Categorías: ColaboracionesOpinión

Volver a Ceuta

Mientras se le va acercando Ceuta (o él se va acercando a Ceuta) no puede por menos de acordarse de aquel lejano día de hacía más de medio siglo que él desembarcara por primera vez en aquella ciudad. Recuerda que llegó casi aguantando las lágrimas, como recuerda que se marchó de allí, algo más de dos años después, sin poder ni querer aguantárselas. Y eso que estaba bien seguro que volvería. Que enseguida, en el primer momento, volvería. Y volvería,además, muchas veces más. No en balde a Ceuta la llevaba ya metida dentro de su corazón y nada ni nadie se la podría arrancar de allí. Pero hasta ahora, hasta hoy, más de cincuenta años después, no había encontrado ese momento de volver. Se dice pronto. ¡Más de cincuenta años! Casi toda una vida… Pero es que fue al poco de haber regresado a su casa finalizado su servicio militar, cuando su padre repentinamente falleció, quedando él, como único hijo, al cargo de todos los negocios que su padre con tanto trabajo, empeño y esfuerzo había creado y levantado. Tuvo, pues, él que coger las riendas de ellos acelerada y precipitadamente y lo que era peor, sin los consejos ni el asesoramiento de su padre que tan necesario y fundamental le hubiera sido en aquellos momentos. Fue una dura y pesada responsabilidad la que cayó de golpe sobre sus espaldas porque de él dependía no sólo su familia sino un gran número de ellas a las que no podía defraudar ni dejar en la calle. Fueron muchos años duros y difíciles en los que vivió dedicado única y exclusivamente al trabajo al que se entregó en cuerpo y alma, dejando aparcado todo lo demás de su vida.
No volvió a Ceuta. Pero a Ceuta no la olvidó. Ceuta estaba dentro de él, clavada en su memoria y en su corazón como la novia que no tuvo allí. Igual. Lo mismo que estaban ellas… las hijas del comandante. Recuerda que cuando llegó con las lágrimas casi asomando a sus ojos y su petate al hombre, en su cartera llevaba una carta de recomendación para el comandante B. que era amigo de un amigo de su padre. Pero él no quiso nunca hacer uso de aquella carta.. No quería ser tratado de una manera diferente a la de los demás soldados, sino ser un soldado más en el cuartel sin ninguna prerrogativa ni consideración especial, con su instrucción, sus guardias, sus marchas y todos los trabajos inherentes a la vida militar.
Y así fue hasta que un día su padre le recordó que fuese a saludar a aquel comandante aunque fuese por cortesía. Y él fue a verle al mismo cuartel, pero el comandante le invitó a su casa, presentándole a su esposa y  a sus cuatro hijas. La familia entera se volcó con él, llegando enseguida él a sentirse en aquella casa como si fuese la suya y aquella familia como la suya propia también.
La casa del comandante, que éste había heredado de sus antepasados todos nacidos en Ceuta como él mismo, su esposa y sus hijas, estaba situada en un pequeño promontorio y tenía a todo  su alrededor  un extenso y frondoso jardín desde el que se divisaba todo el mar, todo el Estrecho y parte de la otra orilla de España. Y en aquel jardín, contemplando aquel paisaje maravilloso y con aquellas cuatro muchachas, pasaba él todo el tiempo que tenía libre y que le dejaban sus obligaciones de soldado. Y mientras sus compañeros se metían en el cine o se dedicaban a pasear calle Real arriba, calle Real abajo, o por el Paseo de las Palmeras o hasta por el muelle, él pasaba las horas en aquella bendita casa donde tan bien recibido era y en aquel jardín charlando y escuchando las charlas de aquellas muchachas y de las que él no pudo evitar enamorarse perdidamente de las tres mayores al mismo tiempo.
Tal vez por eso se vio en la imposibilidad de escoger y decidirse por una de las tres. Porque, ¿cómo pretender y hacerse novio de Beatriz si le gustaba por igual África o Toña…? Sólo Daniela, la pequeña Danielita, se libró se su enamoramiento. Y es que Danielita, aunque tenía ya quince años parecía una niña de nueve o diez. Era, por lo tanto, muy bajita, regordetita, con los ojos achinados y un hablar ronco y chapurreante que a él en un principio le costaba entender, pero que después de tanto oírla acabó por entenderla mejor que nadie. Y se reía con ella, con las cosas que se le ocurrían y ella se reía también con él con las cosas que le contaba. Y la niña fue muy feliz junto a él lo mismo que sus tres hermanas. Sus hermanas tan bonitas y distintas a ella y que estaban llenas de vida e ilusiones y que le volvieron loco a él…
Pensando, pensando en todo esto que había ocurrido hacía ya tanto tiempo no ha reparado en que el barco ha cruzado ya la bocana, está empezando a atracar en el puerto y los viajeros se disponen a desembarcar con sus equipajes. También él desembarca mientras piensa que qué diferente este barco a aquel otro en el que él llegó por primera vez a Ceuta y que llamaban, se acuerda, La Paloma. También el puerto está distinto, como el lugar del atraque lo es. Todo qué cambiado lo encuentra, que distinto…
Pero tiene que rectificar al momento según se va adentrando en la ciudad. No todo ha cambiado. Allí están las Murallas como siempre, altas, altivas y enhiestas, recortándose en el azul del cielo. Allí el Puente del Cristo aunque esté diferente. Allí la plaza de África con su monumento a los caídos de una ya tan lejana guerra. Allí las dos Iglesias, la catedral y la de la Patrona…Sí, todo eso permanece igual.
Ya en el hotel, que justamente está edificado donde antiguamente había unos pabellones militares, recuerda él, se detiene lo justo para darse una ducha y sacar su ropa de la maleta. Está ansioso por recorrer la ciudad. La ciudad que por lo que puede advertir enseguida, está muy cambiada pero al mismo tiempo sigue siendo la Ceuta tantas veces añorada y recordada.
El Ayuntamiento permanece igual aunque ahora da a una espaciosa vía de amplias aceras y edificios nuevos y modernos. El Revellín, ancho también y espacioso, es ahora un paseo peatonal con árboles y bancos donde la gente se puede sentar a descansar. Él no lo hace porque todavía no está cansado a pesar de sus años ni el deseo de ver y recorrer la mayor parte de la ciudad se lo permite.
Ya en la plaza de los Reyes recuerda el entrañable  jardín de antaño. También lo encuentra muy cambiado y ahora luce un pórtico que le da empaque y categoría a la plaza. Allí tomará un taxi que le subirá al monte Hacho y desde lo más alto contemplará extasiado, como siempre  lo contempló, aquel maravilloso e imponente panorama como jamás contempló otro igual en ningún lugar de los que había visitado en sus viajes.
Luego de un rato, y aunque sus ojos no se cansen de ver tanta belleza, baja en el mismo taxi hacia el centro pasando por esta amplia y nueva Marina, tan distinta a la que él recordaba. Entra en el Parque del Mediterráneo que recorre entre asombrado y extasiado y luego de un rato sale de allí para dirigirse hacia el monte del otro lado de la ciudad. García Aldave, el Mirador, la Mujer Muerta… Y desde aquellas alturas contemplar toda la ciudad extendida a sus pies y en medio de dos mares…
Desde allí ve ponerse el sol y cambiar el color del cielo que pasa lentamente del azul al rosa y al violeta… Piensa entonces que aunque mucho haya podido cambiar la ciudad hay cosas que no la pueden cambiar la mano del hombre y que permanecerán  inalterables por siglos y siglos y mientras el mundo sea mundo.
Ya oscurecido el cielo regresa al hotel donde cena frugalmente y se acuesta enseguida pensando y ansiando ya el nuevo día. Y es que ese día le espera una ingente tarea que sólo pensar en ella se le aceleran los latidos de su corazón: Buscarlas a ellas. Él sabe que ya no serán aquellas muchachas que él tiene en su recuerdo, como, ay, tampoco él es aquel muchacho de sus veinte años. Pero ellas seguirán siendo ellas mismas con sus años, sus achaques y lo que les haya deparado la vida.
Se habrán casado ( como él mismo se casó), alguna a lo mejor se habrá quedado viuda (como él también se quedó). Danielita, si vive, permanecerá soltera. Al comandante y a su esposa no espera encontrarles. Han pasado muchos años… Pero a ellas sí.  ¿Por qué no han de vivir si eran más jóvenes que él y él todavía está vivo…? Pero de pronto le asalta una idea. ¿Se seguirán acordando de él como él se sigue acordando de ellas que nunca, nunca las ha olvidado…?¿Le habrán recordado en todo este tiempo  o quizá habría pasado él por sus vidas jóvenes y alegres sin dejar la menor huella como ellas la dejaron en él…? No lo sabe, en efecto. Pero ya arde en deseos de saberlo, de comprobarlo. Y para ello, al día siguiente, antes de las diez de la mañana, ya está en la calle dispuesto a buscarlas, a encontrarlas …
… El día ha amanecido claro y luminoso, como él  recuerda que eran la mayoría de los días allí, bajo un cielo intensamente azul, igual que el color del mar de ambas orillas, hoy en completa calma semejante a un quieto e inmenso lago. Y todo iluminado por una luz tan pura y tan intensa que hasta parece herir los ojos con su vivo resplandor, y que tampoco, tampoco, había logrado ver una luz semejante en ninguna otra parte del  mundo.
Andando, andando, ha llegado a aquellos parajes que ya nada recuerdan a los que él tiene en su memoria. Edificios nuevos y modernos y altísimos, de muchos pisos, rodean la casa del comandante que como un milagro se conserva aun en pie pero con un aspecto tan ruinoso y deplorable que parece que estuviese esperando que de un momento a otro la máquina demoledora la echara abajo. Y su jardín, su hermoso y frondoso jardín, es ahora un erial cubierto todo él de hojas secas y maleza cuya altura llega a tapar ventanas y hasta casi media puerta. Comprende con tristeza que aquella casa hacía largo tiempo que estaba deshabitada.
Y ellas, ¿dónde están?    se pregunta desalentado. En algún lugar tienen que estar. Unos momentos  de indecisión pero enseguida reacciona, preguntando en las casas  más cercanas si sabían algo de la familia que antaño habitara aquella casa. Pero nadie supo darle razón. Eran gente joven, gente nueva los inquilinos de aquel nuevo barrio y nadie ni siquiera había oído mencionar a aquella familia. Se le ocurrió entonces que en algún organismo militar le podrían informar tal vez y allí encaminó sus pasos. Y en efecto, allí le informaron. El comandante había fallecido hacía muchos años ya de Tte . Coronel. Su esposa unos años antes, le dijeron. Su pensión iba a un centro de mayores donde residía una tal Daniela B. hija del militar. De sus otras hijas no supieron darle razón. Pero era suficiente.
Y preguntando por aquí y preguntando por allá encontró aquel lugar y a la pequeña,  Danielita. Danielita seguía siendo pequeña, pero ya  no era regordetita, sino muy delgadita, muy encorvada, y con su pelo, ya muy escaso, completamente blanco, enmarcando una carita  muy pálida en la que sólo sobresalían sus ojos, que él recordaba tan achinados y que ahora parecían apagados, como empañados y desvaidos y casi sin mirada.
Estaba sentada en una silla de ruedas con la cabeza baja, pero cuando él se acercó a ella, después de dominar su emoción, y le dijo quién era, pero esperando que ni siquiera se acordase de él, notó como al instante levantaba la cabeza, le miraba y sus ojos parecieron iluminarse de repente y como si su mente despertara no sabía de que letargo. ¡Pues claro que se acordaba de él! le     dijo con su hablar ronco e ininteligible, pero que él entendió como antaño. Milagrosamente, añadió, su memoria era lo único que se conservaba intacta en su cuerpo envejecido y decrépito.
Él, sentado ya frente a ella, le preguntó entonces por sus hermanas. Y él noto cómo la mirada de ella se ensombrecía. Las tres habían muerto. Las tres ya no vivían. Beatriz había muerto muy joven, antes de cumplir los treinta años en un accidente recién casada. África con apenas cuarenta de una corta enfermedad, dejando viudo e  hijos que no vivían allí y de los que no había vuelto a ver ni saber nada. Toña, tres años haría que había muerto. Y había muerto en aquella misma residencia donde ella estaba. Nunca se casó. Tal vez porque se dedicó a cuidarla a ella. Durante muchos años vivieron las dos en la casa familiar, pero envejecieron ellas, envejeció la casa y no pudieron seguir allí, optando por venirse aquí. Las dos juntas, muy unidas, como habían vivido siempre, y haciéndose compañía mutuamente y hablando y recordando el pasado.  Recordando aquellos años en que habían sido tan felices. También a él le habían recordado muchas veces. Siempre, le dijo. Como se acordaba ella todavía, añadió, que él había sido el único hombre del que ella,  Daniela, se había enamorado. Igual que sus hermanas que las tres habían estado enamoradas de él. Ellas lo hablaban, lo comentaban entre sí, pero ella no se lo contó a nadie nunca porque le daba vergüenza. Temía que se rieran de ella. ¡Era ella tan distinta a sus hermanas…! ¿Se acordaba él de ellas? le preguntó.
-Claro que me acuerdo. Nunca os he olvidado, a ninguna. Como no he olvidado aquel tiempo que pasé junto a vosotras…
-Sí, fue un hermoso tiempo… -murmuró Daniela-. Qué lástima que de todas yo sola haya quedado. Muchas veces me pregunto qué hago yo ya aquí. Que porqué Dios me habrá dejado…
-Tal vez- dice él- para que yo te pudiera encontrar. Para que yo te pudiera ver y me dieras razón de vuestras vidas.
-Si es así- contesta ella como conformándose-, tal vez haya merecido la pena vivir todos estos años y pasar tantas penas. También yo me alegro de haberte visto y saber de ti cuando tantas veces nos preguntábamos que sería de ti y si nos habrías olvidado. Ya veo que no y eso me llena de alegría, la misma que se hubieran llevado mis hermanas al saberlo…
Sonrió Daniela como a lo mejor hacía tiempo que no sonreía. Él sonrió también pero sintiendo una honda tristeza. Por todo. Por el pasado que había muerto. Por los recuerdos que no había olvidado. Por lo que quedaba del presente…
Una semana entera se quedó el antiguo soldado en Ceuta. Una semana que pasó recorriendo la ciudad y haciendo compañía a Daniela.
Ambos rememorando aquellos lejanos tiempos que algunas veces les hacía sonreír y otras asomar las lágrimas a sus ojos.
Cuando se marchó, cuando se alejó en el mismo barco que le había traído a Ceuta ahora, se iba con la firme decisión de volver lo antes posible, y ahora de verdad. Ahora nada ni nadie se lo podía impedir. Y volvería a ver a Daniela, y volverían juntos a evocar aquellos felices años que vivieron y que sería como si los vivieran de nuevo.
Se lo juraba a sí mismo mientras se alejaba y veía perderse en la lejanía, recortada en el cielo,  aquella querida ciudad tan clara y hermosa, tan vieja y tan nueva, tan cargada de historia y de gestas imborrables…
Con esa ilusión partía. Con la de volver. No pensaba en sus muchos años. Ni en los años de Daniela tampoco. Siempre puede quedar un año más en la vida, se decía. ¿Por qué no? Y se lo decía con ilusión, esperanzado, mientras Ceuta se alejaba de él ( o él se alejaba  de Ceuta…)

Entradas recientes

París 2024: la selección de fútbol de Marruecos pierde ante Ucrania (2-1)

La selección olímpica de fútbol de Marruecos perdió este sábado ante Ucrania (2-1) en el…

27/07/2024

‘Dragons Camoens’ vuelve a escena un año después

Este sábado 27 de julio el Dragons Camoens lo recordará por mucho tiempo. El equipo…

27/07/2024

La fragata Hassan II protege la residencia de verano de Mohamed VI

Mientras surcaba el Estrecho de Gibraltar en su camino para asegurar la residencia de verano…

27/07/2024

Muere un cachalote tras chocar con una gran embarcación

Circe, Conservación, Información y Estudio sobre Cetáceos, ha dado a conocer este sábado un incidente…

27/07/2024

Un cuadro homenaje a Caballería obra de Pedro Orozco

El general jefe del Mando de Canarias del Ejército de Tierra descubrió este jueves junto…

27/07/2024

Villajovita, protagonista del sainete de verano PSOE-Ciudad

No hay más noticia política en este sábado de verano que Villajovita. El culebrón que…

27/07/2024