La lucha de clases existe y la van ganado los ricos por goleada”. “Estamos asistiendo a la revolución de los poderosos”. “Vivimos en una dictadura financiera con fachada parlamentaria”. Estas frases, breves y concisas; pero nítidas y rotundas, explican la coyuntura política (lo de social y económica viene por añadidura) en la que nos encontramos. Es muy importante, aunque realmente difícil, sustraerse a la potentísima maquinaria de propaganda que controlan y manejan las élites para no sucumbir a la trampa dialéctica que nos han tendido. Un proceso de reconversión brutal de las estructuras económicas que sostenían el modelo de estado democrático (banalizando el valor del trabajo y reduciendo a los trabajadores a un mero factor de producción sometido a las crueles leyes del mercado), lo han presentado como una “crisis económica pasajera” de la que “ya nos estamos recuperando”. En esta perversa maniobra envolvente los partidos del régimen (popularmente conocidos como “partidos de la casta”) desempeñan un papel fundamental. Son los encargados de dotar de legitimidad democrática a los ataques y atropellos del capital. La realidad es que la única forma de mantener afinada la gigantesca maquinaria de obtener beneficios (cada vez más obscenos e incompatibles con los principios éticos más elementales) era pulverizando todos los derechos sociales y reduciendo el precio del trabajo (los salarios). Explotación en su sentido más genuino. El respeto a las “condiciones adquiridas” es una concesión hábilmente calculada para dividir a la clase trabajadora y evitar la revuelta (la máquina de producir no debe sufrir daños ni frenzaos).
Estamos en la última fase de la operación. El objetivo en estos momentos es convencer a la ciudadanía (la inmensa mayoría son trabajadores y trabajadoras) de que la crisis ya se ha superado, y el país recupera el pulso económico a un ritmo excelente. Ahora sólo cabe esperar a que cada cual vaya encontrando su acomodo particular en este nuevo escenario de prosperidad. Todos quietos y aplaudiendo a los “salvadores de la economía” que son, paradójicamente, los responsables de la catástrofe provocada intencionadamente.
De una manera apabullante recibimos diariamente información diversa que nos indica que la economía crece y el paro baja. La interpretación que cada persona hace (debe hacer) de estos datos es que si aun sigue en paro o cobrando un sueldo miserable es por “mala suerte”; con paciencia y sumisión al sistema, tarde o temprano, le llegará su oportunidad. Se necesitan ciudadanos dóciles y sumisos, condenados a vivir en la precariedad bajo la anestesia de unas expectativas falsas que nunca llegarán. Pretenden que las víctimas de su ataque se conviertan en sus principales valedores. Nos quieren convencer de que la abolición de derechos sociales, la precarización del empleo y la reducción de los salarios han resultado muy positivos para todos. Dicen, pletóricos de hipocresía y henchidos de victoria, que la “reforma laboral ha funcionado”. En esta frase llevan razón, aunque falta la segunda parte, que se sobre entiende: “para las élites financieras”.
Resulta estremecedor comprobar cómo han conseguido que la “derogación de la reforma laboral” sea un objetivo político que va desapareciendo del primer plano de la actualidad. Por eso este Primero de Mayo se convierte en un día especialmente importante. Es necesario, más que nunca, alzar la voz para expresar el rechazo a un modelo económico injusto basado en someter a los trabajadores y trabajadoras a condiciones muy duras, muy próximas a la esclavitud. No podemos tolerar, con nuestra indiferencia que los jóvenes sean condenados de por vida a trabajar por ochocientos euros al mes (jornada completa), encadenando indefinidamente contratos temporales, amenazados siempre por el despido (ya prácticamente gratuito), y desprovistos de los más elementales derechos laborales (horas extraordinarias “obligatorias” y no (o mal) pagadas, inexistencia de festivos, vacaciones troceadas, etc..).
Ellos tienen el poder, a nosotros sólo nos queda la palabra, nuestra voz para sacudir conciencias, nuestra memoria para contagiar esperanzas, nuestra entrega para sumar voluntades. Y cambiar una mayoría silente y humillada, por otra orgullosa y solidaria. Esta es la razón de ser de la manifestación del “1º de Mayo”. Que lo sepan, no nos damos por vencidos.