Cuando salimos de viaje hacia Lisboa, no imaginábamos todas las sorpresas que nos depararía nuestro periplo de investigación por el archipiélago maderense. Hacía más de treinta años que no pisaba estas islas, desde los trabajos de redacción de mi doctorado, donde fuimos mi querida esposa y yo a recorrer las costas de la misteriosa isla. El trayecto en coche hasta la capital lusa fue algo pesado, y sobre-todo, adaptarse a los incómodos ritmos de las reservas digitales, que aparecen tan prácticas, pero llevan el sello de la impersonalidad y dependencia de los sofisticados teléfonos móviles.
Después de una noche apacible, partimos bien temprano hacia el cercano aeropuerto lisboeta, y en un rato estábamos los dos (Dacio y yo) en el hall principal de salidas, tomando un pequeño desayuno compuesto de té y un pastelito de Belém. No me agradan este tipo de viajes exprés, a toda pastilla y acelerados de un lado para otro, eche de menos recorrer las calles de los barrios más antiguos en la capital portuguesa, y sentarme un rato en el lateral arbolado de los Jerónimos, o visitar una vez más el museo de “arte antiga”. Protesto, y me prometo que un siguiente viaje no será así de atropellado.
Recuerdo mis periplos por las Azores de algunos años atrás, donde siempre hacía una noche en Lisboa, y me daba tiempo a deambular y callejear a mis anchas; el tiempo que me reste de vida no estoy dispuesto a alimentar la diabólica máquina del bullicio, ni esta estúpida velocidad que solo nos conduce al vacío interior y la falta de reflexión. El viaje para que sea fructífero hay que interiorizarlo de principio a fin, y necesita del aliento de la cultura para que se convierta en alimento para el intelecto y el alma.
Desde la calle de nuestros apartamentos se divisaba la iglesia de Sao Pedro bien coronada por un gallo cantador, símbolo inequívoco de las negaciones del santo, y una cúpula distinguida. Sin embargo, mi objetivo eucarístico de buena mañana sería “la Sé” o Catedral de Funchal, de puro estilo gótico manuelino, una auténtica joya de la arquitectura de la isla con techados interiores mudéjares, un coro precioso pintado, y retablo flamenco con imágenes de la pasión de nuestro Señor y de la vida de María santísima. Este tipo de estilo me atrae muchísimo desde que publicamos en 2018 un libro sobre el litoral marroquí para viajeros inquietos, y comentamos los interesantes restos arquitectónicos que quedan dispersos por las ciudades portuguesas en Marruecos, y que tanto he disfrutado en una época muy dichosa de mi vida junto a mi querida esposa Pakiki Serrais. Es un estilo muy simple, pero tremendamente original y su apuntado detalle en cada arco de pórtico o ventana una de sus principales señas de identidad.
De los hechos más destacados, y que sería responsable del afamado vino que brota de estas lavas, es su relación con Inglaterra debido a su alianza frente a la amenaza de Bonaparte y el asentamiento de ingleses en su suelo tras la caída de Napoleón. El mismo James Cook y su famoso barco “Endeavour” visitó el archipiélago, atracando cerca de la bahía de Funchal en 1768, cargado de naturalistas, estudió algo de su flora y se avitualló de vino, como no, antes de proseguir su viaje exploratorio por el planeta.
Pero porqué Madeira y que objetivos científicos perseguíamos. En principio, Madeira fue el archipiélago donde se describieron determinadas especies de corales, que luego han sido descubiertos en otros de los archipiélagos macaraonésicos (Azores, Canarias y Cabo Verde), e incluso algunos también en Ceuta recientemente gracias a las exploraciones llevadas a cabo por la FMMC (Fundación Museo del Mar de Ceuta). De alguna forma, Madeira marca la pauta científica en estos aspectos de la región, y después de nuestros llamativos descubrimientos en relación al novedoso concepto de Cripto-diversidad marina, en el ámbito de los corales, necesitábamos examinar los materiales antiguos depositados en Funchal, a la par que obtener en el mar datos e imágenes sobre las especies y los hábitats marinos que estamos estudiando tan intensamente a lo largo de estos años.
A nivel muy general, y fruto de este viaje, hemos hecho descubrimientos muy interesantes en las colecciones del museo que aclaran algunas de nuestras dudas, y también hemos confirmado la inesperada presencia de un rarísimo tipo de coral que nunca fue citado para estas islas. Por otra parte, en ciencia si abres una puerta, ésta, te suele llevar a nuevas pesquisas que requieren abrir otras opciones, así que, de este viaje sacamos en claro que debemos visitar el Museo Británico de Ciencias Naturales para poder discernir sobre unos tipos de corales depositados en esta vetusta institución. Unos tipos coralinos, que fueron estudiados por el caballero y naturalista James Yate Johnson, residente en Madeira por causa de una enfermedad, y que realizó un excelente trabajo de descripción por el que estamos envueltos, en parte, dentro de esta aventura científica.
Además, la gran cantidad de agua que corre por la isla de Madeira pensamos que tiene una influencia crucial en la conformación ecológica de los hábitats marinos litorales de la isla, y que puede estar provocando la existencia de un medio de penumbra diferente al que se forma en Canarias. Sobre estos hallazgos, la geología general de Madeira, las hipótesis que nos estamos planteando, y los descubrimientos hechos el mar durante nuestras exploraciones, hablaremos en la siguiente entrega.
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