Opinión

“Vientos de ultraderecha al otro lado del Estrecho”

Al presente, queramos o no queramos admitirlo, el sistema de sociedades soporta dificultades de diferente calado, bien, podrían tener que ver con la vertiente ambiental o económica, política, social, cultural, etc.

Cuestiones que, tanto a corto como a medio o largo plazo, deben considerarse de gran proyección por la trascendencia que alcanzan.

Así, debe advertirse con inquietud asuntos como la pobreza o la globalización, como algunas de las evidencias más complejas de las últimas décadas, teniendo en cuenta el alcance, la derivación o los medios de difusión.

Y, es que, al observar la globalización como el proceso, especialmente económico, además de tecnológico, político, social, empresarial y cultural a escala mundial, que gravita en la creciente comunicación e interdependencia entre las diversas economías nacionales en un único mercado capitalista global, podría afirmarse de manera generalizada, que ha conllevado ciertas ventajas en relación a la mejora y avance de la economía internacional.

Sin embargo, esta causa deja al margen a las partes más pobres y alejadas del sistema económico. Lo que hace empeorar más el entorno de penuria y desdicha actual, originándose sentimientos de odio y rechazo de estos sectores hacia el resto del mundo.

Por otra parte, la pobreza pudiéndose resumir como la situación de no poder satisfacer adecuadamente las necesidades físicas y psíquicas básicas de una vida digna por la falta de recursos como la alimentación, la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria, el agua potable o la electricidad, conducen irremediablemente a escenarios de miseria, bajos recursos, injusticia, falta de atención o degradación, entre algunas.

Posiblemente, no sean los indicios suficientes para percatarse de lo sombrío que resulta esta realidad. Pero, cabría exponer, que los pilares que sostienen la pobreza y que, por ello deben ser en parte el centro de atención, si se pretende invertir la tesitura de este gran obstáculo en la economía mundial.

Porque, en un razonamiento personal con sentido social, que, más aún, que, por reproducir un alivio en el progreso económico, muestre el rostro solidario frente a quiénes arrastran este lastre, para que dispongan de mejor calidad y, en consecuencia, de un tratamiento más favorable en cualesquiera de los aspectos de la vida.

Pero, no lejos de esta cruda realidad, a pocos kilómetros de la Ciudad Autónoma de Ceuta y al otro lado del Estrecho de Gibraltar, Europa se debate ante el ser o no ser un espacio de derecho compartido y de protección de la dignidad humana, así como de aliento a la concordia y a la afinidad entre los pueblos que la conforma.

Un continente cada vez más obstaculizado y empeñado en las barreras que se establecen a diario, pero, también, menos solidario y más separado de los valores que le llevaron a su origen.

Los síntomas de pensamientos o concepciones e impresiones y de organizaciones de extrema derecha, que, hacen objetar esos valores y promover el nacionalismo xenófobo, no es más que la resultante de aquellas renuncias y pérdidas de identidad, como ciudadanos de pleno derecho.

Ciertamente, no es una intimidación el ascenso generalizado de la ultraderecha, es más que una realidad progresiva que no tiene pausa en una inmensa mayoría de los estados europeos, unido al oleaje neofascista que se irradia con sus tentáculos sobre cualquier rincón del continente.

Véase al respecto de manera abreviada, la incidencia que, hoy por hoy, la extrema derecha adquiere en numerosos parlamentos del planeta.

Comenzando por Polonia, donde gobierna en solitario el partido de ultraderecha “Ley de Justicia (PiS)”, con más del 37% de los votos. A los que hay que añadir, el partido de extrema derecha “Kikuz’15” que logró cerca de un 9% de las votaciones.

En Eslovaquia, con un clarividente razonamiento xenófobo, ha ganado las elecciones legislativas en el año 2016 con 49 escaños, la “Dirección Social Democracia (SMER-SD)”, a la que le acompaña el ultraderechista “Partido Nacional Eslovaco (SNS)” con 15 escaños y, finalmente, el neonazi “Partido Popular Nuestra Eslovaquia (LSNS)” con 14 escaños.

En Austria, el islamófobo y euroescéptico “Partido de la Libertad (FPÖ)” no únicamente ha conseguido el 26% de los votos, sino, que, por el contrario, ha logrado que el PP reprodujese su apología antiinmigración y anti-Europa.

En Hungría, el partido ultraconservador “Fidesz” preside después de un tercer triunfo consecutivo, habiendo alcanzado el 49,27% de los votos.

En Dinamarca, el partido de extrema derecha “Partido Popular Danés (DF)” que triunfó en el año 2015 con el 21% de los votos, no ha podido ser la clave para conservar la mayoría dirigida por la derecha del “Partido Liberal (Venstre)”.

En Holanda, en las elecciones celebradas en 2017 el Partido de extrema derecha “Partido para la Libertad (PVV)”, ha sido la segunda fuerza más votada con el 13,1%.

En la República Checa, encabeza el gobierno el “Partido Ciudadanos Disgustados en Acción (ANO)”, una formación populista de derechas que alcanzó en 2017 el 29,6% de los votos.

En Francia, se ha provocado un ascenso importante de la externa derecha del Partido “Agrupación Nacional (AN)”, antiguo Frente Nacional. Según los últimos tanteos en las próximas elecciones, esta fuerza política de Le Pen superaría el 25% de los votos, para convertirse hipotéticamente en el partido más votado del país.

Tampoco, queda lejos de esta realidad Grecia, donde desde 2015 el Partido de ideología neonazi y fascista “Amanecer Dorado”, ha pasado a formar parte como el tercer partido del país con el 6,3% de los votos y 18 escaños.

Igualmente, en Alemania, el partido ultranacionalista y xenófobo “Alternativa para Alemania (AFD)”, ha conseguido el 11,5% de los votos. Sin obviar, que en octubre de 2018 ha surgido la extrema derecha con 8,7 puntos con respecto a 2013, accediendo a las últimas de las Cámaras regionales a las que hasta entonces no había llegado.

En Noruega, el “Partido del Progreso (FrP)” de extrema derecha, islamófobo y antiinmigrante que había logrado 27 escaños, desde 2013 forma parte de la Coalición de Gobierno liderada por el Partido Conservador.

Por si fuera poco, en Italia, el ultraderechista “La Lega”, antigua Lega Norte, forma parte del Gobierno en funciones, tras llegar a situarse como la fuerza más votada dentro de la coalición de derechas.

Y, finalmente, en España, la incursión de VOX también evidencia estas sintomatologías de indudable inquietud, calificado por especialistas como de extrema derecha, aunque también, se le sitúa en la derecha del espectro político.

Actualmente, esta fuerza política posee 12 escaños en el Parlamento de Andalucía, además de cuatro alcaldías, dos de las cuales han sido obtenidas por transfuguismo político: tres en Castilla y León y una en Extremadura. También, cuenta con 22 concejales en distintos municipios españoles.

Por lo tanto, esta síntesis comprimida del ascendente peso de la ultraderecha o del neofascismo en Europa, rotula una manifestación progresiva en constante crecimiento, que, desde la visión de los derechos humanos es alarmante.

Esta alza en los postulados de la ultraderecha, marcan indudablemente la agenda estén o no gobernando en una buena parte de los estados europeos.

No es en sí, un componente homogéneo a ras de Europa, como indica la incapacidad de establecer un solo grupo en el Parlamento europeo, pero, concurren suficientes coincidencias ideológicas reveladoras y con trazados evidentes, en casi todos ellos.

Consiguiendo, que numerosa gente de la clase media trabajadora relacione, como ejemplo, la recalada de inmigrantes y refugiados con el desgaste del sistema público de protección.

De ahí, que obtengan un mayor número de votos desde las posiciones más afectadas. Mismamente, estas doctrinas emparentan con renombre a coyunturas como la delincuencia, la inmigración o el terrorismo, otorgando como únicos responsables de la inseguridad actual o de futuro, a los colectivos de inmigrantes o de refugiados.

Otra de las caras peculiares que plantea esta tesis, es la criminalización del islam, imputándoles de los males existentes.

En este sentido, se les culpa de ser organizaciones de una discriminación cultural que avisa del riesgo en la decadencia de Europa y de sus valores indeterminados, que ellos mismos ponen en entela de juicio.

Pero, no me refiero a los valores del encuentro biológico y cultural de etnias diferentes o mestizaje, o quizás, del proceso de comunicación e interacción entre personas y grupos con identidades culturales específicas, donde no se permite que las ideas y acciones de una persona o grupo cultural esté por encima del otro, favoreciendo en todo momento el diálogo, la concertación y, con ello, la integración y convivencia enriquecida entre culturas, o lo que es lo mismo, la interculturalidad, o las condiciones instrumentales que le permiten a la persona su plena realización como los derechos humanos.

Así, esta ultraderecha que emerge actualmente, fundamenta su dominio en mostrar doctrinas, pensamientos o conceptos absorbentes con traza dictatorial.

Si lo expuesto trasciende a mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes por medio de la democracia, su posición es que puede tener dos valores distintos o que puede entenderse o interpretarse desde dos maneras opuestas, no renegando imaginariamente del sistema democrático, pero sembrando sistemas señaladamente totalitarios, intentando la contención del poder judicial y procediendo a graves limitaciones a la libertad de prensa y de expresión.

Del mismo modo, si lo indicado se generaliza a cuestiones sociales, el abanico es muchísimo más extenso, desde quienes se incrustan a los principios más implacables del modelo neoliberal, la mayoría de ellos defienden la protección de los derechos sociales.

Pero, incluso, en este caso no existe un patrón económico alternativo, más allá de ratificar que no queda para el conjunto de los demandantes, ni puestos de trabajo, ni opciones para regularizar la situación o espacio alternativo o quizás, recursos sociales.

Con este sentimiento existente, que sustenta al denominado euroescepticismo que trepa en los corazones y en las mentes y que se ceba y retroalimenta a la extrema derecha, origina resultados que catapultan a un número importante de personas.

Tras lo visto, los neofascismos se han transformado en las fuerzas políticas de vanguardia, como anteriormente se ha indicado en numerosos estados europeos. Alzándose con el voto de sectores significativos de la clase trabajadora, y, más aún, punteando la agenda y conviniendo decisiones de especial relevancia.

Las fuerzas políticas del sistema, bien, sean de derechas o de izquierdas, han tomado el alegato de la ultraderecha, sea por convencimiento o con el propósito inútil de detener su progresión.

Sin embargo, se ha obtenido el fruto contrapuesto y perjudicial.

Verdaderamente, este efecto gradual de los nuevos fascismos que ondean, muestra, por una parte, que Europa se aprisiona en sus propios recelos como, asimismo, a una posible crisis.

O bien, a un mañana difícil de definir por las disyuntivas del mundo global que oprime a las clases más débiles.

Y, en ese sentido, se puede sostener que ello es el resultado de políticas sobrias, promovidas por los partidos del sistema frente a las clases medias y trabajadoras, para en cierta manera remendar y acrecentar los beneficios del capital.

Una clase político-económica como la expuesta, cualificada para proyectar los más inexorables controles e incluso, sanciones a las variantes de su severidad neoliberal, y que, en cambio, admite mansamente las argumentaciones y políticas ultraderechistas contra la inmigración o, posiblemente, contra las fuentes democráticas de Europa.

Pero, al otro lado del continente africano, como frontera Sur de la Unión Europea, persiste la Ciudad Autónoma de Ceuta, asumiendo en la última década con cautela esta realidad, que no puede más que generar una fuerte sensación de intranquilidad por su marcada disposición al alza, economizando un voto de protesta gracias a la imprecisión social, laboral y económica, que subyace.

Una conquista que no solo no parece detenerse, sino, que, las distintas expresiones de extrema derecha están dispuestas a convertir las próximas elecciones europeas, en un referéndum sobre el apoyo popular a su modelo autoritario y xenófobo.

Porque, en el fondo, no solo puede ceñirse el éxito de la extrema derecha al ámbito electoral, sino a la disyuntiva de la generación de un raciocinio vertebrado y unificador capaz de supeditar las propias políticas de las instituciones europeas.

Una certeza, tal y como se percibe en la crisis de fronteras y en los derechos fundamentales de las personas.

Por lo tanto, el escenario político en el que nos encontramos es demasiado impreciso, convulso y difícil de gestionar, porque las próximas elecciones generales que están a la vuelta de la esquina, serán las decimocuartas desde la transición a la democracia y podrían complicar aún más, si cabe, la gobernabilidad en España, si no existe la altura de miras a la hora de encarar el voto en la decisión de los aspirantes.

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