Opinión

La visita a la tumba de Sidi Boudras

Anoche puse el despertador a las 7:00 h y a las 7:50 h ya estaba caminando por la pista de la Lastra. El cuerpo me pedía movimiento y él mismo ha ido cogiendo velocidad mientras yo me dejaba llevar. A esa hora aún quedaban rastros de la noche, a pesar de que el amanecer ya se anunciaba sobre la sinuosa silueta de Ceuta.

El sol ha emergido entre la neblina siguiendo un Axis Mundi de luz que se apoyaba sobre la Almina y unía a Ceuta con el mundo celestial. El sol ha seguido entre sendero vertical que era cada vez más apreciable. En ese momento ha pasado al lado mía un señor musulmán de avanzada edad con la que he intercambiado unas palabras. Al verlo he recordado la figura de al-Khidr y mi intención de visitar la tumba de Sidi Budraus, así que retomo el camino siguiendo mi alargada sombra y plantando cara al intenso viento de poniente.

A mitad de camino hago una parada para observar más de cerca lo que parece ser la entrada de una mina abandonada. Me acerco hasta allí y me doy cuenta de que no he sido el único al que le ha llamado la atención esta abertura en el terreno. Se nota que alguien ha abierto una senda no hace mucho tiempo.

Parando de vez en cuando para deleitarme con la fragancia que desprenden los jóvenes erguenes y para disfrutar de las flores a punto de abrirse de los asfódelos llego a la tumba del santo. A pocos metros de la tumba me encuentro con una pareja de musulmanes mayores y les pregunto por este lugar. Me dicen que este sitio es conocido por todas las generaciones de musulmanes y que se ha transmitido la noticia de que cuando abrieron esta pista el ingeniero encargado de estas obras tuvo que modificar el trazado para no afectar a esta tumba venerada por los musulmanes ceutíes desde tiempo inmemorial.

Este lugar tiene todos los ingredientes para ser un espacio sagrado. Está junto a un arroyuelo que he recorrido hasta llegar a su nacimiento y a escasa distancia se ubica una fuente ahora seca.

En mi exploración del entorno del santuario he presenciado el singular espectáculo de unos majestuosos y centenarios alcornoques que me han invitado a sentarme junto a ellos.

También han llamado mi atención unas bellas flores violáceas azules que destacaban entre el verde de los brezos, el verde de las hojas y el marrón del corcho de los alcornoques. Quiero regresar a este lugar con más tiempo y pasear entre estos sabios alcornoques para que me hablen del pasado de Ceuta. Ahora prefiero sentarme a escribir junto a la tumba del santo Sidi Budraus. Sobre ella han depositado velas y algunas prendas.

A intervalos me llega el “limonoso” olor de los erguenes que me embriagan. Unas bellas flores amarillas han surgido a los pies de la tumba. A su alrededor se concentran muchas flores a punto de mostrar toda sus encantos y belleza. La luz inunda este lugar y se respira una atmósfera de paz y calidez. Toda la naturaleza a mi alrededor transmite serenidad. Las prisas son propias de los seres humanos, quizá debido a la toma de conciencia de que nuestro tiempo es finito. Muchos van todo el día corriendo de un lado para otro, incluso los fines de semana que es cuando podemos descansar y reencontrarnos con nosotros mismos y con la naturaleza. Hace un rato, mientras paseaba por la pista de la Lastra, pensaba que los objetos materiales que más amo son mis cuadernos. Aquí están recogidos algunos de los momentos y experiencias más significativas de mi vida. Como dijo Joseph Campbell, lo que buscamos no es el sentido de la vida, sino la experiencia de sentirnos vivos y conectados con algo que trascienda nuestra efímera existencia. En mis cuadernos está guardada la memoria de lo que he percibido, sentido, pensado y creado haciendo uso del don de la sensibilidad y la expresión escrita.

Escribir es similar a las excavaciones arqueológicas en las que he participado y dirigido en mi vida. Gracias a estas intervenciones en mi mundo de adentro he sacado a la superficie tesoros que ignoraba que estaban enterrados en los estratos más profundos de mi ser. Con la misma meticulosidad con la que he realizado mis estudios arqueológicos he ido registrando de manera concienzuda todo lo que he hallado en mi interior con el propósito de conocer lo que soy y para lo que estoy aquí. Esta labor ha discurrido de forma de paralela al interés por desvelar el alma de Ceuta hasta llegar a un momento en el que ambas inquietudes convergieron en un mismo arroyo que desemboca en la fuente del agua de la vida ubicada en Ceuta. Allí me encontré con al-Khidr, que me ha ayudado a descubrir el espíritu de Ceuta.

Luego vino mi asombroso encuentro con Sophia. Juntos, al-Khidr y Sophia aeternae, me han acompañado, ayudado y enseñado todo lo que sé. Aún me queda mucho por aprender, pero es hora de que también enseñe lo que sé. Debe ser esta la razón por la que han querido que en esta etapa de mi vida me dedique a la enseñanza. Espero que sepa transmitir lo que me ha sido revelado y así contribuya a la reconstrucción del tercer en la confluencia de los dos mares y así facilitar el regreso de Sophia.

Aprovecho el camino de regreso para tomar fotografías a las primeras flores de la cercana primavera. La naturaleza, para quien sepa verla, ofrece incontables cuadros de extraordinaria belleza, como la composición de flores blancas y redondeados frutos rojos de un majuelo. Me quedo unos minutos disfrutando de la tonalidad de los estambres de las flores del majuelo que contrastan con el blanco de los pétalos y hacen juego con sus frutos.

Más adelante me encuentro con varios ejemplares de la planta llamada “Sangre de Cristo”, lo que me lleva al recuerdo de la Semana Santa. Tengo que aguantar la flor con los dedos para poder fotografiarla ante el constante movimiento que le imprime el viento.

La siguiente estación en mi particular Via Crucis primaveral son los jóvenes erguenes que han crecido junto a los bordes de la pista de la Lastra. Pido perdón por arrancar una pequeña rama llena de flores para llevármela a la nariz y absorber su perfume mezcla de limón y miel.

A pocos metros doy con un elevado número de asfódelos que sólo muestran algunas de sus flores abiertas. Estás son visitadas por las abejas y grandes abejorros que llevan el polen de una flor a otra. Ellos son los obreros de la primavera. Según la mitología clásica, al otro lado del río Aqueronte las almas de los difuntos lo primero que se encuentran son los prados de asfódelos en el vagan las almas de la gente común y corriente que han pasado por la vida de forma indiferente, es decir, aquellas personas que no han destacado ni por lo bueno ni por lo malo. También se cuenta que en mitad de los prados de asfódelos se encuentra el palacio de Hades. La belleza de esta planta fue el único consuelo de Perséfone durante la boda con Hades, el dios del inframundo. Desde entonces esta planta es el símbolo de Perséfone y su aparición es la señal del encuentro de la diosa de la primavera y su madre Deméter.

Un poco más adelante observo varios ejemplares de Acacia longifolia, una planta invasora de origen australiano, que ha colonizado el entorno del arroyo de San José.

No podía pasar delante del valle sagrado de San José sin visitar a la Virgen del Rosario. Todo está aquí florido con un manto de vincas en un lado, y en otro por uno tejido con agrios y “Sangre de Cristo”.

Me acerco a dar gracias a la Virgen del Rosario y me dejo abrazar por el amor y la paz que desprende este lugar. Aún tengo tiempo para fijarme en una primera flor de Cala que no tardará mucho en estar acompañada por otras de la misma especie.

Termino la mañana desayunando en Benzú, donde tengo la ocasión de charlar unos minutos con mis amigos Emilio, María José y María, antes de degustar un sabroso té moruno contemplando el paisaje mágico y sagrado del Estrecho.

Doy así por finalizada una mañana en la que me he reencontrado conmigo mismo y con la naturaleza de Ceuta, que viene a ser lo mismo.

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