Hace tiempo que se me desgastaron los dedos de escribir que una película podía verse perjudicada por numerosos detalles, pero de ninguna manera tiene posibilidades si su guión no es tomado en serio. Y especialmente serios aunque suene raro a priori son los guiones de las comedias, por su dificultad y la facilidad de caer en el cliché o la risa tonta que toma al espectador por zombi que se ríe cuando le dicen que lo haga; peor aún es que la avalancha de risas de laboratorio con marca registrada logren maleducarnos para que sonriamos a lo que pasa por delante de nuestros babeantes morros porque toca, sin un mínimo de calidad exigible. Hay que recordar que Con faldas y a lo loco es una comedia de lo más académica y no insulta a la inteligencia de nadie. Todo lo contrario. Pero eran otras formas de concebir este negocio.
Llama la atención que en las últimas semanas la cartelera está recibiendo un sistemático ataque de simpleza con los estrenos de comedias con toques aprovechables pero de seso hueco sin rubor alguno. Primero nos llegó un soberano tostón que venía precedido de buenas críticas titulado Cómo acabar con tu jefe, con buen reparto ganseando sin ton ni son; luego es Rowan Atkinson el que nos proporciona buena dosis de su efectivo Mr. Bean pero con otro nombre en Johnny English returns (tiene sus momentos, pero tuvimos más que de sobra con la primera entrega). Es Crazy stupid love (el título parece toda una declaración de principios para que nadie se sienta engañado) ahora la que contando con un reparto de segundones con nombre (excepto Julianne Moore) pasea sus altibajos por las pantallas españolas. Tan irregular como las peripecias sentimentales de los protagonistas, la cinta coral nos muestra con algunos destellos e inevitable tono agridulce las miserias que provoca el amor en el ser humano, aunque la parte que mejor funciona es la menos dulce, porque cuando los acontecimientos toman el sendero humorístico suele hacer aguas por su falta de consistencia, derivando el defecto en un final sin orden ni concierto.
La sensación de estar viendo demasiadas películas en una es constante y, si no fuera por ciertos afortunados instantes de conexión o complicidad bien ideada con aquellos que están sentados en las butacas, la sombra de la irritante escena de la graduación del hijo del personaje de Steve Carell sería el nombre de pila de algo desastroso.
En cualquier caso, si podemos aprobar el film por los pelos y pequeños aciertos que se van acumulando a su favor, conviene recordar en épocas de vacas flacas en el género cómico como la que vivimos que la risa no es cosa que se deba tomar a la ligera, y entran aspirantes poco cualificadas en un saco demasiado grande.
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