El lunes comenzaré mi curso 34 en la docencia. Al saludar a los compañeros de mi quinta el tema era la jubilación, el cerrar el telón de una etapa laboral que se cierra definitivamente.
Desde los 4 años he estado en la escuela y, ahora con 60, creo que, un año antes o un año después tendré que cambiar las velas del barco y visitar mares desconocidos.
He contemplado y sufrido algunas veces leyes, sistemas educativos, métodos distintos, circunstancias históricas vinculadas con la docencia.
De ser el profesor la máxima autoridad, de “la letra con sangre entra” de los comienzos de la democracia, a poner en tela de juicio métodos absurdos como darle absoluta prioridad a la memoria o elaborar un trabajo sin discutir ni salirte del protocolo.
Con el nuevo régimen accedimos a la cercanía de los profes y los veíamos como la energía necesaria para comenzar los caminos de la libertad.
Con 25 años di mi primera clase explicando a los filósofos presocráticos y la importancia de Sócrates para la Filosofía. Mi relación con los chicos ha sido extraordinaria y empática: con el tiempo me saludan con un afecto sincero y un cariño emocional.
Mi asignatura permitía abrirse en canal, poner el mundo boca abajo, discutir los prejuicios. No habían respuestas para nada y dudas para todo.
Nos comunicábamos con los alumnos como si fueran los artífices de un mundo nuevo que emergía imparable.
Viví huelga de alumnos, una huelga de hambre, manifestaciones docentes y discentes, todos a una, para mejorar las condiciones laborales y de calidad. Se discutía en los claustros, había una dialéctica basada en el caleidoscopio de las opiniones.
Los consejos escolares, las juntas de los delegados... todo ello quedó arrasado por el desinterés manifiesto y por una burocracia que terminó por comernos.
Algunos chavales iban a casa a ver un partido de fútbol, quedábamos para ir al cine, organizar acampadas o marchar a exposiciones interesantes. Ahora todos son permisos, papeles, reuniones y más reuniones que te quitan las ganas de emprender cualquier aventura.
Nos comunicaron estos días que no se podrá tener WhatsApp con los alumnos ni con los padres y que se estudiará de qué manera podremos comunicarnos con los chicos desde las nuevas tecnologías; es más, ya hace algún tiempo que no podemos saber las notas de selectividad por la ley de protección de datos.
La inteligencia artificial y las sofisticadas formas de copiar en un examen ocupan uno de los primeros puestos en el Ranking de salida.
Los contenidos de las asignaturas dejan paso a los continentes pareciendo que los libros han sufrido un lifting para adecuarse a los tiempos.
Pero lo que dificulta la agilidad docente es la montaña de papeles innecesarios que ningún ser humano llegará a leer.
Adaptarse, buscar escapatorias que la ley permita, apartar, cuando haya ocasión, esa losa invisible de " cumplir el expediente".
Maridar lo uno y lo otro: belleza y técnica, habilidades emocionales y sociedad, libertad y responsabilidad hechos y consecuencia, inteligencias múltiples, economías para saber qué es la pobreza, descubrimientos y éticas, felicidad con desarrollo sostenible.
¿Seguir? ¿Dejarlo?
El lunes comienzo de nuevo.
Volveré a hablar del río de Heráclito en el que no te podrás bañar dos veces.