Vidas de nómadas

Acababa de leer un correo de mi amigo Nacho. Me lo enviaba desde Méjico. Días atrás le había llamado, pero le di un “sofocón”. Estaba en Colombia y hacía poco que había conciliado el sueño. Le pedí disculpas, al no saber yo en qué lugar del mundo se encontraba y, por tanto, que la diferencia horaria le gastaría una mala pasada. Es un trabajador “global”. Un nómada de la moderna civilización. Hemos quedado emplazados para hablar la próxima semana, cuando esté en Madrid. La idea es concretar las actividades en la capital de los alumnos del Máster de Turismo de la Universidad de Granada, en su actual edición. El formato que se usó para los alumnos de Ceuta gustó bastante en Granada y se pretende que allí también se aplique.
Le contaba esta pequeña historia a Violeta, a la que aprecio, mientras que hacía la liquidación de la dieta por mi último viaje relámpago a Granada. Bueno, yo creo que en la Facultad de Educación y Humanidades se le quiere, se le respeta y se le valora mucho. Además de una gran profesional, es una persona tremendamente servicial y humana. Ella se extrañaba y me preguntaba cómo podía aguantar este ritmo de trabajo. Le explicaba que, en esta ocasión había sido convocado por el Vicerrector de Ordenación Académica, junto al resto de Presidentes de los Comités de Empresa del profesorado de la Universidad de Granada, para analizar la delicada situación en la que iban a quedar un grupo de profesores, cuyo contrato administrativo se extinguía definitivamente el próximo dos de mayo (¡qué curiosa fecha!). Por la trascendencia del asunto, y la dificultad presupuestaria del momento, no podía perderme la reunión. Pero mis obligaciones laborales y académicas en Ceuta me exigíeron volver a primera hora de la tarde. Le añadí que, desde hacía años, ya estaba acostumbrado a este ritmo de trabajo y de viajes. Que yo me consideraba también un nómada, aunque urbano, que para resistir intentaba aplicar las técnicas de supervivencia, adaptadas, de las viejas tribus nómadas del mundo.
Lo que, en esencia, han hecho estos pueblos desde la prehistoria para sobrevivir, ha sido adaptarse a las circunstancias permanentemente. Abraham y el pueblo judío son un ejemplo histórico de ello. Los habitantes del Sahara, en la actualidad, siguen siéndolo. Ellos han estado acostumbrados a vivir en tierras hostiles. Por eso siempre han cuidado la naturaleza de forma extraordinaria, cosa que no hacemos los pueblos sedentarios, pues saben que la podrán necesitar en el futuro. También son pueblos acostumbrados a vivir en libertad, y no han tenido una estructura de poder tan definida (salvo excepciones). Pero practican un respeto reverencial a los ancianos. ¿Cómo es posible encontrar la paz en un permanente viaje?. Ellos llevan miles de años consiguiéndolo. Las restricciones que estamos padeciendo en la actualidad, consecuencia de una crisis financiera brutal, pero con una razón más profunda de reparto de lo poco que tiene el planeta entre cada más gente, nos están obligando a llevar un estilo de vida nómada. Por eso urge aprender de estos pueblos y adaptarse a las circunstancias.
En mi caso, lo que hago es por vocación. Por opción personal de vida. Quizás por ello, y por aquél refrán popular de que “sarna con gusto no pica”, no noto tanto el cansancio como aquellas personas que lo hacen por necesidad. Pienso en los trabajadores que se ven obligados a realizar jornadas agotadoras. Repartidas entre varias ciudades. Con permanentes cambio de destino. Con salarios miserables. Todo como consecuencia de la globalización, la competencia y las restricciones presupuestarias a que nos está llevando la crisis económica y, sobre todo, los administradores de la misma. No es casual que los accidentes laborales y los problemas psicosociales sigan aumentando en el mundo, fundamentalmente, entre los trabajadores jóvenes, con empleos precarios y sin experiencia.
Pero si el caso, como digo, es por voluntad personal, y tomas las adecuadas precauciones, el tener todas las horas del día ocupadas y desarrollar gran parte de tu jornada en trenes o aviones, puede resultar divertido. Y  por supuesto enriquecedor. Viajar en transporte público es algo esencial. Es más barato, cómodo y favorable para el medio ambiente. También te permite seguir trabajando. Hay medios tecnológicos suficientes para ello. Asimismo es importante saber ocupar cada momento en la actividad adecuada. Hay tiempos de tránsito que sólo permiten, por ejemplo, escuchar música. El último disco que me he bajado de internet, pagado (porque hay que pagar para que los genios sigan creando), es de Diego “el Cigala” y el pianista cubano Bebo Valdés. Hace nueve años asistí a su presentación en la inauguración del Baluarte en Pamplona. Escuchar inolvidables e históricas canciones como “Veinte Años”, “Lagrimas Negras” o “Corazón Loco” en ese entorno, con la voz rasgada, flamenca e inigualable del Cigala, acompañada de la maestría al piano de Bebo, es algo que se queda grabado para siempre. Volver a recordar estas piezas en mi último viaje, gratificante y especialmente relajante. Mucho más, haber cogido entre mis brazos, otra vez, a mi nieta. Ya casi me llama abuelo.
Finalmente, de vuelta en Ceuta, bebiéndome una buena botella de vino con mi querida y amada compañera de vida y viajes, me planteo si merece la pena tanto ajetreo. La conclusión es la misma de siempre. La vida sin riesgo y aventura no es vida. Como los nómadas, procuro ser feliz en todas las circunstancias de mi vida. Y si puedo ayudar a ser felices a otras personas, mejor. Aprender de los tuaregs del desierto, de los beduinos árabes, de los esquimales de Groenlandia, o de los chichimecas de Méjico, entre otros viejos y sabios pueblos nómadas, quizás no sea mala cosa en los tiempos que corren. Es una cuestión de supervivencia en una sociedad hostil.