Opinión

La vieja y la nueva generación

Esta semana ha trascendido a la prensa el dato sobre la estimación de la cantidad de fondos económicos de la Unión Europa que recibirá Ceuta una vez que se ponga en marcha el programa “Próxima generación UE” (NGEU). Según los cálculos realizados por varios miembros del Departamento de Economía e Inarbe de la Universidad Pública de Navarra a Ceuta le corresponderían unos 232 millones de euros a fondo perdido. Este dinero está destinado a impulsar la transformación económica a partir de dos grandes ejes: la transición ecológica y la digitalización. Las administraciones autonómicas y locales están trabajando a toda prisa para redactar sus planes específicos. En el caso de Ceuta, el Presidente de la Ciudad se ha marcado como objetivo que el documento de propuestas esté terminado para principios del mes de octubre. A pesar de la premura de tiempo, resulta imprescindible que los proyectos sean coherentes con los objetivos marcados por la Unión Europa y con la suficiente calidad para ser aprobados por las autoridades comunitarias. Estos objetivos pueden resumirse en cuatro grandes líneas de actuaciones, según los redactores del informe de la Universidad de Navarra: el Pacto Verde como estrategia de crecimiento; un mercado único más profundo y digital; una recuperación justa e integradora; y una UE más resilente. El orden en la enumeración de estos objetivos no es casual. La UE se ha marcado como objetivo principal el impulso de una estrategia económica basada en la neutralidad climática y el principio de “no hacer daño”. Por fortuna, hemos logrado trascender el lema “el que contamina paga” y entender que ningún daño al medio ambiente es asumible. La calidad ambiental y la salud no tienen precio, como estamos viendo en estos meses de pandemia.

El Pacto Verde incluye una amplia variedad de acciones, entre ellas la aprobación de un nuevo marco normativo medioambiental para alcanzar el objetivo de la neutralidad climática, la renovación de los sectores de la construcción y la industria, la movilidad sostenible, el desarrollo de la agricultura ecológica o la restauración ambiental de los espacios naturales protegidos. Sin duda los proyectos de transición energética, mitigación y adaptación al cambio climático son los que van a primar la Unión Europa, como demuestra el hecho de que a estos fines se dirige un tercio del gasto total en todos los programas europeos. Estos fondos deben servir para la adecuación y despliegue de tecnologías e infraestructuras innovadoras, entre las que podemos citar la instalación de un millón de puntos de recarga para vehículos eléctricos; la rehabilitación de edificios públicos y privados para incrementar su eficiencia y el ahorro de energía y agua; el desarrollo de las energías renovables y la bioeconomía circular o la promoción del turismo cultural y de naturaleza.

El salto hacia la próxima generación de la Unión Europa se va a tener que dar sin tiempo para pensárselo. El éxito en esta acelerada transición económica va a depender de lo que se haya hecho en la generación que ha terminado de forma súbita. Hay quienes han aprovechado este tiempo alineándose, desde el principio, con las directrices que ha ido marcado la Unión Europea para adecuar los territorios, las economías y las sociedades a los retos ambientales, económicos y sociales que han definido los años finales del pasado siglo XX y las dos primeras décadas del siglo XXI. Por desgracia, Ceuta ha estado siempre entre los últimos alumnos de la clase. Ahora toca el examen de selectividad y nos pillan sin preparación y con todos los deberes sin hacer o hechos a última hora bajo la amenaza de fuertes sanciones económicas. Esto es lo que ocurrió con el Plan Integral de Gestión de Residuos y ahora está pasando con los Planes de gestión de los espacios de la Red Natura 2000 declarados en Ceuta. Mientras que la mayoría de las Comunidades Autónomas y el gobierno central se han implicado de lleno en la consecución de los objetivos de la Agenda 2030, aquí el gobierno de la Ciudad no tuvo nunca la voluntad de implementar la consensuada Agenda 21 Local de Ceuta ni poner en marcha el contenido de su plan de acción. Otros territorios, como Navarra, llegan al examen habiendo superado con nota todos los exámenes y presentan como aval una Agenda de Economía Circular (con una hoja de ruta del Cambio Climático) y con un Plan de Digitalización de los mejores de España.

Por no tener, no tenemos en Ceuta ni el tantas veces prometido Plan General de Ordenación Urbana de Ceuta (PGOU). La ciudad sigue inmersa en un auténtico caos urbanístico que ha favorecido la especulación urbanística, los pelotazos, la destrucción del patrimonio cultural, la modificación de los paisajes y las construcciones ilegales. En un espacio tan reducido y valioso desde el punto de vista patrimonial, no debería caber la anarquía y el descontrol que tanto daño ha provocado a la imagen exterior de Ceuta y a la propia calidad de vida de los ceutíes. El PGOU tendría que haber sido para corregir los graves desequilibrios territoriales en la dotación de equipamientos básicos (colegios, centros de salud, espacios culturales, espacios verdes, etc…) e infraestructurales vitales, como una adecuada red de distribución de agua y saneamiento, alumbrado público o puntos de recogida de residuos urbanos.

En vez de planificar y haber puesto en marcha planes y proyectos tendentes a la transición hacia una economía ecológica y digital se ha perdido el tiempo y se ha dilapidado el dinero en actuaciones de carácter electoralista. El balance de la generación Vivas se puede resumir en un costosísimo complejo cultural infrautilizado, la peatonalización del Paseo de Revellín y un tramo de la calle Real y la remodelación caprichosa e innecesaria de la Gran Vía, la calle Jaúdenes y la Plaza de África. En la columna de “debes” hay que anotar muchas cosas. Tal y como hemos comentado con anterioridad, carecemos de los más elementales planes de gestión ambiental, como el de los espacios protegidos de la Red Natura 2000 o el de los dos montes de Utilidad Pública. Tampoco contamos con un plan de ordenación del litoral, un proyecto de movilidad urbana sostenible, un plan de bioeconomía circular o una mínima agenda ambiental que sirviera para redactar un plan de transición ecológica, como el que va a requerir la Ley de transición energética y cambio climático y que también exige la propia Unión Europea.

La “vieja generación” política ceutí, aunque sigue anclada en el poder a pesar de su notorio fracaso, no ha hecho nada por construir un puente que permita superar el profundo abismo que se ha abierto entre el ser humano y la naturaleza. La crisis del ladrillo, el cierre unilateral del comercio transfronterizo y ahora la inesperada crisis provocada por la pandemia del coronavirus nos han situado al borde del precipicio. La Unión Europea va a tender un cable a nuestro país y a nuestra ciudad, pero no estamos preparados para asirnos a él debido a la falta de previsión e incapacidad de anticipación de las autoridades locales. Resulta imposible improvisar en dos meses un trabajo de diseño de proyectos de transición ecológica y digitalización que requieren años de esfuerzo y dedicación. La tramitación de los planes y proyectos medioambientales es lenta debido a los procesos de exposición pública y la consulta a distintos organismos públicos y entidades conservacionistas. De nada vale acudir ahora a expertos en temas ambientales, como ha declarado la Ciudad Autónoma de Ceuta. Sus responsables han hecho oídos sordos a todas las reclamaciones que desde hace décadas venimos haciendo las asociaciones ecologistas ceutíes que conocemos con detalle la realidad ambiental de Ceuta. La prueba está en los más de seis años que han pasado entre la última convocatoria del Consejo Sectorial de Medio Ambiente y la que se celebró el verano pasado. Tampoco sabemos nada de los trabajos de elaboración del Plan de acción ecológica para la mejora de la calidad ambiental que se acordó por el Pleno de la Asamblea.

La “nueva generación” de Ceuta, si consigue abrirse paso, se enfrenta a un panorama desolador como consecuencia del notorio fracaso de la generación previa al COVID-19. Creo que sus máximos responsables políticos deberían reconocer su fiasco, recoger sus cosas y dejar paso a una nueva generación de dirigentes mejor preparados y más conscientes de los grandes retos a los que se enfrenta nuestra ciudad, nuestro país y, en general, toda la humanidad. Sin lugar a dudas no podemos cambiar el pasado, pero sí estamos en disposición de empezar a poner los cimientos de un Mundo Nuevo. No hay tiempo que perder. Ya hemos perdido demasiadas veces el tren de la sostenibilidad. Es hora de dejar atrás las lamentaciones, remangarnos y ponernos a trabajar por el futuro de Ceuta.

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