Me produce un enorme escalofrío la normalidad que invade las calles y la pasmosa tranquilidad en las conciencias tras el nuevo asesinato de este miércoles. Vuelve a ser “una cuestión de ellos”, ¿verdad?. La lógica de los acontecimientos ya la conocemos: portadas en los medios, silencio obsceno, demostración pública del supuesto trabajo de las autoridades competentes, ristra de posibles soluciones al problema, paso del tiempo, y el registro del dato estadístico como número que representa.
Se hace complicado escribir sobre este asunto. Y se hace complicado porque detrás de este asunto se esconde una cruda realidad: a nadie le importa un pepino lo que suceda en el Príncipe. Una barriada que, últimamente, ocupa muchas páginas en los medios, y no tanto, en la agenda de prioridades de quienes nos gobiernan, quienes han quedado descreditados para hablar de seguridad, y ya no pueden responder ante los vecinos y vecinas con argumentos convincentes porque, simplemente, se han desentendido durante años de una barriada y sus gentes por considerarlas de segundo orden. Sí, de segundo orden, y me refiero a todas las apreciaciones posibles que ofrece tal adjetivación.
Con su actitud han posibilitado que toda una barriada esté fuera del paraguas del Estado de derecho, del manido Estado de bienestar, y de toda norma aurea que consagra la igualdad entre hombres y mujeres. Y es algo perceptible en la medida en que “sus problemas” no son entendidos como una cuestión general, y sí particular, por quienes ostentan cargos de poder y quienes tienen la obligación de gobernar para todos. En esa particularidad anda la desigualdad y la segregación que durante años se ha permitido desde ambas administraciones. Basta ya de usar eufemismos para decir lo que muchos piensan.
Qué distante es la realidad de unos y de otros. Mientras vecinos de la barriada reclaman día a día mayor seguridad y el fin de una espiral de violencia que parece no tener límites, otros por el contrario, reclaman mejoras salariales por realizar sus funciones en el Príncipe. Intereses dispares que constatan realidades dispares en un mismo espacio y con idénticas víctimas. La culpa no es ni de unos, ni de otros, solamente es el resultado de años de olvido y ostracismo para con la barriada y con sus gentes.
Y qué distante también es la realidad del vecino que busca tranquilizar y convencer a sus temerosos hijos de que, a él, no le pasará nada si sale a la calle, con la del político responsable de turno que anda ufano por encontrar las palabras exactas en su comparecencia pública anunciando medidas, aún a costa de volver a prometer algo que, desde un principio, sabe que incumplirá de nuevo. Qué distante e indigno.
Quedan desacreditados porque desde el momento en que se niega la realidad, se contribuye a la subsistencia del problema. Desacreditados porque a pesar de la incontestable realidad, se apresuran a ofrecer datos que demuestran que Ceuta es segura. Qué parte de Ceuta es segura, les preguntaba yo. Desacreditados porque mientras ellos entran en ese bucle de datos, cifras y propuestas, siguen cayendo más jóvenes. Desacreditados porque, pase lo que pase, todo seguirá igual.
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