Las naves del Tarajal son algo más que eso. Constituyen un albergue en el que conviven personas que antes no se conocían pero que han encontrado en este lugar ubicado a la espalda de la frontera su auténtica familia. El anuncio de que se pretende echar el cierre a estas instalaciones el próximo 15 de febrero ha sentado como un jarro de agua fría. 175 personas viven aquí, entre ellos 16 españoles, vecinos de Ceuta carentes de un hogar, que se verán en la calle si se da este paso.
Vecinos como Juan Abad, que en breve cumplirá 65 años y que lleva 5 meses viviendo en las naves. No quiere volver a la calle, a dormir en los soportales de la Gran Vía sin saber si podrá llevarse algo a la boca. Y no quiere porque sabe perfectamente cómo se pasa: “Fatal, lo pasaba fatal, los únicos que me ayudaban eran los taxistas”, detalla. Vivir en el albergue que gestiona Cruz Roja le ha cambiado la vida. “Yo aquí me encuentro muy bien, son muy cariñosos, agradables y te atienden muy bien”, explica en alusión a los trabajadores de la entidad humanitaria. “No nos falta de nada. Llega un momento que les tomas cariño, los queremos como si fueran nuestra familia”.
Juan tiene claro lo que puede significar el cierre de estas instalaciones. “Supondría volver otra vez a lo mismo, porque Asuntos Sociales qué nos va a dar, dónde nos va a meter, nos va a tener unos meses en una pensión y luego dicen que no pueden tenernos más… Entonces qué: ¿otra vez en la calle? Y yo no quiero volver a la calle, porque la calle es muy mala. Nosotros nos queremos quedar aquí con ellos porque son como nuestra familia”, añade. Juan dormía muy cerca del Ayuntamiento, todas las noches se tapaba con unos cartones encontrando, al amanecer, el alivio de los taxistas. Su historia salió en El Faro y eso ayudó a su acogida en este albergue.
“En la calle se pasa muy mal, estaba al lado del Ayuntamiento, ellos lo sabían que estaba durmiendo en el suelo”, recuerda Juan, y así siguió hasta que, al salir publicada su historia, se le dio cobijo en las naves de donde no quiere marcharse.
“Estoy bien, lo malo la situación” del cierre “porque nos veremos en la calle. Yo estaba durmiendo en el suelo, con cartones”, recuerda. ‘El veterano’ se vio sin nada después de que su sendero en la vida se torciera por una culpable: la droga. “Por su culpa me divorcié y me quedé en la calle. Solo pido que arreglen algo con nosotros porque no podemos seguir así”, detalla. A sus espaldas ha tenido incidentes, como cuando fue atendido in extremis en la playa de la Almadraba tras sufrir quemaduras. Luego estuvo durmiendo en un coche, en el puerto y ahora tiene cobijo en el Tarajal pero también amigos.
En las naves hay más historias como la de Mohamed, de 41 años. De Marruecos, se quedó atrapado en Ceuta cuando comenzó la pandemia en marzo de 2020. Solicitante de asilo, en las naves ha encontrado un hogar. Si cierran le pasaría lo mismo que a sus compañeros, se vería obligado a permanecer en la calle. Su caso es el mismo de muchos otros marroquíes: no puede volver a su país ni tampoco marchar a la Península. “Cuando supe que daban asilo bajé a las naves, aquí estoy con la Cruz Roja y me tratan muy bien. Estoy atrapado no puedo ir a Marruecos ni a la Península. Todos se portan conmigo muy bien”. No tiene otro lugar donde poder vivir, si el 15 de febrero, tal y como se ha preavisado, cierran las naves, solo tiene un destino: “Prácticamente me quedo en la calle porque no tengo dónde ir. La única forma es estar aquí, ya que tengo un lugar donde dormir”.
“Estuve viviendo en un vehículo, luego fui a casa de un amigo, después a una pensión pero económicamente no me iba bien. Gracias ahora que estoy aquí. Durante mucho tiempo estuve viviendo así” de mal “y gracias a Dios el día que vine. Aquí somos todos compañeros, no hay jefe, ni director ni nada. Todos los viajes que he tenido que hacer al Hospital Universitario ellos me han acompañado, me han ayudado en todas las enfermedades” que sufre.
Dentro de las naves Nourdine ha encontrado una familia, a personas que define como “amigos de toda la vida ya”.
José, al que también llaman Pepe, es otro de los residentes en las naves. Trabajó de jardinero en el Ayuntamiento y es otro de los que ha tenido que acercarse a este albergue para poder vivir. Aquí lleva residiendo unos meses. Le resultaba imposible encontrar una vivienda económica, lo que le ha llevado a conducir sus pasos hasta esta zona de Ceuta. “Yo me defiendo porque sé cocinar, planchar y coser. Me sé manejar pero en mi hogar. El alquiler subió mucho y no podía tirar adelante, sobrevivir”.
José considera muy negativo que puedan cerrar lo que funciona como albergue social. Habla él pero es un sentimiento que extrapola a todos los residentes. “No es solo para mí sino para muchos que vivimos aquí, la mayoría somos ya mayorcitos. Los jóvenes pueden salir de aquí, marcharse, pero nosotros a nuestra edad…qué”, se emociona José, que pide una intervención de la Ciudad para no verse abocados a vivir en la calle, lugar en el que ha tenido que dormir.
Asraf, Hassan y Antonio son otros de los ocupantes del albergue. No quieren verse sin techo. Es un sentimiento común a todos ellos. Porque aquí, en este conglomerado de naves, no solo se duerme o se come. Aquí Cruz Roja da un seguimiento sanitario, psicológico... incluso hay personas que han dejado adicciones a las drogas, se les enseña un orden… Es un centro social como el que nunca ha tenido esta ciudad a pesar de constituir una de sus carencias más graves.
Asraf, que es marroquí, tiene una mujer y una hija españolas. Carece de un hogar y el único techo bajo el que vivir es el Tarajal. Lleva 25 días viviendo aquí y teme que echen el cierre porque no tiene un lugar al que acudir. “No tengo nada, si yo tuviera una casa no estaría aquí”, lamenta. “Si Cruz Roja cierra el 15, dónde voy, ¿a la calle?, ¿estas personas a dónde van a la calle?”, lamenta. Y recuerda el derecho básico que debería tener cualquier ciudadano español, como lo son su mujer y su hija, a una vivienda digna.
Hassan encontró en las naves una salida al mundo de la drogadicción, dejando atrás una vivienda en el Príncipe que no lo era, porque tenía que vivir en unas condiciones deplorables, básicamente entre ratas. Ahora está descubriendo otra forma de vivir. “Yo vivía en el Príncipe, con mi hermano, en una casa que se cae, con ratas, en donde ni tenemos un cuarto de baño decente. Vine aquí con un señor de la Cruz Roja, llegué porque no se podía vivir en esa casa. Estuve enganchado en la droga y viviendo aquí estoy mejor, me trataron bien, me han dado una cama, estoy con gente decente con la que hablamos de muchas cosas”.
Tiene claro que su vida ha cambiado desde que está en las naves, que cierren sería volver atrás. Aquí ha hecho amigos, no quiere que este albergue se clausure. “Estuve en la calle y tenía ganas de morirme. No tenía ganas de vivir, estaba amargado, no tenía comida. Ahora gracias a dios estoy bien. Si cierran esto ¿qué?, ¿otra vez lo mismo? No debe ser así”.
Cuando le derribaron la cabaña se quedó sin nada, su pasaporte apareció en la comisaría después de que el Ayuntamiento tirara esta instalación y perdiera lo que poco que tenía. Si cierran el albergue no le queda nada ya que no tiene medios para subsistir.
Rafael Escámez es el más antiguo de las naves. Tiene 74 años y se vio en la calle con todos sus enseres. Ahora, confiesa, se siente un extranjero en su propio pueblo. Lleva 3 meses en el Tarajal y esta es su historia: “Estoy aquí por unas circunstancias que no sé como fue. Alquilé una casa y al otro día el dueño, porque no había firmado el contrato, me puso todos los muebles, todas las cosas mías, en la calle. Soy de Ceuta, criado en Ceuta, y soy un extranjero en mi pueblo”, lamenta indignado.
En las naves viven 8 menores y 150 hombres, el resto son mujeres que encuentran en este lugar un sitio donde permanecer y que agradecen a la Cruz Roja el trato recibido. Muchas son marroquíes que esperan que sea aprobada su solicitud de asilo y que no pueden regresar a su país.
Según la Ciudad, con el Tarajal se quiere hacer lo mismo que en Piniers, ya que forma parte del proceso de desescalada para tratar de volver a la normalidad antes de que se cumpla un año de la crisis de mayo. El objetivo de la Ciudad es que antes del 31 de marzo la nave que se está gestionando quede desocupada. Ya se han ido dando preavisos de cierre, el último para este 15 de febrero y se espera que quede clausurada en semanas.
Los marroquíes están a la espera de que se resuelva la petición de asilo y, en el caso de los ceutíes, dice la Ciudad que está coordinando con Servicios Sociales y Presidencia una alternativa. Pero esa promesa cae en saco roto para estas personas que desconfían de una solución que en algunos casos ya conocieron y de poco o nada sirvió.
Juan dormía en la calle, en los soportales de la Gran Vía y le ayudaban los taxistas
Juan no quiere volver a la calle, lo pasó muy mal durmiendo en los soportales de la Gran Vía. En las naves ha encontrado el cariño de quienes se han convertido en sus amigos.
Asraf, Hassan, Antonio, ‘el veterano’, Pepe y Rafael: otros de los acogidos en lo que se ha convertido en un albergue
Ellos son algunos de los residentes en un lugar que se ha convertido en un albergue. Porque ya no son naves puras y duras sino que se ha transformado en un lugar de convivencia para quienes son ya una auténtica familia.
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