Tras el largo viaje y la primera noche de servicio, me encuentro desubicado, pero es sábado. Repican las campanas y los fieles deben estar ofreciendo flores a la patrona de Almería bajo un sol de justicia. Pero este año es diferente y tendré que vivirlo en la distancia, desde el “exilio”, en el norte de África.
Ya es domingo por la mañana, día de la salida de la Virgen del Mar por las calles andaluzas, pero no podré estar. Así que me dirijo hasta el santuario de la Virgen de África, en la plaza que lleva el mismo nombre. En la fachada marmórea puedo leer Mater Et Patrona mientras una señora me avisa de que ya van a abrir la doble hoja de madera del templo caballa. Dicho y hecho. A portagayola, me adentro en el inmaculado santuario y hago el paseíllo hasta el altar mayor.
El dorado de este me ciega por un instante antes de dirigir mi mirada hacia el barroco retablo. Lo preside una imagen (enviada por el Infante portugués Enrique “el Navegante”) que a los pocos años se convertiría en la Patrona, Alcaldesa perpetua y Gobernadora de la Ciudad. La talla de Santa María de África llegó a Ceuta tres años después de que Portugal la conquistara en 1415, motivo por el cual su bandera es la misma que la de Lisboa y su escudo es casi idéntico al del país luso. Dentro del mismo, caben cinco escudos en forma de cruz (representan los cinco reyes musulmanes derrotados) y en cada uno de ellos cinco bezantes (por las llagas de Cristo), que en total suman treinta (las monedas de Judas).
Para finalizar con la instantánea, unos frescos en la nave central hacían de palio de la Señora que iba a cambiar de advocación por un día de finales de agosto.
La gótica Piedad inclina su rostro hacia el Señor yacente, mientras dos ángeles parecen mecerla y elevarla al cielo como harían los horquilleros esa misma tarde. Entre los testigos del mágico momento, la Virgen del Pilar, que me recuerda mi condición, y San Daniel, patrón de Ceuta, martirizado por los almohades, quien me inspira con su palma a modo de pluma, que debo escribir estos renglones.
“Desde Edrissis, Ceuta amanece exultante cada mañana, mirando de reojo al monte Hacho”
Llega la tarde; son los momentos previos a la procesión de alabanzas. Mi respiración se agita y el corazón se acelera a la velocidad que se seca la boca. No vestiré mi traje de chaqueta negro, que empaparía en sudor, ni merendaré en La Dulce Alianza, ni me mediré junto a mis hermanos horquilleros. Habré cambiado el sonido del martillo del capataz por la campanita del wasap, que nos avisa en ese justo instante de que ha saltado la alerta. “¡Nos han activado!”.
Lo que años atrás hubiera sido encajar una chaquetilla de torear, hoy es un chaleco balístico, y el ajustar una montera, hoy es una boina negra con ínfulas. Botas apretadas, cinturón abrochado y la mirada nostálgica hacia la mesita de noche, donde reposa la medalla catafalco y burdeos de Favores y Misericordia.
Me encomiendo a mis devociones, me santiguo, dejo la luz encendida como antaño y marcho al conflicto fronterizo internacional. Luces azules de vehículos prioritarios a modo de faro, llamadas de auxilio que vienen desde el fondo sin mar, sin poder determinar la dirección… Son centenares de personas intentando una travesía llena de miedos y sueños. Mi pensamiento y mi anhelo se pierde en esa bruma, en esa neblina húmeda con sabor a mar, que me evoca el ambiente de las calles de Almería si el olor a nardo tuviera pigmentos de color. Nada era igual.
Esa tarde noche de intenso trabajo que se avecinaba, me tocaría cambiar Benzú por el Paseo y el Tarajal por la plaza de la Catedral.
Y, de repente, ya es lunes. En Almería casi hubiera comenzado el invierno y las primeras lluvias, pero aquí no. El presente impera, el aquí y el ahora. Desde Edrissis, Ceuta amanece exultante cada mañana, mirando de reojo al monte Hacho, que diariamente a las doce en punto reza con su cañonazo el Ángelus más artillero. Despierta a los dormilones y coquetea con una Gibraltar, cada vez más separada por el mar.
Plus Ultra, más allá, las dos columnas que Hércules separó con sus brazos para alejarme de mi Virgen del Mar. Pero todo está en uno mismo. No es ser feliz; es ser. No es estar allí; es estar.
Desde Septa, Sebta o Zevta, aunque sea en África,
Un horquillero de la Virgen del Mar
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