Hace ya algún tiempo que Disney, cargado de argumentos y ausente de innovación decidió desempolvar los grandes clásicos estandarte de la casa para hacerle una revisión actualizada a los nostálgicos y, sobre todo, a los potenciales nuevos fieles espectadores que han nacido o crecido después de los estrenos de los originales. Como siempre decimos en estos casos, muchísimo menos tiene el gesto de romanticismo que de fríos números puros y duros.
En esta ocasión es a la célebre Mary Poppins a la que le ha tocado el turno, pero no se trata exactamente de una revisión en lo estricto de la palabra, sino de una secuela en toda regla.
Julie Andrews es sustituida por una solvente Emily Blunt, que interpreta a la mágica niñera que en esta ocasión vuelve sin una sola arruguita (la magia es lo que tiene) para socorrer las angustias muy “dickensianas” de una nueva generación de la familia Banks, protagonista de la primera. Ambientada en el Londres de los años 30, esta versión 2.0 por ambientación, 1.0 en esencia, ayudará a que los niños y los adultos a los que viene a cuidar no olviden la alegría como componente del día a día y no se olviden de ser felices. Casi nada.
El polifacético Rob Marshall, consumado especialista del cine musical (sí me temo que no había mencionado que esta secuela también enlaza cancionceja con cancionceja sin dejar tregua) con notables títulos a sus espaldas como Chicago, Nine o Into the Woods (de ésta última se saca para este reparto a Meryl Streep como secundaria o a la propia Emily Blunt) recrea una atmósfera retro muy fiel al espíritu de la primera Mary Poppins, de la que ha procurado no cambiar nada en absoluto. El toque nostálgico casi sentimental choca frontalmente con cierto aire frío que tiene todo trabajo de Marshall y que no llega del todo a sacar el aplauso de los viejos seguidores. Entre otras concesiones a los mismos se permite el lujazo de contar para la galería con los poderosos cameos de Dick Van Dyke o Angela Lansbury. La impecable puesta en escena con deliciosos momentos mezclados de acción real y dibujos animados se tornan junto a la modernización de los efectos técnicos y una dirección artística virtuosa lo mejor de la macropropuesta de Disney, que otra cosa no sé, pero presupuesto para comprar lo más granado del mercado no pueden decir que les falte.
La sensación global que sin embargo nos queda tras volver (uno va teniendo una edad) a ver a Mary Poppins en la pantalla con una historia más o menos nueva es que si bien es cierto que se ha tratado al personaje con el respeto de no hacerla cambiar, puede que sea en realidad la sociedad la que ha cambiado y una cinta de estas características no te haga aparecer en el cerebro la palabra nostalgia, sino conceptos como “candidez” o “vuelta a algo ya pasado”. Eso sí, en la mano de cada uno está el cómo hace envejecer sus recuerdos de niñez, pero seguramente los nuevos niños no asimilen estos mismos recuerdos como propios cuando vienen de tiempos que no han vivido…
PUNTUACIÓN: 5