Yo también soy Charlie

Je suis Charlie” (Yo soy Charlie”) es el grito y proclama que miles y miles de parisinos –más de cien mil dice la prensa-,  han repetido en la plaza de la República la misma tarde del odioso atentado contra la conocida revista satírica de Francia.

Es también la consigna que yo ahora escribo y repito en homenaje póstumo a los doce muertos víctimas del odio y el fanatismo. “Yo soy Charlie” porque me parece que, en la hora actual, toda persona honrada tiene que sentirse identificada con las víctimas y el pueblo agredido. Hoy ha sido Francia, mañana puede ser Alemania, Italia, España o cualquier otro punto donde brille la libertad. El fanatismo no tiene límites ni fronteras y el pretexto para matar lo mismo puede ser una revista, un libro o absolutamente nada, como fue el caso del once de marzo en Madrid.
La elección de Francia y su revista de humor “Charlie Hebdo” por los que dirigen y mueven a los fanáticos, no la han hecho al azar. Hacía ya mucho tiempo que los hijos y nietos de Alá la venían amenazando e incluso ya sufrió, hace unos años, otro atentado: una bomba que, aunque no tuvo ni muertos ni heridos, sí produjo cuantiosos daños materiales. No cedió la revista y siguió, semana tras semana, junto con “Le Canard enchainé”, -la otra gran revista de humor francés-, con sus caricaturas y su crítica social, porque reír y sonreír forma parte de la libertad del ser humano y es uno de los atributos que mejor distingue al hombre de los demás animales. Ahora, diezmada y con sus mejores plumas asesinadas, (entre ellas, su director Charb y tres de sus más prestigiosos dibujantes), tampoco va a ceder. Estoy seguro que seguirá publicándose e incluso aumentará su tirada. Ya ha anunciado el periódico “Le Monde” que la próxima semana se publicará la revista. Los puestos de los muertos serán ocupados por otros y la revista seguirá. Todos los años hay cientos de periodistas muertos y sin embargo la prensa del mundo sigue viva, cada día más viva, gracias a los nuevos sistemas informáticos que permiten la publicación en digital y papel. Así es y así será por mucho que les pese a los opresores de la libertad.
Los gerifaltes del odio tampoco han realizado al azar elección del país. Si Grecia ha sido la cuna de la civilización que hoy tenemos en lo que llamamos el mundo occidental, Francia, con su idea de libertad, igualdad y fraternidad, herencia de la gran Revolución del siglo XVIII y otras varias revoluciones menores del XIX,  le ha puesto el broche de oro. Y eso es lo que molesta enormemente a los fanáticos, que existan países en los que cada cual puede expresar lo que piense y pueda reírse hasta de su propia sombra. Son tan bestias que, a falta de razones, en seguida oyen la palabra libertad, sacan la pistola o, como decía otro de nuestros grandes fanáticos del pasado, acuden “a la dialéctica de los puños”. Naturalmente, la didáctica de la fuerza, cuando no se puede echar mano a la didáctica de la razón.
Esta luminosa idea de libertad, que prestigia la vida y la cultura francesa actual, no les cayó del cielo a nuestros vecinos del norte, como el maná a los judíos del desierto: la consiguieron tras larga y descomunal lucha. Atentar contra ella en París es ir al corazón mismo de donde se forjó esa idea de libertad y progreso que tanto les molesta y desconcierta a los bárbaros de hoy. No en balde París es la ciudad de la luz. Luz del pensamiento y la libertad, se sobreentiende, que nada tiene que ver con la luz del día que empañan las nubes y atenúa la bruma que en invierno sube del Sena. Sus faros tienen nombres propios -Moliere, Racine, Voltaire, Diderot, Hugo, etc., etc.,- y son conocidos en todo el mundo. A ellos hay que añadir la pléyade de científicos, pintores, escultores, filósofos y pensadores. De todos estos nombres insignes me quedo con uno solo, el ya mencionado Voltaire, y uno de sus libros menos conocidos: “Mahoma o el fanatismo”. Causa escalofrío la clarividencia con que aquel genio del siglo XVIII presagia, con casi tres siglos de adelanto, la hora actual. Termino con una pregunta que seguramente ya está en la mente del lector: ¿Dejará el mundo civilizado que el fanatismo y la barbarie nos convierta a todos en rehenes de su odio?