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Vuelven los sofistas

Como se sabe, los “sofistas” surgieron en la Grecia del siglo V, antes de Cristo. Formaban un  grupo de profesionales que se tenían por maestros del saber e iban por los pueblos presumiendo de la retórica y arte de convencer. En principio, fueron muy valorados y bien pagados, porque tenían gran  poder de persuasión. Eran capaces de defender en un mismo lugar y ante el mismo auditorio, una tesis y la contraria; lo que da idea de sus falsedades. No les interesaba la verdad, ni les daba el más mínimo reparo de mentir, presentando como sólidos argumentos lo que sólo eran débiles ficciones. Sus razonamientos eran engañosos (sofisma). Actuaban con oportunismo y lenidad, como verdaderos demagogos que no estaban al servicio de la verdad, sino que eran meros charlatanes embaucadores que lo único que buscaban era su propio provecho en la “polis-estado” y en las asambleas públicas. Su doctrina era subjetiva, relativa y escéptica. Sus enseñanzas eran materialistas, no les interesaban las personas ni las almas.
Los sofistas más afamados fueron Arquímedes, Eurícledes, Pericles, Sófocles, Eurípides, Herodoto, etc, grandes matemáticos y filósofos, pero que ponían su centro de gravedad en lo material, ignorando por completo a la persona. Tenían una visión mercantilista e interesada de la vida y de las relaciones sociales, y sentían desprecio hacia la ética y la moral. Por eso fueron luego denunciados por otras figuras del Siglo de Oro de Grecia, como Sócrates, Platón, Aristóteles y otros, que dieron el llamado “giro antropológico”, con el que ya no sería lo primero a valorar las cosas materiales, sino la persona humana, la ética y la moral. Esta nueva doctrina bajaba de las nubes para aterrizar en la tierra, donde estaban las personas con sus problemas y necesidades, que había que resolvérselos y dejarse de cuentos.
Platón decía que “el hombre es la medida de todas las cosas”. En su “República” decía que: “El gobernante no está para atender a su propio bien, sino al del gobernado, y que la política y la moral deben ir siempre juntas, nunca separadas. Por su parte, Sócrates, en el “Georgias”, refiere que hay dos clases de retóricas: una, la de adulación y vergonzosa demagogia oratoria; y, otra, la que trata de mejorar todo lo posible a las personas y persigue su bien. Sócrates era depositario de la “humildad”, pues siendo el más sabio de todos, cuando los demás sabios le preguntaban cómo podía saber tanto, él lo negaba diciéndoles: “Sólo sé que no sé nada”. Y Aristóteles, definía a los sofistas como “sinónimo de falacia, de una refutación aparente y no real, mediante la cual se defendía algo falso, con tal de dañar al adversario”.  “Es imposible - decía - que logre la felicidad quien no realiza buenas acciones, y nadie las puede realizar sin virtud y sin juicio”.
¿Y por qué esta referencia ahora a los sofistas, tras casi 2500 años de su primera existencia?. Pues porque en muchos aspectos de la vida parece como si se hubieran vuelto a reencarnar en el mundo de hoy con iguales formas e idénticos métodos. Han cambiado en los medios, ahora más modernos, pero sus fines son  los mismos. Ejemplo de ello, se tiene en la actual malversación moral de la política, que tanto utiliza la demagogia, la falacia, el engaño, la trampa, el cambalache, etc. Hoy, incluso en sociedades democráticas y en Estados que son de derecho, como el nuestro, cada vez más se recurre a la manipulación de la gente, casi siempre valiéndose del enorme poder de los medios de comunicación. Ahora, como en la época de los sofistas, vuelve a haber muchos charlatanes y muy poca seriedad ni con las personas, ni en las relaciones sociales, ni siquiera en muchas de las instituciones, ni en bastante de sus responsables, que una y otra vez incumplen sus compromisos y la palabra dada al pueblo.
Ahora vuelve a estar de moda lo que ya se creía desterrado, como el “pensamiento único” y “o se está conmigo, o contra mí”; se eleva a la categoría de incuestionable realidad lo que lisa y llanamente está vano o huero; se juega con los sentimientos y con las necesidades vitales de las personas en lugar de ir directamente a resolver sus problemas; se entretiene a la gente con falsos espejismos, vendiéndole una y mil veces aire y humo; se da apariencia de solidez a lo que en realidad sólo es una mera entelequia; se pierde el tiempo en polémicas estériles y, en lugar de ir directamente a la raíz de los problemas y de centrarse en su solución, en procurar el bien común, los intereses generales y la mejora de la sociedad en general, a lo que se atiende antes que nada es a pregonar cada cual “su verdad”, aunque se trate de la más obvia de las falsedades. El mundo anda así desquiciado, no sabe dónde va, y así no podemos seguir. De ahí que la gente comience a hartarse y surjan movimientos como el los “indignados” del “15-M”.
¿Y por qué ocurre todo eso?. Pues porque han vuelto al escenario los sofistas. Hoy lo que más importa es el mercantilismo, lo material y el afán de lucro; todo se vende y todo se compra, hasta la dignidad de las personas; lo que más se codicia es “poder”,  “ser”y “tener”, que son el “becerro de oro” que ocupa el centro de todas las cosas. Lo que más interesa a buena parte de los dirigentes es mantenerse en el poder, y lo que menos, la persona, sus problemas y sus necesidades. Las virtudes morales, el respeto mutuo, los comportamientos nobles, el decoro personal, la caballerosidad y la educación, a menudo se ven suplantados por la insidia, la hipocresía, la codicia, el fraude, la mediocridad, la chabacanería y la ordinariez. Hoy les va bien a los pillos y desaprensivos, porque sus granujerías son vistas como un mérito para poder triunfar en la vida. Y eso sucede porque se da una pérdida de lo que siempre fueron valores fundamentales en las personas y en las sociedades, como derecho, justicia, ética, moral, responsabilidad, dignidad, honestidad, solidaridad, familia, buenas costumbres, trabajo,  esfuerzo, mérito, capacidad, etc.
Sin embargo, uno piensa que hay que tener fe en el futuro. Siempre en todas las sociedades y en todas las épocas ha habido alternancias negativas y positivas en la vida de los seres humanos y de los pueblos; y, a pesar de todo, creo todavía en las personas de bien, en la mucha gente que aun queda honesta, íntegra, sensata y cabal; de manera que, al igual que ocurrió con aquel pasado esplendoroso que en principio tuvieron los sofistas, pero que la burbuja de aire en la que se encerraban terminó por desinflarse, cayendo desplomados y quedando sepultados bajo la montaña socrática-platónica-aristotélica de la ética, la moral y el culto hacia las nobles y justas causas, pues también ahora terminará por imponerse en muchas parte del mundo, con el juicio, la razón y el sentido común de las personas, de la sociedades y de los pueblos. Vivamos, al menos, con esa esperanza.

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