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Más de 60 residentes del CETI embarcaron ayer con destino a la península con los pases que les permiten residir al otro lado contando con ayuda inicial de entidades sociales
Algo más de 60 residentes del CETI protagonizaron ayer la imagen esperada: la de las ilusiones compartidas por marchar al otro lado del Estrecho, el que quisieron alcanzar en su día de manera irregular arriesgando incluso sus vidas. Hasta la estación marítima se acercaron compañeros del centro, a los que todavía les queda meses de estancia en el Jaral. Hombres y mujeres que no pudieron contener la emoción de perder a quienes han sido sus compañeros durante cinco meses, que es la media de estancia de este grupo en el centro del Jaral.
Como viene siendo habitual, tanto miembros del centro de San Antonio como hermanas religiosas acudieron a la despedida de quienes han sido ejemplo de integración, buscando adaptarse de la forma más rápida a la lengua y costumbres del país que les da acogida para favorecer su posterior inserción laboral. Hasta ahora han estado protegidos, no les ha faltado asistencia básica ni cursos con los que avanzar en su aprendizaje. Madrid y la zona de Castilla son sus puntos de destino, lugares a los que en los últimos meses han llegado otros compatriotas, lugares en los que deberán esforzarse por conseguir su avance.
Tras los protagonistas de este viaje se esconden las historias de hombres llegados en frágiles embarcaciones, pero también aquellos que conforman la denominada ‘inmigración silenciosa’, ésa que sorprende a las fuerzas de seguridad porque ni siquiera conocen la vía usada para el acceso, sospechando que sea la burla de los controles de una frontera en la que el blindaje es inviable toda vez que comercio, seguridad y tráfico fluido son compañeros de viaje imposibles.