Este lunes 11 de marzo, Día Europeo en Memoria de las Víctimas del Terrorismo, se cumplen 20 años de los terribles atentados del 11M en Madrid. Por este motivo, la Asamblea de Ceuta guardará mañana un minuto de silencio a las 12.00 horas a las puertas del Palacio Autonómico.
Los ceutíes mostrarán así el recuerdo solidario con los afectados por los atentados y sus familias, secundando la convocatoria lanzada desde la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) e invitando a la ciudadanía a honrar la memoria de los fallecidos en aquellos dramáticos sucesos.
Pero, ¿qué ha sido de las víctimas y los verdugos de aquella infamia que costó la vida a 193 personas?
El veinte aniversario de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid trae consigo la prescripción de los delitos de terrorismo investigados en la causa, y con ello irán decayendo las órdenes de busca y captura que quedan en vigor y las que pudieran haberse derivado de la identificación de los perfiles genéticos de otros presuntos implicados a los que no se ha logrado poner nombre.
Cuando se produjeron los atentados, el Código Penal establecía que los delitos de terrorismo que no fueran considerados de lesa humanidad prescribían a los 20 años, situación que cambió con una reforma de 2010 que declaró imprescriptibles este tipo de acciones con resultado de muerte.
Una modificación que no puede ser aplicada de forma retroactiva dada la "naturaleza material" del instituto jurídico de la prescripción, según han explicado expertos en esta materia, que se han remitido a la jurisprudencia del Tribunal Constitucional al respecto.
En una de sus sentencias, consultada por EFE, este órgano sostiene que la prescripción extingue la responsabilidad penal -no la acción penal- en atención a la función preventiva de la pena y el derecho del inculpado a que no se dilate indebidamente la situación que supone la virtual amenaza de una sanción penal.
Ello implica que, al prescribir el delito de terrorismo en el sumario del 11-M, el 20/2004, dejarán de tener efecto las órdenes de busca y captura que a lo largo de la instrucción se decretaron contra los presuntos implicados que se dieron a la fuga tras los atentados.
De los huidos que quedan por localizar, dos de ellos, Mohamed Afalah y Daoud Ouhanne, se cree que podrían haber fallecido en sendos atentados suicidas en Irak, con lo que solo quedaría uno vivo: Said Berraj, alías Said El Mensajero, del que se sospecha que tuvo un papel destacado en el 11-M.
En la orden de busca y captura que dictó contra él el instructor del sumario, Juan del Olmo, el 30 de marzo de 2004, el magistrado exponía las relaciones de Berraj con el supuesto coordinador de los atentados, Serhane Ben Abdelmajid, El Tunecino, fallecido en Leganés, y con Basel Ghayoun (absuelto por el Supremo por falta de prueba "suficiente" de la condena a 12 años de cárcel que le impuso la Audiencia Nacional, si bien se decretó su expulsión a Siria por encontrarse en situación irregular en España).
La orden de detención de Berraj añadía que el 9 de marzo abandonó su domicilio y trabajo en Madrid, y que el 12 de marzo -fecha en la que la Policía ya dispone de datos sobre él- "comunica que se marcha a Marruecos al entierro de su hermana", aunque "gestiones policiales posteriores" confirmaron que no tenía hermana.
La prescripción al cumplirse los 20 años de los atentados también deja sin despejar la incógnita sobre la identidad de ocho perfiles genéticos detectados en muestras de ADN extraídas de los distintos escenarios relacionados con los atentados y, con ello, la orden de detención que podía haber llevado aparejada.
Según el auto de procesamiento, que recoge una serie de informes policiales referidos a los análisis de ADN, en los distintos escenarios de los atentados se lograron extraer ocho "perfiles genéticos anónimos" que, en algunos casos, incluso se repiten.
Uno de estos perfiles, el P 12, "solo aparece en Leganés" y "se encuentra en efectos muy variados, algunos de ellos de uso exclusivo personal", lo que llevó a concluir que tenía "una relación estrecha y de confianza con los moradores del 'piso franco' o de seguridad, hasta el extremo de deducir su relación o inclusión en la célula".
Otro, el P 39, "anónimo de varón", aparece en tres lugares relevantes: la finca de Chinchón en la que fueron preparados los artefactos colocados en los trenes; el piso de Leganés en el que se suicidaron siete de los responsables del 11M; y el coche Skoda Fabia que fue encontrado en Alcalá de Henares el 13 de junio de 2004, todos ellos municipios madrileños.
Los informes policiales destacaban también el perfil P 11, perteneciente a un varón y que apareció "en un lugar y en un efecto especialmente trascendente para la investigación (protector de la bolsa desactivada procedente de la Estación de El Pozo)".
No obstante, respecto a este perfil se planteaba la posibilidad de que correspondiera a un contacto accidental "de alguna persona ajena a los presuntos implicados, desde el momento de su recuperación hasta la recogida de muestras".
La existencia de estos perfiles anónimos llevó a deducir que el número de implicados directos en estos hechos tampoco se ha podido determinar aún con exactitud.
Los investigadores consideraron por ello que hasta que no fueran identificados dichos perfiles "aparecen determinadas variables no susceptibles de ser aclaradas".
Tres de los 18 condenados en el juicio del 11M continúan en prisión cumpliendo una larga condena que vence dentro de 20 años, en 2044, mientras que otros nueve están fuera de España, tras ser expulsados a sus países cuando cumplieron su castigo.
El horizonte penitenciario de los tres acusados sobre los que cayeron las condenas más abultadas todavía es largo; finaliza entre el 2 y el 19 de marzo de 2044 tras ser sentenciados a penas de entre 42.924 y 34.715 años de cárcel, con un máximo de cumplimiento de 40 años, según la legislación española, informan a EFE fuentes de la Audiencia Nacional.
Tres años después de los atentados, la Audiencia Nacional dictó las penas más altas para Othman El Gnaoui -42.924 años- y Jamal Zougam -42.922 años-, ambos de nacionalidad marroquí y sentenciados como autores de 191 asesinatos consumados, 1.856 asesinatos en grado de tentativa y cuatro delitos de estragos terroristas.
El primero terminará de cumplir su condena el 19 de marzo de 2044 y el segundo unos días antes, el 2; ambos continúan en primer grado penitenciario, con principio de flexibilidad en el caso de El Gnaoui, según las fuentes.
El tercero que sigue en prisión es José Emilio Suárez Trashorras, el minero que facilitó los explosivos con los que se perpetraron los atentados y que fue condenado a 34.715 años.
Cumplirá condena el 3 de marzo de 2044 y es el único de los tres que ha pasado de grado penitenciario; está en el segundo, según los datos de la Audiencia Nacional.
Actualmente está interno en el Centro Penitenciario de Asturias y, según adelantó el diario El Comercio hace unos días, ha solicitado recientemente acogerse a la ley de eutanasia ante la falta de tratamiento médico adecuado para su salud mental y la larga condena que afronta.
A lo largo de los veinte años que han pasado desde los atentados, quince condenados han ido cumpliendo sus castigos y saliendo de prisión, la mayoría en la última década: hace 10 años aún catorce de los dieciocho seguían entre rejas.
De esa quincena, ocho fueron expulsados a su país cuando la Audiencia Nacional les practicó el licenciamiento de la pena; y uno más, Hassan el Haski, fue extraditado a Marruecos en marzo de 2014 tras vencer su condena, al estar reclamado para cumplir otra pena de prisión.
En este grupo se encuentra Rafa Zouhier, sentenciado a 10 años por suministrar los explosivos con los que se perpetraron los atentados y que fue expulsado a Marruecos el 16 de marzo de 2014, inmediatamente después de ser excarcelado de la prisión de Puerto de Santa María I (Cádiz), donde contrajo matrimonio con una mujer española.
Dos años después ocurrió lo mismo con Fouad el Morabit (12 años) y ya en 2017 con Saed el Harrak (12 años) y Youseff Belhadj (12 años), condenados los tres por pertenencia a banda armada.
Hace apenas dos años, en mayo de 2022, las autoridades españolas entregaron a Marruecos a Rachid Aglif, tras cumplir los 18 años de cárcel por los que fue condenado por delitos como pertenencia a banda armada y tenencia o depósito de explosivos.
Un año después, el 12 de septiembre de 2023, vencía la condena a 18 años de prisión que la Audiencia Nacional impuso a Abdelmajid Bouchar, detenido en Serbia en 2005 tras escapar del piso de Leganés (Madrid) en el que se suicidaron siete miembros del comando islamista autor de la masacre, cuando al bajar la basura se percató del cerco policial.
La lista de expulsados la completan Hamid Ahmidan (13 años) y Mohamed Bouharrat (12 años).
Las bombas que explosionaron el 11 de marzo de 2004 acabaron con la vida de 193 personas e hirieron a más de 2.000, trastocaron la rutina de cientos de testigos y marcaron la memoria de un país entero. Sus esquirlas han quedado incrustadas hasta hoy en los escenarios del atentado y en quienes los habitan o los transitan.
Salvo pequeños detalles y los monumentos levantados en memoria de las víctimas, el paisaje urbano poco ha cambiado, mientras que la forma de transitar estos lugares no ha vuelto a ser la misma: imágenes grabadas en la retina, olores que vuelven al echar la vista atrás, escalofríos al recorrer ciertas calles.
Veinte años después, EFE ha recorrido cinco escenarios que conforman la historia del peor atentado de la historia de nuestro país y conversado con algunos de los testigos del paso del tiempo.
A las 7:37 horas, tres bombas acabaron con la vida de 34 pasajeros de un tren en la estación de Atocha, rompiendo el silencio de un Madrid que se despertaba para ir a trabajar.
El flujo de personas caminando en todas direcciones no ha cesado desde entonces en la emblemática estación madrileña, pero los pasajeros han cambiado la música de sus 'discman' por la pantalla de sus móviles.
En medio de esa marea es difícil encontrar a alguien que estuviera entonces en la estación y casi nadie se acuerda de la masacre al pasar por allí.
Pero si oyen mencionarlo, la memoria aflora. "Lo recuerdo como si fuese ayer, veo las imágenes en mi cabeza", confiesa Carmen. "Al principio tenía una sensación de vulnerabilidad incluso en el metro. Te subías a un tren y había un silencio sepulcral. Es una cosa para no olvidar nunca".
Los que sí se acuerdan con frecuencia de aquella mañana son los trabajadores de la estación, cuando unas dos veces por mes algún viajero deja una maleta olvidada.
La mayor huella de los atentados en la estación de Atocha es la base donde durante años se irguió el memorial a las víctimas, donde, después de su retirada en 2023 solo quedan grúas, vallas y maquinaria pesada, que trabajan en la ampliación de la línea 11 de metro.
"Si olvidamos lo que ha pasado podemos caer de nuevo en ello. No podemos estar sufriendo eternamente, pero es bueno que sepamos que puede haber terrorismo", opina Celia a los pies de la vía 2, donde espera a su tren.
El próximo 10 de marzo, la Comunidad de Madrid inaugurará un nuevo espacio de homenaje a las víctimas justo debajo del anterior monumento.
Aquel 11 de marzo, Elías llegó a Atocha conduciendo su autobús y recuerda cómo la gente salía despavorida, sin poder intuir aún lo que estaba pasando.
Su línea conectaba con la estación de El Pozo y, de regreso, se cruzó con un compañero, al que advirtió del caos: "¿En Atocha también? En El Pozo hay un tren de dos pisos reventado", le contestó este.
En este otro enclave del distrito de Puente de Vallecas habían explotado otras dos bombas un minuto después de las primeras en Atocha. Dejaron 65 muertos.
Poco ha cambiado el barrio desde entonces: los bloques de viviendas de ladrillo visto, entonces recién construidos, siguen siendo el telón de fondo de la estación y otros jóvenes acuden al mismo colegio e instituto donde las explosiones sobresaltaron en su día a los alumnos.
Incluso los vecinos que vivían a varias manzanas de la estación se asustaron con las bombas. Ángel vestía a sus nietas para llevarlas a la guardería y vio por la ventana cómo llegaban las ambulancias; a Juan le despertó el estruendo y enseguida pensó que era un atentado; Antonio, desayunando, creyó que era el ruido de un camión pasando por un resalto en la calzada.
Un monumento de granito de 40 metros de largo recibe a los pasajeros en su llegada a la estación, un símbolo importante para vecinos como Antonio. "Si no, la memoria se diluye", considera.
Efectivamente, dos décadas después, el paso del tiempo se acaba imponiendo. "Antes ponían velas y fotografías, pero cada vez han ido poniendo menos y ya no sé si este año han puesto alguna", comenta Carmen, trabajadora del instituto y vecina del barrio.
A 500 metros de la estación de Atocha, cuatro detonaciones reventaron un tren a la altura de la calle Téllez y la muerte de 63 personas marcó "un antes y un después" en el barrio.
Así lo rememora Rosa, de 67 años, quien no se puede quitar de la cabeza la imagen de los heridos ensangrentados deambulando por las calles minutos después de la explosión, o Maribel, de 83, quien todavía cree sentir el característico olor que flotaba en el ambiente cuando pasa por esa calle.
La anciana pasea agarrada del brazo de su nieto Ignacio, quien entonces tenía cuatro años pero conoce los detalles de lo sucedido gracias a personas como ella: la lluvia de mantas desde los balcones, las ventanas que siguen desencajadas por la detonación...
Donde entonces había una fina malla de alambre, hay una gran pared metálica verde que separa la zona residencial de las vías, lo que hoy impediría que los vecinos llegasen rápidamente a auxiliar a las víctimas, como ocurrió entonces.
Una de las que acudió fue Mercedes, vecina del barrio y técnica de laboratorio de un centro médico situado frente a las vías, quien aún revive la "rabia y desesperación" por el tiempo esperando la llegada de los servicios de emergencias, que se le hizo interminable.
Mientras, ella y sus compañeros se afanaban en hacer torniquetes, pedir a los vecinos que sujetasen el suero a los pacientes y evacuar a los heridos en las placas desprendidas del tren, a modo de camilla, hasta el polideportivo Daoiz y Velarde, donde hoy una placa recuerda el día que sirvió como hospital de campaña.
Dos días después de la masacre, la Policía acudió al locutorio Nuevo Siglo, en el número 17 de la calle Tribulete del céntrico barrio de Lavapiés, para detener a uno de los primeros sospechosos: Jamal Zougam, regente del establecimiento y a quien se relacionó con la tarjeta de uno de los móviles conectados a las bombas.
De aquel local solo queda un verja pintarrajeada y un interior abandonado, pues lleva ocho años vacío. Tiempo después del arresto de Zougam fue ocupado por una tienda de alimentación, pero apenas duró dos años abierta.
"Desde entonces está cerrado, no sé si tiene mala fama o mala suerte", ironiza Moussa desde su carnicería halal unos números más abajo de la misma calle.
Este vecino de origen marroquí, que lleva trabajando en Lavapiés 21 años, asegura que el barrio apenas ha cambiado. "Tiene mala fama por los chicos jóvenes y la droga, pero por ese caso (el de Zougam) nunca ha habido ningún problema, ni de racismo ni nada", asevera.
En un paseo por la gentrificada calle Tribulete se pueden observar varios establecimientos árabes y parte de su nutrida comunidad que convive en el barrio. Preguntados por sus recuerdos acerca del locutorio, algunos responden con evasivas alegando que tienen miedo de hablar del tema, pues aseguran que a Zougam "se lo llevaron por la cara".
La intervención policial no dejó una huella muy profunda en el vecindario. Apenas unos pocos, como Rafael, se acuerdan de que un 13 de marzo de 2004 todos los ojos del país miraban al locutorio. "Cada vez que paso por ahí me estremezco un poco", admite.
Tuvieron que pasar tres semanas de los atentados para que la historia del 11M llegase a Leganés Norte, un tranquilo barrio residencial en el que el paso del tiempo prácticamente no ha dejado impronta. Solo los más observadores repararán en cinco árboles de una estatura menor a la del resto en la calle Carmen Martín Gaite.
Son más pequeños porque están frente al edificio número 40, donde cuatro de los terroristas que se escondían en uno de los pisos se inmolaron al verse acorralados por la Policía. El edificio fue derruido y levantado en apenas un año tal y como estaba antes de la explosión, pero tuvieron que plantar nuevos árboles.
El que se convirtió en el último coletazo de los terroristas sí pervive en la memoria de vecinos como Ángel, de 60 años y residente de la misma urbanización en la que se produjo la explosión. Entre ellos usan el suceso como referencia geográfica: "¿Dónde vives? Al lado de...", recrea.
De ese 3 de abril recuerda el desalojo del vecindario, la incertidumbre colectiva, los cánticos en árabe, el tiroteo entre policías y terroristas y la explosión final. "Pensábamos que nos quedábamos sin vivienda porque se rumoreaba que habían puesto más explosivos", relata.
Los actuales propietarios del piso donde se inmolaron los suicidas han declinado participar en este reportaje, como aseguran que han hecho ante las solicitudes de periodistas, autoridades y asociaciones de víctimas desde que adquirieron la vivienda en 2007. Para ellos, reiteran, se trata "un piso normal".
En la entrada al barrio se levanta un memorial en homenaje a cinco vecinos de Leganés que fallecieron en los atentados y al policía del GEO Francisco Javier Torronteras, que murió cuando se inmolaron los terroristas.
Un ramo de rosas yace hoy a los pies de este monumento, unas flores anónimas y ya marchitas que demuestran que hay quienes se acuerdan de las víctimas más allá de los aniversarios.
El Ejército de Tierra no ha querido pasar por alto la heroica acción de tres…
Un grupo de profesores interinos de Ceuta se ha pronunciado este domingo tras las recientes…
La magia de la Navidad ha llegado a Ceuta de la mano de Papá Noel…
La Asociación de Vecinos de Parques de Ceuta ha recibido con alegría y entusiasmo la visita, en su…
Los campos del Príncipe Tuhami Al Lal y Aiman Aomar de Ceuta han acogido este…
Ya lo dijo Don Miguel de Cervantes, en su famosa obra “Don Quijote de la…