No podemos negar que cuando Gru apareció en escena en 2010 sorprendió por la originalidad del protagonista: un villano que acaba asomando el lado tierno con sus hijas adoptivas. El gran público conectó con lo divertido de la propuesta del anti James Bond con gadgets incluidos, sobre todo por la irrupción del efecto minions, que lo cambiaría todo en el mundo del merchandising de todas las edades. Relativamente inesperado negocio redondo. Luego, la cosa siguió su curso normal, apareció la segunda parte y entró en escena lo que en Yankilandia llaman “love interest”, la chica, que le añadió un extra de azúcar que cambiada al protagonista desvirtuándolo hasta el punto de convertirlo en un agente caza-villanos, traicionando sus principios solo con algún momento nostálgico de sus buenos viejos tiempos. Pero seguían estando los minions y la concepción del proyecto estuvo lo suficientemente cuidada para que la nueva franquicia no se tambaleara y prometiese tercera entrega. Ésta ha llegado ahora con igual mimo de manufactura e historia que añade un toque más de edulcorante, por si no era suficiente, con la irrupción de un hermano gemelo perdido (con pelo), que le hará replantearse por un brevísimo instante su nueva vida de legalidad, así como un giro hacia la familia tradicional cuya ausencia era principal éxito de la concepción de la primera toma de contacto que tuvimos con el protagonista. Por otro lado, el malo esta vez es un antiguo niño actor de los ochenta, denostado al crecer y anclado en esa década, un villano con hombreras, algo desdibujado y de perfil bajo, que va en consonancia con el diseño de lo que en esta entrega se ha ido añadiendo; eso sí, con unas músicas y unas coreografías ochenteras que, además de las pintas, no tienen desperdicio alguno. Florentino Fernández y Patricia Conde vuelven en nuestro país a poner las reconocibles voces de los personajes principales (el primero por partida doble, al igual que Steve Carell, voz del Gru en inglés, con el doble papel de los gemelos). Así las cosas, la estructura exitosa de archienemigos rivalizando por algún objeto valioso con delirantes batallas de por medio sigue sosteniendo en pie la entrega del cada vez más precario chiringuito; se puede seguir pasando, eso sí, un rato entretenido en familia viendo las andanzas de este atípico héroe (porque eso de llamarlo villano ya se antoja ridículo), aunque la originalidad del principio ya no volverá, esa certeza a estas alturas es cristalina. Además, siguen estando los minions, marca registradísima de la casa que asegura éxito hagan lo que hagan, y algo así es una mina de oro de las que se descubren una vez cada varias décadas y a la que tenemos claro que nadie en su sano juicio va a renunciar. … … … …