Categorías: Opinión

Xenofobia institucional

En efecto, el ciudadano Tarek Mizziam, Presidente del PDSC, ha declarado que la Ciudad ejerce una xenofobia institucional contra los ‘musulmanes’ porque no hay bomberos de religión musulmana. Eso es ser directo. Yo también voy a ser directo. El señor Mizziam no se ha andado por las ramas, ha ido al grano, a donde duele y puede hacer daño. Parece como si el presidente del PDSC hubiera observado con detenimiento la actitud que ciertos elementos pertenecientes a la coalición ‘Caballas’ mantienen a este respecto, sobre la supuesta marginación de los ciudadanos de confesión ‘musulmana’ en nuestra ciudad. Puede que el señor Mizziam vea que como a ‘Caballas’ le va bien esa actitud y obtiene réditos,  él –y su partido– también podría arrastrar al electorado de ‘religión musulmana’ adoptando una postura radical, maximalista y un tanto peligrosa. En mi opinión, a eso se le llama ‘jugar sucio’. En fin, el ciudadano Mizziam es muy libre de hacer y decir lo que crea más conveniente. Está en su derecho.  De todas maneras, es difícil crear ideas –lo dijo André Maurois– y fácil crear palabras.
En las sociedades democráticas y liberales el pertenecer a una determinada confesión religiosa es una anécdota, sin embargo, el ser ciudadano de un Estado es una categoría. De esto se sigue que tan sólo en los países teocráticos –como son los arabos-musulmanes– la religión todo lo impregna: desde la Constitución, si la hubiera, hasta el saludo cotidiano cuando dos personas se encuentran –esto lo sabe perfectamente el señor Mizzian–, pasando por leyes, basadas generalmente en la ‘sharia’, usos, costumbres, normas, incluso en la marginación más o menos acentuada de la mujer. En esas sociedades teocráticas el ciudadano no es libre para ejercer su individualidad –y menos la mujer–, no existe la individualidad ni los derechos, obviamente, individuales, existe el colectivo, los derechos colectivos, los que impone la ‘sharia’, basada en la tradición, en la religión, en el Corán. En esas sociedades no se es ciudadano en su sentido primigenio, sino que se es súbdito y fiel seguidor de una religión, es decir, se es musulmán, se quiera o no.
Por el contrario, en nuestras sociedades occidentales, ya lo apunté más arriba, el derecho a ser ciudadano de un país no es aleatorio, es lógico, es normal. En esas sociedades, al ciudadano le importa un bledo si el vecino es judío, musulmán, o cristiano. Lo corriente, lo habitual, es que los ciudadanos de las sociedades occidentales se sorprendan cuando alguien –como el señor Mizziam hace– enarbole la religión para pedir derechos espurios, prebendas, o para conseguir una ventaja. Concretamente, en España, el tiempo del nacional-catolicismo afortunadamente ya pasó. Que no nos venga ahora el señor Tarek Mizziam con el nacional-islamismo. Es de mal gusto y se suele hacer el ridículo en estas sociedades democráticas y liberales cuando se enarbola la confesión religiosa para obtener beneficios.
A este respecto, no descubro nada cuando escribo que ninguna religión –especialmente las monoteístas– ha sido nunca fundamento de la libertad y de la convivencia civil. Tampoco es una primicia manifestar que cuando una religión, una fe, ha intervenido como protagonista o partícipe en un proceso político la experiencia ha sido tan devastadora y nefasta que es mejor impedir que toda creencia se inmiscuya en los procesos políticos de los países. Cada ciudadano que viva su fe como y cuando quiera, pero que no pretenda conseguir una dádiva, una canonjía, por ser musulmán, mormón, o cristiano. Eso de ninguna manera. Diferente es que un partido político en una sociedad democrática tenga ciertos ecos de alguna confesión religiosa. No es lo mismo.
Centrándonos ya en nuestra ciudad, si no hay ningún bombero ‘musulmán’ será porque si alguno se ha presentado, no ha sido capaz de superar las pruebas que se exigen para entrar en el Cuerpo. Ya es hora que en Ceuta seamos todos ciudadanos, no fieles de una determinada religión. Olvidemos lo de barrio musulmán, ciudadanos musulmanes o comunidad cristiana. Todo eso suena ridículo y medieval. Las religiones son un pesado fardo que llevan de la mano el oscurantismo y la superstición, que conducen al fanatismo. Ser culto es un imperativo emparentado con la propia dignidad del ciudadano. Que no nos intenten reducir, pues, al estado de ‘servidumbre’.

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