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La vieja cárcel que cayó en el olvido

El cierre de la prisión de Los Rosales convirtió la vieja penitenciaría en un nido de ocupas, que es en lo que se ha convertido en la actualidad. En sus antiguas celdas se provocan incendios como el que, en la noche del viernes, sofocó Bomberos. Hay más. Incendios, agresiones, consumo de alcohol y drogas, pernoctaciones, entrada de menores... Todo esto después de que fuera desvalijada gradualmente y a la vista de todos, porque las denuncias de lo que estaba ocurriendo allí dentro se hacían públicas pero la reacción de los responsables nunca llegó.
Los vecinos de las barriadas más próximas a la antigua prisión reclamaron hace meses poder contar con esta infraestructura para construir alguna edificación que pudiera beneficiar a los residentes. Se pensó incluso en un polifuncional, también en ganar terreno para aparcamientos... No han obtenido respuestas pero lo peor de todos es que nada se hace para evitar los accidentes sobrevenidos. Los propios vecinos mostraron hasta las vías que se usaban de acceso para entrar en la prisión. Tampoco se han adoptado medidas para evitar la intrusión de personas ajenas que llegan a colocarse soportes que sirven de particulares escaleras para saltar por el muro.

Desde noviembre de 2017, fecha en la que se cerró la cárcel, no se le ha dado utilidad

En noviembre de 2017 se produjeron los últimos traslados de internos a Mendizábal, periodo que coincidió con el cierre por parte de Instituciones Penitenciarias de todo el recinto. Se cerraba así una de las prisiones más antiguas del país junto a la de Pamplona y Martutene. Fue entonces cuando hubo vigilancia policial en la puerta varias semanas, incluso se prohibía el acceso al interior a los medios de comunicación. Del celo más absoluto se pasó a la dejadez/abandono actuales, cuando ya accede al lugar quien quiera hasta el punto de ocupar la zona y vivir allí o, incluso, sacar baños, hierros y enseres del interior.
Los vecinos han denunciado hasta el hartazgo lo que allí ocurre, han expuesto los riesgos materializados ya en incendios de mayor o menor gravedad. Pero lo peor no es lo que se ve, sino lo que pasa desapercibido en el interior de la prisión, ya que el tránsito de menores es constante y no se sabe lo que ocurre tras las rejas que ni siquiera ejercen la función que tenían encomendada.
El último encuentro que tuvieron los vecinos con la Delegación del Gobierno fue hace un par de años cuando, en una reunión oficial, se abordaron posibles funciones que dar a esta infraestructura. De todo aquello nada se supo, la situación actual se encuadra en la falta de ideas y proyectos que se tiene para dar una utilidad a un lugar que podría satisfacer las querencias y reclamaciones de varias barriadas cercanas en donde la carestía de espacios comunes sociales es clara.

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