Anoche puse el despertador a las 7:00 h y a las 7:50 h ya estaba caminando por la pista de la Lastra. El cuerpo me pedía movimiento y él mismo ha ido cogiendo velocidad mientras yo me dejaba llevar. A esa hora aún quedaban rastros de la noche, a pesar de que el amanecer ya se anunciaba sobre la sinuosa silueta de Ceuta.
El sol ha emergido entre la neblina siguiendo un Axis Mundi de luz que se apoyaba sobre la Almina y unía a Ceuta con el mundo celestial. El sol ha seguido entre sendero vertical que era cada vez más apreciable. En ese momento ha pasado al lado mía un señor musulmán de avanzada edad con la que he intercambiado unas palabras. Al verlo he recordado la figura de al-Khidr y mi intención de visitar la tumba de Sidi Budraus, así que retomo el camino siguiendo mi alargada sombra y plantando cara al intenso viento de poniente.
A mitad de camino hago una parada para observar más de cerca lo que parece ser la entrada de una mina abandonada. Me acerco hasta allí y me doy cuenta de que no he sido el único al que le ha llamado la atención esta abertura en el terreno. Se nota que alguien ha abierto una senda no hace mucho tiempo.
Este lugar tiene todos los ingredientes para ser un espacio sagrado. Está junto a un arroyuelo que he recorrido hasta llegar a su nacimiento y a escasa distancia se ubica una fuente ahora seca.
En mi exploración del entorno del santuario he presenciado el singular espectáculo de unos majestuosos y centenarios alcornoques que me han invitado a sentarme junto a ellos.
También han llamado mi atención unas bellas flores violáceas azules que destacaban entre el verde de los brezos, el verde de las hojas y el marrón del corcho de los alcornoques. Quiero regresar a este lugar con más tiempo y pasear entre estos sabios alcornoques para que me hablen del pasado de Ceuta. Ahora prefiero sentarme a escribir junto a la tumba del santo Sidi Budraus. Sobre ella han depositado velas y algunas prendas.
Escribir es similar a las excavaciones arqueológicas en las que he participado y dirigido en mi vida. Gracias a estas intervenciones en mi mundo de adentro he sacado a la superficie tesoros que ignoraba que estaban enterrados en los estratos más profundos de mi ser. Con la misma meticulosidad con la que he realizado mis estudios arqueológicos he ido registrando de manera concienzuda todo lo que he hallado en mi interior con el propósito de conocer lo que soy y para lo que estoy aquí. Esta labor ha discurrido de forma de paralela al interés por desvelar el alma de Ceuta hasta llegar a un momento en el que ambas inquietudes convergieron en un mismo arroyo que desemboca en la fuente del agua de la vida ubicada en Ceuta. Allí me encontré con al-Khidr, que me ha ayudado a descubrir el espíritu de Ceuta.
Aprovecho el camino de regreso para tomar fotografías a las primeras flores de la cercana primavera. La naturaleza, para quien sepa verla, ofrece incontables cuadros de extraordinaria belleza, como la composición de flores blancas y redondeados frutos rojos de un majuelo. Me quedo unos minutos disfrutando de la tonalidad de los estambres de las flores del majuelo que contrastan con el blanco de los pétalos y hacen juego con sus frutos.
Más adelante me encuentro con varios ejemplares de la planta llamada “Sangre de Cristo”, lo que me lleva al recuerdo de la Semana Santa. Tengo que aguantar la flor con los dedos para poder fotografiarla ante el constante movimiento que le imprime el viento.
A pocos metros doy con un elevado número de asfódelos que sólo muestran algunas de sus flores abiertas. Estás son visitadas por las abejas y grandes abejorros que llevan el polen de una flor a otra. Ellos son los obreros de la primavera. Según la mitología clásica, al otro lado del río Aqueronte las almas de los difuntos lo primero que se encuentran son los prados de asfódelos en el vagan las almas de la gente común y corriente que han pasado por la vida de forma indiferente, es decir, aquellas personas que no han destacado ni por lo bueno ni por lo malo. También se cuenta que en mitad de los prados de asfódelos se encuentra el palacio de Hades. La belleza de esta planta fue el único consuelo de Perséfone durante la boda con Hades, el dios del inframundo. Desde entonces esta planta es el símbolo de Perséfone y su aparición es la señal del encuentro de la diosa de la primavera y su madre Deméter.
No podía pasar delante del valle sagrado de San José sin visitar a la Virgen del Rosario. Todo está aquí florido con un manto de vincas en un lado, y en otro por uno tejido con agrios y “Sangre de Cristo”.
Me acerco a dar gracias a la Virgen del Rosario y me dejo abrazar por el amor y la paz que desprende este lugar. Aún tengo tiempo para fijarme en una primera flor de Cala que no tardará mucho en estar acompañada por otras de la misma especie.
Doy así por finalizada una mañana en la que me he reencontrado conmigo mismo y con la naturaleza de Ceuta, que viene a ser lo mismo.
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