Sigue malviviendo gente en la calle. Siguen teniendo el suelo como colchón; el frío y en ocasiones el desprecio social de compañía. También mueren, pero esas desgracias no suelen salir en la prensa. Mueren en la misma calle que les sirvió de albergue improvisado.
Ceuta sigue fallando en lo más básico. Sigue suspendiendo en lo que realmente necesitamos. Tras las personas que deambulan por cualquiera de los barrios de Ceuta hay historias rotas. No somos quién para juzgarlas, pero sí para intentar remediar situaciones que no deberían permitirse.
La clase política no consideró que debía pelear por ese proyecto de albergue social con todas sus fuerzas. Los resultados de esa dejación los sufrimos ahora, cuando carecemos de una infraestructura mínima para que nadie se vea obligado a perder su dignidad.
Dicen que hay partida económica, que tienen proyecto, que ahora sí se va a cumplir con esa medida. Nunca debimos permitir seguir adelante dejando rotos en el camino, porque esos rotos podemos ser cualquiera de nosotros.
Nuestra soberbia e ignorancia nos hace creer que nunca nos veremos así, pero la vida da tantos zarpazos que cualquier día podemos perderlo todo hasta convertirnos en sombras que convierten un banco en su hogar y unos jardines públicos en su cobijo.
El alcalde debería salir más a la calle, mirar alrededor y detenerse en esas personas que se quedaron en el camino y que hoy, de existir un albergue, podrían tener al menos un techo, calor y sobre todo apoyo.
Ceuta puede mirar hacia su economía verde, azul, tecnológica, pero antes debe saber mirar a su gente para ofrecerle lo más básico, lo que a nadie debería faltarle, el recurso mínimo para moverse en la línea de la dignidad.
Hoy no lo tenemos y parece que los grandes gestores no se ponen nerviosos ante tamaño fracaso. Es curioso que seamos tan duros ante la adversidad sufrida. Curioso e indecente.