Hace un año que se produjo el detonante. De manera súbita e insospechada, un amplio colectivo de empresarios, personas de orden de toda la vida, afines cuando no integrantes del núcleo del poder local, estalló en forma de concentración a las puertas del Ayuntamiento. Allí, micrófono en mano, y alzados en una improvisada tarima, denunciaban el acelerado deterioro de nuestra economía augurando el “fin de de Ceuta” si la administración no era capaz de reconducir el morrocotudo caos que convulsiona diariamente el espacio fronterizo.
Era un diagnóstico compartido por todos los partidos políticos (menos el PP), por todos los agentes sociales, y por cualquier ciudadano con un mínimo de inquietud sobre la situación de nuestra Ciudad. La preocupación (por el futuro), la indignación (por el presente), y el orgullo (de no dejar morir a la tierra que se ama) hicieron confluir a organizaciones y entidades diversas (e incluso oponentes) para movilizar a la ciudadanía de manera rotunda y sostenida hasta hacer comprender al Gobierno la necesidad imperiosa y vital de solucionar este conflicto que mantiene sobrecogida y desesperada a la Ciudad.
Fruto de este empeño se recogieron miles de firmas, se celebraron reuniones, se convocaron manifestaciones... El resultado de todo esto es que el próximo día 22 de mayo, un año después, volveremos a la calle a gritar por el futuro de este pueblo herido y olvidado. La situación ha empeorado ostensiblemente. Tan sólo la resignación, que empieza a ser furtivo protagonista, ha podido suavizar la escalada de protestas (ya hay muchas personas que piensan que nada de lo que se haga podrá cambiar un fatídico destino predeterminado).
Pero los datos son concluyentes. Durante este año, Ceuta ha visto reducida su actividad en un veinte por ciento. Estos datos (espeluznantes) son oficiales y conocidos (extraídos de los servicios tributarios de la Ciudad y de la recaudación de la Autoridad Portuaria por el tránsito de mercancías).Es una barbaridad, entre otros motivos porque esta cifra, elocuente por sí misma, traducida a la dinámica social tiene una repercusión aún mayor. No digamos ya en el plano psicológico.
Frente a la conmoción generalizada el PP ha respondido con una irritante indiferencia. Que nadie termina de comprender. “No entiendo por qué no hacen nada. No lo difícil, sino lo que está en su mano” Así se expresaba un empresario recién incorporado a la dirección de su asociación en la reunión preparatoria de la manifestación del 22M. Es la clarividencia de la ingenuidad. Es difícil aceptar aquello que quiebra el sentido común.
El PP ha construido un relato aparentemente coherente (es lo que se llama una falacia) para resistir en su posición inmovilista basado en cuatro argumentos.
Uno. Quienes organizan, lideran y agitan la protesta tienen intereses espurios, ya sean políticos o económicos, y su verdadera finalidad es erosionar el PP (en unos casos para obtener prebenda y en otros, votos).
Dos. Los promotores de la revuelta ignoran por completo los entresijos de un conflicto muy complejo, cuyas claves desconocen por completo (en contra posición con el Gobierno que domina todos los registros aunque muchos de ellos no se puedan explicar públicamente). Por eso, en realidad, “no saben de qué hablan”.
Tres. Llevan a la opinión al borde del abismo psicológico. Es muy duro asumir que el Gobierno de tu propio país se desentiende de tus problemas y te abandona a tu suerte. La sensación de orfandad es, en sí misma, estremecedora. Es infinitamente más tranquilizador pensar que el Estado “te protege”, y que existe interés y que “se está haciendo todo lo que se puede”.
Así, entre descalificaciones (burdas), promesas (falsas) y halagos a la ciudanía (recurso muy socorrido cuando no existen argumentos para sostener una posición política), han intentado contener la riada de hartazgo popular.
Tan sólo una parte de su relato es cierta. Solucionar el problema de la frontera requiere un acuerdo con Marruecos, que este país, por razones obvias (su pretensión anexionista) no está dispuesto a alcanzar (se niega rotundamente a proporcionar oxigeno económico a Ceuta). Pero la intención de que este hecho explique satisfactoriamente su inmovilismo encuentra dos reparos insalvables.
El primero, porque tampoco acomete lo que sí entra en el ámbito de sus competencias exclusivas (sólo se puede calificar de ridículo que el Presidente de la Ciudad, rodeado de ministros anuncie la presencia permanente de la Guarda Civil en la 352, y al día siguiente el propio cuerpo lo desmienta rotundamente).
Y por otro lado, porque no se puede decir simultáneamente que “las relaciones con Marruecos atraviesan por el mejor momento de la historia” y la “colaboración de Marrueco con los intereses de España es total”; y que “Marruecos no transige en hablar sobre el problema de la frontera de Ceuta”. Para que las tres afirmaciones sean ciertas, hay que concluir que entre los “intereses de España” no se incluye arreglar los “problemas de Ceuta”.
Dicho de otro modo, el Gobierno de la Nación, del PP, ha llegado a la conclusión de que no merece la pena “tensar la cuerda por Ceuta y Melilla”. O, como dirían los castizos, “han vendido Ceuta”. Y lo pretenden mitigar o disimular con nuevas gotas de anestesia en forma de dinero fresco en los bolsillos de los ceutíes, en especial de los empleados públicos blindados de toda contingencia (aumentando la bonificación del impuesto sobre la renta y del transporte marítimo a los residentes, a pesar de su ineficiencia).
Falta una última clave para entender este endiablado jeroglífico. ¿Por qué el PP permanece impertérrito ante lo que debería suponer una debacle electoral? Porque tienen la absoluta certeza de que no lo será. Piensan que los ceutíes seguirán votándolos a pesar de todo. En condiciones normales, en cualquier otro lugar del mundo, una gestión como la que están desarrollando en esta legislatura los condenaría irremisiblemente a ser extraparlamentarios.
Sin embargo ellos trabajan desde la más profunda convicción de que volverán a ganar. Es probable que pierdan la mayoría absoluta. Sólo teóricamente. Porque ese extravagante y anaranjado amasijo de mamarrachos de nuevo cuño recogerá en las urnas la ridícula “rebelión” de los más hastiados (que buscan “otra” derecha) para devolverles el poder (como si de una simple transacción comercial se tratara).
Este diagnóstico está fundamentado en dos premisas. Una. La extrema debilidad de la alternativa. La oposición está confusa, insegura, fragmentada, y enfrentada. Es complicado que en una coyuntura como la actual, marcada por la incertidumbre, la ciudadanía otorgue su confianza a quien no sabe lo que quiere. Es imposible articular una mayoría social desde la inquina mutua. Dos. La vigencia del argumento electoral por excelencia del PP durante (casi) las dos últimas décadas. Miles de ceutíes (desde el episodio del islote del Perejil) tienen la certeza de que el PP es el único partido que puede frenar la “invasión musulmana”.
Y esta es una razón muy por encima de cualquier otra en la conciencia de la “Ceuta profunda”. Incontestable, Capaz de sublimar las mayores atrocidades imaginables.
Por eso la estrategia del PP pasa, ahora, por cultivar este terreno. Lo demás, importa más bien poco. Ojalá, esta vez, se equivoquen. O mejor dicho, esperemos que los ceutíes, esta vez, estén a la altura de las circunstancias (históricas).
El PP pretende enterrar esta Ciudad mientras sus propios habitantes, mustios y en silencio, les ayudan a echar las últimas paladas. Resistiremos. Nos tendrán que enterrar vivos. El día 22 de Mayo, nos vemos en la calle. Por Ceuta. Siempre.
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