Sin duda, los enemigos están dentro. Viven en nuestro edificio, en nuestro propio rellano, en el barrio, o en nuestra ciudad. A muchos de ellos los conocemos por sus nombres y conocemos a sus familias. Visten como nosotros y nos dan los buenos días todas las mañanas, con su mejor sonrisa, cuando nos los cruzamos en el portal. Estamos codo con codo con ellos en la barra de la cafetería a la hora del desayuno. Son extrovertidos, comunicativos y cercanos. Hablan pausado y dan la impresión de que nunca se exaltan. Un día cualquiera descubrimos accidentalmente, o no, que han sido instruidos firmemente y se han convertido en apóstoles de una ideología que tiene trazas de religión, pero no es una religión, aunque se le parece. Usan expresiones y palabras como conciencia y solidaridad universal, tolerancia, convivencia, igualdad y otras que suenan bonito a nuestros oídos. Nos dicen que las sociedades homogéneas no tienen futuro, que son cosas del pasado, que ahora, lo moderno, lo actual, es que en las sociedades europeas veamos a gentes variopintas, diferentes razas, idiomas, religiones, etnias, eso es bueno, añaden. También nos dicen que quienes se oponen a este tipo de sociedad son unos racistas, unos xenófobos, unos fascistas, en suma, y deben ser marginados, incluso deben ser encausados por un fiscal y un juez por odio al diferente, al extraño. Finalmente, pronuncian la palabra mágica: multiculturalismo. Nos hablan de él con la fe del converso, se ven enfebrecidos por la ideología que predican, se ponen estupendos y se van hacia arriba. Así, de este modo, sin que nos demos cuenta de ello, llevan a cabo una labor de derribo de las conciencias timoratas y, aun, de las mas resistentes. Son inasequibles al desaliento y al desánimo. Son, digámoslo ya, los multiculturalistas, los apóstoles de esa ideología perversa llamada multiculturalismo.
Uno de estos apóstoles del multiculturalismo, María Tejada, coordinadora de la Fundación Ideas, fue entrevistada a doble página, en este periódico, el pasado domingo, y dejó perlas que merecen ser analizadas. Para los olvidadizos, debo decir que la Fundación Ideas se encuadra en el organigrama del PSOE, y su vicepresidente ejecutivo, Jesús Caldera, se hizo tristemente famoso años atrás por el “Papeles para todos”, y legalizó a casi 700.000 ilegales. Asimismo, de esta Fundación se ha hablado mucho debido a que su director, Carlos Mulas, fue destituido por Caldera debido a unos chanchullos con cierta cantidad de dinero.
Pues bien, la tal María Tejada, a lo largo de la entrevista, se pone estupenda y se maneja con un discurso clásico de manual. Es un discurso añejo, casposo, antiguo y viejo, a la vez, gastado y con olor a naftalina. Es el discurso que venimos oyendo desde hace veinte años, por lo menos, sobre la inmigración masiva y sobre los que se oponen a ella. En la entrevista no cesa de arremeter contra los que se oponen a esta inmigración masiva, calificándolos de extremistas y populistas, y de extrema derecha. Ella culpa a la crisis de la proliferación de estos partidos extremistas de derecha. Y de ningún modo, según ella, la inmigración va ligada, como se empeñan los de extrema derecha, a la delincuencia y a la seguridad (¡qué ilusa!). Incluso se sorprende de que haya partidos populistas y extremistas en Polonia y en Hungría, cuando su porcentaje de inmigración no llega al 2%.
¡Ahí quería ver a María! Esa afirmación me hace recordar que, cuando hace veinte años empezó a entrar esta inmigración masiva en España, sus correligionarios multiculturalistas engañaron a la ciudadanía diciéndole aquello de que el porcentaje de inmigrantes no alcanzaba el 2%, mientras había países en Europa cuyo porcentaje de inmigración pasaba el 8%. Ahora ya ves, María, tenemos por encima del 12% de inmigrantes en España. Hicisteis un buen trabajo los multiculturalistas, engañando al personal. Ahora tenemos inmigrantes hasta en la sopa y creciendo.
A la pregunta de si “aumenta el supuesto fracaso de la integración de los inmigrantes”, ella responde que no cree que realmente haya fallado el modelo de integración (¡qué ilusa!), pero sí cree que no han actuado con la firmeza requerida en el rechazo de la xenofobia y el racismo. Esta señora debe ignorar que para toda acción hay una reacción (pura física de Newton), y, por consiguiente, los ciudadanos no iban a quedarse cruzados de brazos, viendo cómo sus calles, sus barrios y sus ciudades se llenaban de inmigrantes, la mayoría con entrada ilegal, y cómo, andando el tiempo, les han hecho la vida imposible. Lo que le sucede a esta señora y a sus correligionarios multiculturalistas es que han dado la espalda a la realidad y quieren que la ciudadanía también lo haga. Pero, eso sí, esta señora, al igual que sus correligionarios, no vivirá en el barrio-gueto rodeado de toda la cloaca multiculturalista. No, eso no. Eso se lo dejan para los que no han podido huir a tiempo del nuevo gueto y tienen que convivir y socializarlos, y aguantar las cabronadas de los inmigrantes.
Hubo un tiempo en que estos bellacos multiculturalistas convencieron al pueblo de que era bueno que los inmigrantes entraran a cientos, incluso saltando las vallas de Ceuta y Melilla. Estos apóstoles enfebrecidos nos engañaron con la peregrina idea de que “rompiendo fronteras” el mundo sería mejor, la deseada igualdad se haría efectiva y la tolerancia y la convivencia armoniosa nos harían mejores. No se debería obviar que estos manipuladores son artistas en el manejo del sofisma, es decir, ponen en circulación argumentos o razones con que se defiende o persuade lo que es falso. Detrás de todo ello se halla la caída de Europa y Occidente, en general, en las garras de la ideología multicultural. ¿Y a quién beneficia toda esta historia? Ya se ha repetido hasta la saciedad: al Nuevo Orden Mundial, cuyos muñidores son el sionismo y la masonería.
Es tal la habilidad de estos perversos apóstoles de la sociedad multicultural que aún hay millones de ciudadanos que se dejarían matar antes de denunciar este estado de cosas. España se va por el retrete, pero no pocos millones de españoles se muestran orgullosos de no caer en la tentación de criminalizar y rechazar la inmigración ilegal. Es más, “subirán alegremente al cadalso, que tarde o temprano levantarán los nuevos y próximos amos de la situación, contentos de no haber cedido al discurso del odio” de los racistas, xenófobos y fascistas. El ciudadano lobotomizado y aborregado no tiene conciencia del peligro que se cierne ni conciencia de defensa ante la inmigración ilegal. Hasta tal extremo ha llegado la criminal labor de estos apóstoles del multiculturalismo.
Hay que poner fin a la inmigración ilegal, nuestro futuro va en ello. El genocidio europeo está en marcha. La solución final de Europa se vislumbra sin mucho esfuerzo. Será el Holocausto de las poblaciones europeas. España y Europa se están asomando peligrosamente al abismo. Los multiculturalistas han tenido la habilidad de sembrar en las conciencias de los españoles y europeos la endofobia y el etnomasoquismo. Hay que reconocer que en eso han contado con la labor inestimable de los políticos filibusteros de nuestros países y de la UE, de las leyes que nos hemos dado con el objetivo claro de silenciar y encausar a quienes denuncien esta inmigración, de modo que cualquier crítica a la inmigración, aunque no tenga nada que ver con el racismo, será considerada racismo. A esos artífices de nuestras desgracias habrá que añadir las ONG, la iglesia y sus obispos, los sindicatos, la prensa silente y vendida a la ideología multicultural y los consabidos lameculos y lamebabuchas, cooperadores necesarios del sistema. De seguir en esta tesitura, dentro de tres generaciones nuestros descendientes se echarán las manos a la cabeza y se preguntarán “¿cómo pudo suceder, cómo fue posible?” No debemos entregarnos atados de pies y manos a esta mafia que trata de llevar a cabo un genocidio por sustitución de las poblaciones europeas por otras africanas y asiáticas. Hay que movilizarse intelectual y políticamente para hacer frente a esta invasión. No queremos ni debemos dejar de ser lo que somos y lo que hemos heredado de nuestros antepasados. Todos los ciudadanos de un país tienen derecho a vivir dentro de su territorio con fronteras seguras y tienen derecho a que esas fronteras sean defendidas de las invasiones de extranjeros, sean quienes sean estos. Es tan criminal y asesina la ideología multicultural, que el libro que escribió Kirsten Heisig (jueza alemana que se suicidó porque le superaba su labor en el barrio multicultural Neukölln, de Berlín), El final de la paciencia, es todo un testimonio de fracaso vital y social, así como un alegato en contra del multiculturalismo en Alemania.