Al empezar a leer mi cuaderno de notas para intentar preparar un nuevo artículo para que pudiérais entreteneros con un nuevo relato recordé como si fuera hoy lo que sucedió hace ya un porrón de años. Hablamos del año 93, cuando estaba destinado en la localidad guipuzcoana de Zarauz , en las provincias vascas, un lugar bastante peculiar, atractivo y lleno de lo que a mi me gusta, playa preciosa, vegetación por todas partes y respirar aire bastante puro cuando me dejaban mis obligaciones. Las personas que allí conocí la verdad eran bastante buenas entre ellas tuve el gusto de estar y saludar al prestigioso hombre que se dedica a cocinar y tiene un bar en la playa y desde alli los programas los producía. Arguiñano.
Recuerdo que en las navidades de aquel año un buen amigo me confesó una cosita que la verdad que es bastante buena de poner ante el público porque a mi me impactó un montón, entre copas y copas producto de la celebración del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, mi amigo que era de Sevilla me dijo lo siguiente: “Me operaron de apendicitis en mi pueblo natal. Recuerdo que el anestesista me dijo que contara desde el número diez hacia abajo, y como es natural lo hice, o creo que lo hiciera. De repente me ví en un tubo largo negro.
Me puse súper nervioso, ya que soy claustrofóbico y no puedo estar en ningún lugar cerrado y menos pequeño. Empecé a ponerme histérico, me puse a chillar y de repente escuché una voz ronca que me día “Hijo tranquilízate”, me quedé al principio aturdido, no me esperaba esa voz, pero intentaba mover mi cabeza a la dirección de donde provenía la misma pero no podía moverme y volví a temblar. Me volvió a hablar y esta vez me dijo “Yo estoy aquí no tengas miedo”. Seguí el timbre de voz pero no podía ver nada todo estaba oscuro y lo que hacía era abrir mucho más los ojos para intentar localizar de donde provenía eso y la curiosidad por consiguiente me puso mucho más en tensión de lo que estaba. Pero nada, lo que conseguía era no ver nada en absoluto era como si estuviera en una noche cerrada y que no pudiera ver nada de nada. Se apoderó el pánico en mis carnes y entonces me volvió a hablar y me dijo: “Estoy aquí para cuidarte”.
Y fue cuando empecé a ver al fondo una luz muy tenue pero poco a poco fue aumentando la intensidad hasta que fue muy potente me dejó perplejo y me abrió la curiosidad de ¿qué podía ser eso?. Me iba acercando poco a poco y de la oscuridad pasé a una claridad grandísima y al fondo ví una figura muy grande donde destacaba los pelos blancos y mucha barba también blanca. Me fui acercando poco a poco pero yo seguía estando acostado y tenía que observar la escena siempre al revés, mi cabeza era lo único que se podía mover. Era un hombre muy grande, se encontraba sentado llevaba puesto una túnica de color blanca y los bordes del cuello, puños y pies eran de un color azul resplandeciente. Me dijo: “Hijo te has dado cuenta que no te iba a ocurrir nada”.
Yo no pude decir nada tenía la boca como aturdida, quería hablar con él pero no me salía nada de la garganta. Lo único que quería era verle la cara que no podía distinguirla. No pude distinguir nada ya que la luz era cegadora, fortísima. Me dijo: “Yo te cuidaré a ti a todas las personas como tú tranquilo”. Intenté hablar pero no me salía de mi boca nada. Estaba muy intranquilo quería saber quien era, o mejor dicho que era ese “ser” y no podía indagar ya que no me salían de mis cuerdas vocales nada. Me desperté y me encontré en una habitación grande con una enfermera al lado mía mirándome fijamente y me dijo: “Se encuentra bien”, y yo le contesté que sí. Allí estuve durante unas tres horas y luego me llevaron a mi habitación de planta donde estaba mi mujer y mi padre”.