas que se repiten año tras año sin ser solventadas. Quizá ahí tengamos el fracaso que se visibiliza en cada edición sin darnos cuenta. De nada sirve que en una jornada agolpemos todo, nos arrastremos a una agenda frenética de actos que exterioricen la situación de las féminas si continuamos soportando las mismas problemáticas que heredarán nuestras hijas si nadie lo remedia. Hoy, por ejemplo y aunque parezca increíble, todavía hay empresas que se cuestionan la contratación de una mujer por si termina quedándose embarazada, incluso llegando a plantearle estas cuestiones en las entrevistas de trabajo, y no precisamente por parte de un empresario varón -que es lo general-, sino también de una empresaria mujer.
Todavía hoy siguen proliferando etiquetas despectivas contra las mujeres que, por esas mismas formas de vivir, no se aplican a los hombres. Todavía hoy continúan justificándose determinadas agresiones que tienen como víctima una mujer, transformándola en culpable de la misma. Acuérdense de esas consideraciones: “Algo habrá hecho”, “se lo habrá buscado”, “eso le pasa por...”. No hace falta que ningún juez dicte una sentencia más o menos polémica, la propia calle se encarga de sancionar lo que nunca debería ser motivo de sanción y la sociedad se encarga después de rematar la manera en que valoramos unos hechos u otros según la víctima sea un hombre o una mujer.
Por mucho avance que hayamos conseguido, se queda en la mera superficialidad cuando los problemas de base siguen siendo los mismos. Los pequeños logros en apariencia de nada sirven si el origen está contaminado. Y desde el momento en que continúan justificándose determinados comportamientos sociales o sigue permitiéndose que la discriminación laboral se asiente por comportamientos extendidos entre los empleadores, nada habremos conseguido en la denominada lucha por la igualdad. Porque hablar de la misma ya nos dice mucho, porque seguir alzando la voz ya denota que sobre el papel se ha avanzado lo que la práctica realidad frena.