Lamentablemente, no todo el cine es accesible en cualquier ciudad, y si ya ha costado que se estrene esta cinta casi un año después que en el país que la vio nacer, se imaginarán que hay que buscar con lupa una sala donde la exhiban. Es por ello que podría entenderse como una frívola excentricidad el hecho de escribir estas líneas sobre una película canadiense del año pasado con reparto desconocido por estos parajes, por muy nominada que fuera al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. No puedo sin embargo pasar por alto la oportunidad de recomendar esta joya de la sencillez, sensatez y buen gusto artístico y social.
Nada que ver con el cliché popularmente asimilado del aula de adolescentes malotes y el profe enrollado con violines finales y lagrimilla fácil, Profesor Lazhar es un canto a la inteligencia y una delicia sociológica que no debería perderse nadie que opine que educación, escuela, pedagogía y naturalidad son términos vitales que siempre deberían ir de la mano.
La historia nos presenta un traumático suceso que hace necesaria en una escuela del gélido y civilizado Quebec la presencia de un docente sustituto, y para el puesto acaba siendo seleccionado un refugiado argelino con mayor historia detrás de la que le gustaría, con rostro amable, buen corazón, mejores intenciones y un problema de ubicación en la porción de mundo que habita caminando sin hacer ruido. En muy poco tiempo se dará cuenta de que la concepción moderna de enseñar en las aulas dista de la de educación y en no pocas ocasiones roza el esperpento, y aunque se adapta dentro de sus posibilidades, no renuncia a lo que él considera un camino directo hacia la mente de los alumnos, algunos de ellos poseedores de una privilegiada e inusual madurez, atajando directamente por sus corazones.
Un trabajo de extremada finura y exquisita composición técnica que supone un escenario primoroso para el lucimiento de un reparto que destila naturalidad como si la tarea fuese lo más sencillo del mundo.
El manejo de la imagen por parte del joven e inquieto director canadiense Philippe Falardeau pasa del buen hacer a lo meritorio a muy poco de comenzar el metraje, atrapando al espectador en una madeja de interés, expectación y emociones que afloran cuanto más nos acercamos al final de la historia. Si exceptuamos ligeros pecadillos de irregularidad en el ritmo y que el protagonista tarda algo en conectar con el espectador, estamos ante uno de esos trabajos redondos que requieren mucho de sesera y bastante menos de presupuesto, lo cual resulta tan anacrónico en estos tiempos digitales que corren como los efectivos métodos de enseñanza de este entrañable “enseñante de la vida”. Si alguien se cruza en el camino de esta película, como dirían en El Equipo A, no duden en contratarla.
Puntuación: 8
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