Estoy tomando café en el Carrefour. He conocido a Mariló y Luisa. Los algoritmos matemáticos, el destino, la casualidad o la causalidad hace que conozcas personas cuya remota posibilidad de conocer o de coincidir es parecida a ser premiado con el premio gordo de Navidad. Para cualquier asunto del destino soy muy epicúreo cuando hablan del TETRAFARMAKON.
No temer a los dioses, no temer al destino, no temer a la muerte y no temer al dolor. Buscar la felicidad para huir del dolor. Los estóicos, sin embargo, pensaban que todo estaba escrito y que no podíamos hacer nada por cambiar nuestro destino. Aceptarlo y comprenderlo implica evitar el sufrimiento.
Así es que en cualquier sitio encontramos a personas entrañables, incluso en el propio infierno.
Mariló y Luisa son viudas después de compartir con sus parejas muchos años y haber tejido un hilo que creemos que nunca se romperá.
Un día, las parcas nos visitan de cualquier manera y un hueco vital, una herida, una ausencia impensable, un existencialismo que te muerde el alma comienza a brotar en tus entrañas.
Las viudas andan escuchando voces, sintiendo caricias, durmiendo con alguien invisible al otro lado de la cama.
Las viudas esperan la tristeza cuando amanece, la rabia, el reproche interior por lo que no dijeron, de lo que no hicieron, de los besos que no dieron. Sacan una culpa y ponen en duda su inocencia porque piensan que perdieron oportunidades.
Enviudar es una amputación cuyo miembro fantasma se manifiesta en cualquier instante: las llaman, confunden transeúntes difuminados con su pareja, escuchan ruídos en cualquier parte de la casa y hablan a solas, en voz alta, como si estuvieran acompañadas.
Las viudas abren la puerta, reciben un whatssap, una llamada de teléfono, una carta; esperanzadas sin esperanza esperan que sea él, que todo ha sido un sueño, que es imposible esa ridícula idea de no volver a verlo.
Las viudas se esconden en su interior, temen conocer a otra persona y ser infieles, no se atreven, no quieren olvidar, piensan en el deseo como si fuera una traición.
Las viudas andan sin dar pasos, miran de reojo, no quieren ser descubiertas cuando el peso de la pérdida va siendo asumido y no están dispuestas a encerrarse en la viudedad.
Las viudas escriben notas secretas, guardan discreción, les cuesta reconocer que en cualquier lugar hay otra persona esperando y no están dispuestas a cubrirse de negro como en La Casa de Bernarda Alba.
Las viudas dejan de ser viudas para que los viudos muertos se sientan orgullosos de ellas y los sigan amando en la eternidad, en la metamorfosis de los cuerpos que dejaron para convertirse en otros amantes.
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