Como se sabe, Olivenza es en la actualidad una ciudad española que pertenece a Extremadura en la provincia de Badajoz; pero en el pasado existió una pugna bastante enconada entre España y Portugal que se disputaban el dominio y la nacionalidad de dicha ciudad. Y, además, Olivenza, durante la época en que fue portuguesas, tuvo también una estrecha vinculación eclesiástica con Ceuta, habiendo sido su iglesia sufragánea (dependiente) del obispado de ceutí, como tengo expuesto en mi último libro titulado “Pasado y presente de Ceuta”, y cuyos datos históricos en él expuestos trataré hoy de ampliar.
Olívenza tuvo su primer origen castellano. Así, tras la invasión de España por los árabes el año 711, fue luego reconquistada por el antiguo reino de León en la primavera de 1228 por el rey Alfonso IX, que se la entregó a los templarios como recompensa de la importante ayuda que la Orden del Temple le prestó para reconquistarla con sus monjes-soldados. Pero en 1267 el rey Fernando III el Santo desalojó a los templarios de Olívenza debido a sus intentos anexionistas de territorios y por su actitud de simpatía hacia la independencia de Portugal de España, entregando entonces la ciudad al concejo de Badajoz.
La segregación de Olívenza de España y su incorporación a Portugal comenzó cuando el rey español Fernando IV se la dio en dote a su hermana Beatriz al casarse ésta con Alfonso de Portugal, hijo del rey portugués Dionis y de la reina Santa Isabel. Es decir, la ciudad pasó de ser española a portuguesa de forma totalmente injusta, mediante una cesión ilegal en base a un simple arreglo matrimonial entre dos familias reales que confundían con su propiedad privada lo que era patrimonio nacional de un Estado, quitando y poniendo territorios a sus reinos según les convenía y les venía en gana, a espaldas por completo del pueblo.
Después, aquella inicial dote de novia pasó a oficializarse por el Tratado hispano-luso de Alcañices de 1297, por el que se trazaron los límites fronterizos (la “raya”), valiéndose Portugal de un momento de gran debilidad que atravesaba España, motivado por la muerte prematura de de Sancho IV en 1295, la regencia de Dª María de Molina, la minoría de edad de Fernando IV, la sublevación de la nobleza, la guerra civil y la ofensiva musulmana, circunstancias que aprovechó el rey portugués Dionis para imponer a España que Olívenza, Campo Mayor y otras poblaciones españolas pasaran a Portugal.
Una vez que Portugal poseyó Olívenza, la historia de esta ciudad se asemeja mucho a la historia de Ceuta, como si en ambas se hubiera potenciado la “historia de las fortificaciones”. Es decir, al igual que hicieron con Ceuta los portugueses, reforzando sus defensas, lo mismo hicieron también con Olivenza, amurallándolas y fortificándolas para hacerlas a ambas inexpugnable. Pero España nunca aceptó la cesión obligada de Olívenza a Portugal y trató al menos en cuatro intentos de recuperarla por la fuerza, llegando a conseguirlo el año 1657, aunque después volvió al dominio portugués por el Tratado de Lisboa de 1668, fecha en que los portugueses consiguieron volver a las fronteras marcadas en el Tratado de Alcañices.
Dicho Tratado de 1668, también llamado Paces, fue muy perjudicial para España, porque por él tuvimos que reconocer, de un lado, la definitiva independencia de Portugal y, por otra parte, la vuelta de Olívenza al dominio portugués. Menos mal que, por ese mismo Tratado, Portugal reconoció expresamente que Ceuta pasara definitivamente a pertenecer a la soberanía española, no por una generosa decisión lusitana, sino porque así lo habían querido libre y voluntariamente los propios ceutíes. Después, en 1801, el entonces jefe del gobierno español, el extremeño Manuel Godoy, incorporó Olivenza de nuevo y de forma definitiva a España en la llamada “Guerra de las Naranjas”, en la que, tras haberla reconquistado sin apenas resistencia, Godoy cortó un frondoso ramillete de hermosas naranjas de una huerta olivantina y lo envió a la reina Mª Luisa, esposa de Carlos IV, de la que era su más íntimo favorito.
En el terreno eclesiástico, Olívenza perteneció primeramente al obispado de Badajoz, desde que en 1267 Fernando III desposeyera de ella a los templarios y la reintegrara a la diócesis pacense, y así continuó incluso después de pasar a ser portuguesa, hasta que en 1441 comenzó a regirla un administrador eclesiástico, conforme a lo interesado por Portugal del papa Eugenio IV. Pero, a partir de esta fecha, el dicho papa hizo depender el obispado de Ceuta directamente de Roma, por estimar que esta ciudad era un bastión cristiano muy importante de Occidente en África. Tanta importancia se le quiso entonces dar a la diócesis de Ceuta que en 1444 su obispado fue elevado a Primado de África, mediante la bula “Romanis Pontifices”. Y como quiera que esa nueva categoría eclesial exigía mayor dotación económica, realce y prestigio, el documento atribuía al obispado de Ceuta las rentas y bienes que integraban los obispados de Tuy y Badajoz y, además, se adscribieron a la diócesis de Ceuta las iglesias sufragáneas de Marrakech, Fez, Olívenza, Ouguela, Campo Mayor, Valençia de Minho, las del entonces reino de Granada y Málaga.
Pero sucedió algo muy singular y totalmente atípico en el terreno eclesial, como fue que Olívenza se convirtió en la sede del obispado de Ceuta, o sea, que sus obispos titulares, en lugar de residir en Ceuta, lo hacían en la ciudad olivantina hasta el año 1570, aunque parece ser que hubo algunas excepciones. Y ello estuvo motivado, en primer lugar, porque Ceuta no contaba todavía con una catedral digna y adecuada para albergar a su prelado; y, en segundo lugar, por el continuo bombardeo a que la ciudad era sometida durante los numerosos sitios que sufrió. Pero, claro, para ello tuvo que acondicionarse la iglesia de Olívenza dándole una mayor categoría, a fin de que los obispos de Ceuta pudieran residir en ella con el prestigio, decoro y dignidad que a dicho cargo eclesiástico le era dado mantener. Así, cuando en 1506 fray Enrique de Coimbra, que antes había sido compañero de Cabral en el descubrimiento de Brasil, fue nombrado obispo de Ceuta, lo fue con sede en Olívenza.
Y, para convertir a Olívenza en sede obispal de Ceuta, hubo que adoptar tres importantes decisiones, que las tomó el mismo fray Enrique de Coimbra, apoyado por el rey portugués D. Manuel, del que fue su confesor. Por la primera, se creó un nuevo tributo, el “impoziçsao”, que gravaba la carne, el pescado y el vino. Por la segunda, se instituyó a dicha iglesia olivantina como arceniadato. Y por la tercera, se acordó construir la iglesia de Santa María Magdalena de Olívenza en 1510, dándosele gran suntuosidad para que tuviera la categoría de sede obispal, por eso dicha iglesia olivantina es hoy una de las más importantes en categoría arquitectónica, monumento del gótico, del mudéjar y del renacentista con preciosos retablos que le da gran realce y vistosidad, siendo una de las iglesias más bonitas de la provincia de Badajoz.
Fue ya en 1515 el arzobispo primado portugués, Diego de Sousa, quien valorando lo incómodo que era que los habitantes de Olívenza, Campo Mayor, Ouguela y Valençia de Minho tuvieran que acudir a un prelado tan distante, pues convino con el obispo de esta ciudad, Enrique de Coimbra, un ajuste, que fue autorizado previamente por Breve del papa León X el 25-06-1513, a instancia del rey portugués D. Manuel, en virtud del cual los obispos de Ceuta residirían en Olívenza, situación que se vino dando desde 1515 (hay otras fuentes que indican que fue desde 1512) hasta que en 1570 dicha ciudad olivantina fue separada del obispado de Ceuta. Y con ello doy por finalizada la vinculación a que me he venido refiriendo.
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