Cómo era fácilmente predecible, se consumó la “crónica de una estupidez anunciada”. La izquierda, sempiternamente enferma de sectarismo, vuelve a ceder a la derecha los instrumentos democráticos para defender los intereses de Ceuta. Siempre residual. Siempre testimonial. Siempre inútil. Siempre desesperante. Ni siquiera un cambio radical de contexto en la política española, y por primera vez en mucho tiempo una posibilidad real de ganar, han sido argumentos suficientes para vencer un egoísmo ya casi imposible disociar del ridículo. El PSOE se reivindica a sí mismo como soberbio sepulturero de la izquierda. Se desperdicia de este modo una magnífica oportunidad de hacer algo nuevo, distinto e ilusionante, más allá de actuar como un débil y lejano eco de las consignas emitidas desde la capital.
Ceuta se encuentra en un momento muy delicado de su historia. A los tremendos problemas estructurales ya conocidos (y asumidos), que nos han ido frustrando y deprimiendo hasta el abatimiento y la resignación; se ha sumado la ofensiva de Marruecos, ya sin discreción ni disimulo, para asfixiar económicamente a nuestra Ciudad y con ello, poder demostrar internacionalmente que “Ceuta es una colonia sostenida con fondos públicos de manera anacrónica y con un régimen político diferente al general del país matriz”.
Ante este renovado y gigantesco reto, la izquierda ceutí tenía la ocasión de reencontrarse con Ceuta (después de treinta años) y liderar una movilización social y política para exigir de los poderes del estado una política diferente que rompiera el viejo corsé que se esconde tras el ya famoso y fatídico “Ceuta y Melilla son una cuestión de estado”. Pero falta convicción, valentía, ambición y amor por Ceuta. Es infinitamente más cómodo seguir transitando entre lugares comunes a lomos de la indiferencia, en una trágica carrera de relevos que nos conduce indefectiblemente a un yermo desolado que incita a la definitiva deserción.
Porque una confluencia de izquierdas no se podía concebir como una simple aleación de siglas o una amalgama de personas, sino como el intento, también, de pergeñar desde el consenso una plataforma reivindicativa, capaz de imprimir un sello propio a la candidatura; una voz clara, firme y combativa en el parlamento que, además de apoyar políticas progresistas para nuestro país, supiera blandir la dignidad de nuestro pueblo para conquistar el lugar que nos corresponde. Era un sueño. Así empiezan todas las gestas de la humanidad. En nuestro caso, precozmente marchitado.
De este modo, afrontamos unas elecciones generales trascendentales orillando deliberadamente de antemano a Ceuta y a su gente. Los partidos “viejos” (PSOE y PP) son sobradamente conocidos. Sabemos lo que dan de sí. No en vano llevan treinta y siete años alternándose ininterrumpidamente en el poder, y son los suscribientes del pacto que truncó el derecho de ceutíes y melillenses a ser iguales que el resto de ciudadanos españoles. Nada se puede esperar de ellos. Su prioridad (con el incondicional apoyo de la monarquía), reiteradamente confesada, es Marruecos. Para ellos Ceuta es sólo un apéndice incómodo que hay que tratar con delicadeza para evitar un conflicto internacional (sin reparar eh gastos). Los partidos “nuevos” (Podemos y Ciudadanos) aún no han querido, o sabido, definir su posición respecto a Ceuta y Melilla. Aquí funcionan como meros franquiciados de una marca nacional (carecen de personalidad propia); y allí en Madrid, donde se toman las decisiones, rehúyen comprometerse en un asunto complejo que puede suscitar controversias incómodas que no les compensan. Así que lo mejor es “no meterse en líos”. Para estos nuevos actores, Ceuta es la valla. Sólo. De Vox no hay gran cosa que decir. Estos no piensan, sólo embisten. Bastante tienen con sus proclamas racistas, machistas, clasistas, xenófobas y homófobas, como para ocuparse de Ceuta.
La conclusión es que Ceuta sigue sola, extraviada y abandonada. Por eso es necesario, en estos momentos, hacer un breve inventario de agravios y calamidades. Para que todos los ceutíes seamos conscientes del alcance histórico de nuestra desidia. La costumbre y el olvido son buenos aliados para aliviar los remordimientos; pero no cambian la realidad.
Uno. La Disposición Transitoria Quinta de la Constitución, que contempla el derecho de Ceuta a constituirse en Comunidad Autónoma en pié de igualdad con el resto de regiones que integran el Estado español, supera ya los cuarenta años incumplida. Seguimos regidos por un Estatuto de Ciudad Autónoma que no es constitucional (basta con leer el artículo 137 de la Constitución, en el que se dice textualmente que “El Estado se organiza territorialmente en municipios, provincias y las Comunidades Autónomas que se constituyan”). Así no ofendemos a Marruecos, admitiendo que somos España… pero menos. Todo se puede ir hablando… sin prisas.
Dos. En nuestra (santificada) Constitución, se asigna representación en las Cortes Generales a “las poblaciones de Ceuta y Melilla”, no a los territorios, como sucede en el resto de los casos (incluidas las islas). Otro guiño de rango constitucional a las tesis anexionistas de Marruecos.
Tres. Ceuta (y Melilla) son las únicas Ciudades del mundo que carecen de aguas territoriales. Un derecho reconocido internacionalmente. Marruecos no “lo permite”.
Cuatro. Ceuta (y Melilla) están excluidas del paraguas defensivo de la OTAN. Es un regalo de Estados Unidos a Marruecos, aliado preferente en la zona norte de África. Que lógicamente España asume con docilidad.
Cinco. Ceuta y Melilla están excluidas de la Unión Aduanera. Tienen la consideración de “terceros países”. Siempre lejos.
Seis. Ceuta (y Melilla) son los únicos territorios excluidos del Espacio Schengen (que supone la eliminación de las fronteras internas garantizando la libre circulación por el territorio europeo…. salvo Ceuta y Melilla)
Siete. Ceuta y Melilla son las únicas entidades territoriales que no pertenecen al Comité de las Regiones Europeas. Otro testimonio irrefutable de nuestra intencionada discriminación.
Ocho. Ceuta carece de una Aduana Comercial con Marruecos. A pesar de las “buenas relaciones”, y de los indiscutibles argumentos geográficos, Marruecos se niega rotundamente a esta posibilidad (alegando que no se pude poner una aduana que separe dos regiones del mismo país), condenándonos al contrabando precario e inestable.
Nueve. España, y la propia Unión Europea, han otorgado a Marruecos una posición de privilegio geopolítico. Su contribución a la lucha contra el terrorismo islámico, y a la (bien pagada) contención de la inmigración ilegal; a lo que hay que sumar los poderosos intereses económicos, convierten al país que nos quiere arrebatar Ceuta y Melilla en “intocable”. La relación de sumisión es humillante.
Diez. El “cierre” de la frontera para transacciones comerciales, anunciado ya por las instituciones marroquíes (solo está en discusión el plazo) nos aboca a una asfixia económica capaz de alterar nuestra naturaleza a medio plazo.
Durante los dos próximos meses, antes de votar, oiremos una infinidad de mensajes políticos de toda clase y condición, en los que nunca aparecerán propuestas concretas para rescatar a Ceuta de su vertiginoso descenso a los abismos. A los ceutíes sólo nos quedará, preguntar con vergüenza, como en la simpática canción: Y Ceuta… Pa’ cuándo?
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