Opinión

Visita al Santuario de la cala del Amor

Llevo un par de días levantándome más tarde de lo que es habitual en mí. Necesitaba descansar después de dos semanas de intenso y duro trabajo. Estas horas extras de sueño me ha sentado muy bien. Hoy me he levantado vital y con fuerzas renovadas. Todo a mi vista al andar por casa me ha resultado mágico. La diosa de las serpientes cretense que tengo en el aparador parecía tener vida y calendario egipcio que cuelga en la pared de salón era el que marcaba los minutos de este luminoso día. La previsión era que iba a llover, pero, aunque contemplo algunas nubes, no hay atisbo de que pudiera caer agua del cielo. Las nubes llevan prisa en esta mañana dominical. Desconozco su destino, pero está claro que no es Ceuta. El fuerte viento de levante las lleva hacia Occidente, como si fuera un pastor conduciendo un celestial rebaño.


Visto el día tan fantástico que hace, a pesar del viento, me he vestido y he salido de casa sin tener un destino decidido. Lo primero que he pensado esta mañana al abrir los ojos es que me voy a dejar guiar por la voluntad de la Gran Diosa. Ella ha querido que viniera hasta aquí, hasta la Cala del Amor. Por el camino he sido acompañado por gorriones y golondrinas. Una de ellas, nada más salir de casa, se ha dirigido hacia mí y en el último instante ha virado para no chocar contra mi cuerpo. Les encanta jugar conmigo, y yo con ellas.

Después de caminar apenas un cuarto de hora he llegado a la Cala del Amor. Aquí el viento sopla con fuerza salpicando mi rostro y el objetivo de la cámara con gotas de agua salada. El paisaje de este santuario costero es estremecedor. Siento toda la fuerza de la naturaleza golpeando las pardas rocas y mi rosado cuerpo. Comienzo a sentir esa conmovedora emoción que experimento cuando conecto con la naturaleza. El bolígrafo corre más rápido sobre la libreta iluminado por una luz cegadora que me transmite la sabiduría divina de Sophia. Ella toma el control de mi alma. Todo se ensancha y estrecha a la vez. Siento que soy uno con la tierra y cualquier inquietud que pudiera albergar mi corazón es arrastrada por el viento, como si fuera el envoltorio de un deseado tesoro a punto de abrir. Ese tesoro soy yo mismo. Ese ser que se asoma cada vez que salgo de mundanal ruido y me retiro a alguno de mis santuarios preferidos. Desconozco la razón, pero en este lugar mi verdadero ser sale al encuentro de mí mismo para recordarme cuál es mi personalidad, agazapada en muchos momentos del día.


Aquí estoy solo, pero me siento acompañado. Una atmósfera maternal me acoge. No siento frío ni calor, ni tampoco inquietud ni temor. La realidad es tan transparente como las cristalinas olas atravesadas por los rayos del sol. Este mundo, el que en este instante percibo, es el real. El otro, el artificial, el de los grandes hipermercados y el resto de no-lugares, apagan nuestra luz interior y ensombrecen nuestra vida. En la naturaleza la llama que guardamos en el centro de nuestra alma vuelve a resplandecer y la espiral de nuestro mundo interior recupera su giro ascendente. Este fuego es el motor que nos mantiene vivos. Aunque resulte paradójico, hay muchas personas que viven sin vivir, es decir, sin percibir, sentir y reflexionar sobre la vida.

…Experimento con mis sentidos. Cierro los ojos para darle la oportunidad a los otros sentidos para que tomen el protagonismo. El primero en coger la batuta es el oído, que disfruta con el bramido del mar y el viento. El siguiente es el olfato, que capta los matices del perfume del agua salada agitada y de la espuma de las olas. Llega el turno del tacto, que toma nota del calor del sol y del cimbreo del cuerpo por el empuje del viento. El gusto también reclama su papel y me relamo los labios para degustar el sabor a sal marina.

Al abrir los ojos no puede apartar la mirada de las vivaces olas que adoptan infinitas formas y una amplia tonalidad de azules.


…Unas amenazantes nubes grises avanzan en la dirección en la que me encuentro. No les temo en absoluto. La lluvia trae vida a la tierra. En el último momento las nubes cambian de rumbo y rodean por el norte al monte Hacho. El sol vuelve a resplandecer sobre el mar y las rocas.

…Las gaviotas ya no sienten ningún recelo hacia mí. Vuelan cerca de donde estoy, tanto que escucho el batir de sus alas.

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