El covid ha cambiado la vida de todos en estos dos años. Tras cada caso de contagio hay una historia diferente por contar. Algunas de superación, otras de duelo, de aprendizaje y de lucha. Los más afortunados lo pasaron sin enterarse. Otros, tuvieron que lidiar una dura batalla. Muchos la siguen combatiendo a pesar del paso del tiempo. Es el caso de Verónica Morales, agente de la Policía Nacional de Ceuta a la que el coronavirus atacó en los primeros días de la pandemia, en marzo de 2020, y que, aún en la actualidad, continúa pasándole factura con importantes secuelas que hacen que la vuelta a la normalidad se torne complicada a causa de lo que la Organización Mundial de la Salud decidió denominar como Covid Persistente.
“En aquellos primeros días de la pandemia no se sabía nada del tema en Ceuta, pero un compañero comenzó a tener síntomas y, el 16 de marzo, fue al trabajo y nos aislaron a todos en Extranjería. El 21, sábado, comencé a tener síntomas. No pensaba que sería eso, me dolía todo el cuerpo y me tomé una pastilla para el resfriado. Pero el lunes perdí el gusto y el olfato y ya intuí que estaba contagiada. Acudí al médico de la Policía, Javier, y me hizo la prueba, que, por aquel entonces, la mandaban a Madrid y había que esperar para los resultados. A mí no me dio tiempo, porque al día siguiente tuve que ir al hospital en ambulancia con una fibrilación auricular. Ahí comenzó mi pesadilla. Tuve todos los síntomas posibles menos fiebre, ya que a mí me afectó con hipotermia y llegué a tener 34 grados de temperatura. En el Hospital nadie sabía cómo actuar, lo viví muy mal, no solo por mí, que pase mucho miedo, también y, sobre todo, por tener a mi lado a la abuela de una compañera y darme cuenta de que no se hacía nada. Estaba muy grave y al ver a gente fallecer a mi alrededor y verla a ella sentía una gran impotencia por no poderme levantar a ayudarla. Desgraciadamente, murió”, explica la afectada.
Según comenta la policía, en vez de ir mejorando, cada vez fue a peor: “Me afectó mucho al corazón. Tanto, que no podía levantarme de la cama. Me daban taquicardias y fibrilaciones. Estaba tan mal que no me podía ni lavar la cabeza. La segunda vez que fui al hospital recuerdo que fue obligada, porque no quería ir pero me salía muy elevado el dimero ‘d’ y tenía peligro de trombos, entonces me tenían que tratar y estuve ingresada varios días justo al lado de la abuela de una compañera que tristemente falleció. La tercera vez que me ingresaron ya estuve más tiempo y me afectó a la tiroides acelerándome el metabolismo y haciendo que estuviera peor aún”, comenta.
Pasados dos años, Verónica explica que sigue teniendo anticuerpos y que no ha vuelto a contagiarse. Comenta que aún tiene un alto porcentaje del virus en sangre porque el covid “no se quiere ir de su cuerpo”.
Una situación, que no deja a esta mujer volver a retomar del todo la normalidad, afectándole en su día a día con secuelas que llegan cuando menos se lo espera: “En diciembre tuve un episodio de fibrilación de cuatro horas saturando a 74, me tuvieron que ingresar de nuevo, porque no podía ni hablar. No sé cuándo me va a dar, empiezo a encontrarme mal y me pongo mala. No puedo hacer nada. Ojalá estuviera bien, porque me afecta al corazón y también al tiroides, lo que me ha hecho perder mucho peso a pesar de comer con normalidad”, relata.
Una enfermedad que no termina de curarse y que hace que Verónica no pueda evitar sentir miedo: “Me cambié de departamento, de Extranjería a Estadística, solo por no tener contacto con gente. Durante la sexta ola he ido a trabajar por las tardes para estar sola. Intento esquivarlo, no cené ni con mi familia en Navidad. El covid me ha pasado mucha factura emocional porque lo he pasado muy mal”, comenta.
A pesar de todo, reconoce que el coronavirus le ha hecho ver lo importante que es la familia y le ha enseñado una valiosa lección: “He aprendido lo importante que es la gente que te quiere y vivir el momento sin dejar las cosas para luego, porque el covid me ha dejado muy claro que hoy puedes estar y mañana no”, concluye.
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