Colaboraciones

Virtud y talento

Tal y como expuso Joseph Campbell en su monumental obra “Las máscaras de Dios”, todas las civilizaciones han descrito, para contar su historia, un pasado mítico que termina con un diluvio. Si repasamos algunos de los textos que narran la historia de Ceuta leeremos noticias sobre la fundación de la ciudad como la que cuenta Alejandro Correa da Franca: “la antigüedad de esta memorable ciudad ocasionó variedad en los que la quisieron descubrir. Algunos, citando a Belabés Africano, afirman es fundación de un hijo de Noé, doscientos treinta años después del universal naufragio. Otros, que por su nieto Elisa, de quien en vida heredó el nombre. Y hay quien diga que por Ceit, también nieto de Noé, derivándole el que a presente tiene, ya corrupto”. Para darle un toque más legendario a la fundación de Ceuta por los descendientes de Noé se alude al hallazgo de una inscripción en la que el propio Ceit asume este hecho: “yo poblé de mi linaje está ciudad, sus habitantes serán famosos, tiempo vendrá en que sobre su dominio se esparcirá mucha sangre de naciones diversas, pero hasta el último siglo permanecerá su nombre”.

Para demostrar la tesis de Campbell pasemos de donde estamos, el extremo occidental, a oriente. Allí podremos encontraremos, en el marco de la mitología china, la referencia al periodo de “los primeros hombres”. Una etapa mítica que concluye con el llamado “Diluvio de Gong Gong”. Cuenta este mito que “después de los Manipuladores del Fuego, durante el reinado de Gong Gong, las aguas ocuparon siete décimas partes de la tierra, mientras que las tres restantes estaban secas. El monarca se valió de las condiciones naturales y gobernó su imperio en aquel espacio reducido”. Al leer este pasaje lo marqué en rojo y escribí en el margen del libro la siguiente anotación: “esta historia se podría aplicar a Ceuta”. A Campbell también le llamó la atención este breve párrafo extraído de la historia China, ya que contiene un tema chino básico como es el del mejor aprovechamiento posible de las condiciones naturales. Y es que, tal y como apunta Campbell, “la virtud consiste en respetar esas condiciones; el talento, en aprovecharlas”.

Como cuenta la leyenda china, los primeros emperadores iniciaron un periodo de virtud suprema basado, precisamente, en el respeto a las condiciones naturales de un territorio muy reducido debido al diluvio que inundó buena parte de sus dominios. Este respeto, ya sea en el plano mítico o en el real, debe partir de un profundo estudio y análisis del lugar. Mi admirado Patrick Geddes dibujó en su obra “Ciudades en evolución” un primer esquema de una investigación del territorio. Los primeros rubros indican la necesidad de estudiar aspectos como la geología, el clima, los recursos hídricos, la calidad de los suelos, la flora, la fauna, etc…A partir de este conocimiento es posible abordar el análisis del espacio natural como “lugar de trabajo” y “lugar de la gente”, es decir, como escenario para el desarrollo económico y humano. Cualquiera que dedique algo de tiempo y esfuerzo a analizar estas variables llegará a la conclusión de que Ceuta es un frágil regalo de la naturaleza que debe ser cuidado con sumo cariño.

La propia geografía de Ceuta es en sí un prodigio de la naturaleza. Podría decirse que simboliza a la perfección la estructura básica del macrocosmos y el microcosmos. Sus aguas contienen más vida de la que un ser humano sería capaz de recrear en su mente. Si uno alza la vista en estos días disfrutará del inigualable espectáculo de ver las aves rapaces dirigirse al sur del continente africano. Puede uno también perderse en el bosque de helechos de García Aldave y disfrutar de su peculiar fragancia y de su frescor. Hasta el gesto más simple de sentarse en lo alto del Monte Hacho a contemplar el atardecer es una experiencia inolvidable. Da la impresión de que quiso autoprotegerse de los seres humanos e hizo de su estilizada figura, sus pendientes y acantilados un obstáculo para su ocupación urbana. Pero esta abrupta morfología no ha impedido que sus habitantes modificaran su imagen y la ocuparan más allá de unos límites razonables. Por desgracia, hemos carecido y carecemos de gobernantes virtuosos capaces de respetar las condiciones naturales de Ceuta. No has faltado autoridades, como las míticas chinas, capaces de gobernar un territorio reducido sin destruirlo. Tampoco han contado con el suficiente talento para aprovechar las muchas posibilidades que ha tenido Ceuta para sostener una economía sostenible. El mar ha sido, desde los orígenes de nuestra ciudad, la principal fuente de alimentos y riqueza. Cuando los medios de pesca eran artesanales y la escala económica reducida se mantuvo el equilibrio entre economía y ecología. Sin embargo, pronto llegaron las redes de arrastre y hasta los explosivos para esquilmar los mares ceutíes. La incontenible ansia de poder y dinero que acompaña al ser humano ha hecho que destruyamos lo más valioso que tenemos: la tierra y la vida.

A la pesca se fue añadiendo con el paso del tiempo la actividad comercial. Contábamos con la gran ventaja de estar situados en una privilegiada posición estratégica. Fuimos, durante siglos, el puerto de entrada y salida de mercancías desde el Mediterráneo a los confines de África. La riqueza hizo crecer a la ciudad y atrajo a comerciantes, santos, sabios e importantes filósofos y poetas. Gozamos de nuestra particular edad dorada, aunque no exenta de conflictos. Este periodo de esplendor se interrumpió de manera súbita con la toma portuguesa de Ceuta. A partir de este episodio histórico entramos en una fase de casi permanente estado de guerra que duró hasta bien adentrado el siglo XIX. Una vez pacificada la región y abolido el penal ceutí recuperamos la senda del progreso. No obstante, volvió a quedar patente la falta de virtud y talento de nuestros gobernantes. La única excepción que me viene a la mente es la iniciativa que tuvo la corporación municipal en el tiempo de la II República de promover la declaración como montes de utilidad pública de una amplia superficie del territorio ceutí. El objetivo último de esta propuesta era convertir a Ceuta en un parque natural. Los montes fueron incluidos en el catálogo nacional de montes protegidos, pero la idea de realzar las magníficas condiciones naturales de Ceuta fue diluyéndose con el paso del tiempo. La virtud y el talento resultaron efímeros.

Por desgracia, si por algo se caracteriza la acción política en la sociedad postmoderna es por su falta de respeto al patrimonio natural y cultural. En Ceuta, más que en ningún otro sitio, hubiéramos necesitado contar con gobernantes virtuosos y talentosos capaces de aprovechar las condiciones naturales de Ceuta si alterarlas en sentido negativo. Lo que se ha impuesto es un modelo depredador del territorio que ha fagocitado amplios sector de la naturaleza y ha extendido una enorme masa de hormigón por todo Ceuta. Al Monte Hacho se le ha dado importantes bocados y las máquinas excavadoras han causado estragos en el centro histórico. Por todos lados han brotado construcciones ilegales ante la pasividad o impotencia de las autoridades. Asociadas a estas edificaciones erigidas al margen de la legalidad han proliferado vertederos incontrolados de todo tipo de residuos y de aguas fecales. Para revertir todo este desorden sería necesario plantear un ambicioso plan de ordenación ambiental y urbana, pero dudo de que sean capaces de impulsarlo unas autoridades sin la suficiente sensibilidad y talento. Haría falta de reconsiderar buena parte de los ideales económicos, políticos y sociales que sostienen la sociedad actual. Tal cambio sólo puede venir de la sociedad civil. Son los propios ciudadanos los que tienen que abanderar estos cambios y proponer ideas y soluciones para salir del aparente callejón sin salida. Unas ideas sustentadas en la verdad y en el reconocimiento de la dificultad de reconducir una situación extremadamente compleja.

Sin voluntad y esfuerzo no lograremos proteger lo que todavía no ha sido destruido y reintegrar lo perdido. Quizás deberíamos empezar por el principio, es decir, por la educación. Muchos de nosotros hemos sido formados en un sistema educativo carente del necesario contacto con la naturaleza, pero al menos tuvimos la oportunidad de jugar y divertirnos en el campo, aunque fuera de manera ocasional. Pero ahora, con las nuevas tecnologías, el hacimiento físico y psicológico de niños y mayores es cada día más notorio y preocupante. Muchos viven en una realidad virtual que les impide captar lo verdadero y eterno. La naturaleza es la única capaz de reconectarnos con lo que somos y mostrarnos el camino para lograr una vida plena y rica. Destruirla es destruirnos a nosotros mismos. Vivimos en una edad insensata, pero hay que mantener la esperanza en la llegada de tiempos mejores. Lo que ahora muchos no aprecian, puede que sea bien considerado en el futuro. Al menos no frustremos la posibilidad de una buen vida para las generaciones venideras.

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