Opinión

VI Vía Crucis infantil en San José, por Jacobo Díaz

El hombre, por tradición, naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión directa con Dios. Esta íntima y vital relación recíproca con el Supremo otorga al hombre su verdadera dimensión humana, su genuina esencia y dignidad espiritual. Sin embargo en los agnósticos tiempos actuales reina el laicismo y la secularización. La irreversible decadencia de los valores espirituales y morales de nuestra sociedad es como una peligrosa serpiente venenosa que sigilosa se arrastra serpenteante hacia la más tierna infancia.
Por todo ello, las comunidades parroquiales ceutíes, tienen la enorme responsabilidad de realizar una constante labor evangelizadora, con una apuesta clara por el reconocimiento del papel de los niños como sujetos activos en su parroquia, como un miembro más de la misma Iglesia, y como jóvenes peones aprendices en la construcción del Reino de Dios. En este sentido, deben apelar a la creatividad y ofrecer un abanico de actividades dirigidas a los más pequeños, durante todo el año, y más ahora en Cuaresma, cuidando siempre todos los detalles, para que sean ellos los auténticos protagonistas, se les escuchen y atiendan sus inquietudes, y se potencie su vida cristiana. ¿Y qué pueden hacer? Mucho, la imaginación y la fe siempre al poder. Los feligreses de la parroquia de San José lo tienen muy claro, organizando ayer por sexta vez consecutiva un nuevo Vía Crucis infantil.
El Vía Crucis es una de las tradiciones devocionales más antiguas del cristianismo. El profundo significado de lo que ocurrió aquellos días en Jerusalén, ha llevado a los cristianos desde entonces a rememorar todos y cada uno de los pasos de Jesús antes de morir en la Cruz. El ritual no es nuevo, los primeros Vía Crucis, se realizaban desde el siglo XII en Tierra Santa. En nuestra ciudad se celebran desde antaño cada viernes de cuaresma, generalmente orientado a los adultos, donde el niño, si acude, no participa de forma directa, y probablemente ignora su significado. Lo novedoso del evento parroquial de San José radica en su exclusiva dimensión infantil, no solo en su fase conceptual sino también logística, material, litúrgica y espiritual.
No es una historia agradable, es cierto, pero es un ejercicio que ayudará a nuestros hijos a ser más agradecidos y menos egoístas. Entenderán que seguir los pasos de Jesús no es siempre fácil. Es para corazones intrépidos y solidarios, para valientes, para niños y niñas que no tienen miedo de lo que puedan pensar los demás, para jóvenes dispuestos a sacrificarse por amor. Solo el amor de Dios les va a permitir en sus vidas soportar y superar todos sus golpes con una energía extraordinaria. Los niños han aprendido ayer que el amor es el gran secreto que nos acompaña en este camino hacia la Cruz, y que la Cruz es la única llave universal que abre las puertas de la conversión, de la misericordia, de la esperanza, del perdón, de la caridad, de la única y verdadera paz. Para los niños y niñas cristianos de San José, no hay ya nada imposible. El Vía Crucis es una oración también para los niños. Rezarla con ellos es una manera muy especial de ayudarles a conocer y comprender el misterio pascual de Jesús, y su centralidad en nuestra fe cristiana.
Los niños de 1º y 2º año de catequesis de la parroquia de San José han participado en el sexto Vía Crucis infantil del pasado viernes 23 de febrero, que han organizado sus catequistas, siempre bajo la atenta mirada del Padre D. Miguel Tenorio. Esta iniciativa, nacida de la inquietud de unos jóvenes, fue bien acogida en la feligresía, realizándose en el año 2013 el primer vía Crucis infantil de la historia de Ceuta. Esta apuesta por y para la juventud caballa, ya ha tenido eco en otras parroquias que, desde entonces, están organizando esporádicos actos similares dedicados a los más jóvenes. Este año, los niños han sido de nuevo los protagonistas, iniciando la cuaresma con el primer Vía Crucis en nuestra ciudad. Después vendrán otros, pero solo éste será para ellos, porque no cabe duda que las tradiciones cristianas, una vez heredadas con los genes, deben ser luego conquistadas con el corazón, mantenidas con la devoción, y transcritas con amor en el alma de nuestros descendientes. Solo así, redescubriremos y perpetuaremos con ellos, nuestras tradiciones más ancestrales, así como, el sendero para caminar todos juntos hacia el Reino de Dios.
Después de varios meses de preparación, de convivencia, y celebración en familia y en la catequesis, los feligreses de la parroquia de San José, mediante el silencio, la reflexión, la oración y la lectura de las 14 estaciones de penitencia del Vía Crucis, han vivido con los niños un especial encuentro personal y comunitario con Dios. Han comprobado de nuevo como los niños, por su extraordinaria sensibilidad espiritual, han sido capaces de intuir el misterio del amor infinito de Dios, de acercarse a su trascendencia y de entrar de puntillas en su presencia transformadora y renovadora. El Vía Crucis ha sido, como en otras ocasiones, una gran oportunidad para que los pequeños entiendan el sentido profundo de la fe, y el gran amor de Dios Padre que envió su único Hijo al mundo para la salvación de los hombres. El acto de ayer ha sido de nuevo el mejor instrumento para educarlos en el sentido de la responsabilidad, del sufrimiento compartido, del sacrificio, de la superación, del perdón cristiano, de la caridad, y de la infinita misericordia de Dios.
La celebración del Vía Crucis para los niños ha sido una forma muy especial para comenzar el tiempo de Cuaresma que nos prepara para la Semana Santa. Durante estos días recordaremos que Jesús vivió unos momentos muy difíciles cuando fue condenado y murió en la cruz. El camino de la cruz fue muy duro. Los más pequeños lo han acompañarlo ayer en este largo, tortuoso y doloroso camino en la iglesia de San José, porque lo aman y porque a veces ellos también pasan por momentos parecidos sin que los adultos nos demos cuenta. Los niños han realizado el camino con Jesús con la fuerza de su fe para conseguir así una vida más plena, más parecida a la que Dios quiere para ellos. Mediante este VI vía crucis infantil, los niños han tenido la posibilidad de recordar de una forma muy especial la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Se trata de un camino de oración y vida con un claro mensaje de amor, paz y esperanza. Dijo Jesús: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5, 3-10), por eso solo ellos –los más inocentes- han sido, como en los cinco años anteriores, los auténticos protagonistas del evento religioso, llevando en una parihuela una exquisita imagen de Cristo que representa el momento de la 1ª estación, cuando Jesús es condenado a muerte. Cada niño ha leído una de las 14 estaciones y sus correspondientes reflexiones, adaptadas a su mentalidad por las catequistas, en un emotivo acto que ha tenido lugar –como antaño- solo en el interior de la iglesia.
En este tradicional evento del segundo viernes de cuaresma, las catequistas han hecho un doble llamamiento, tanto a los niños, como a otros menos “niños” pero jóvenes de espíritu, para que despierten el corazón pueril que siempre han llevado dentro, pues ya lo dijo el Señor: «Les aseguro que si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos. El que se haga pequeño como estos niños será el más grande en el Reino de los cielos» (Mt 18, 1-4). Los niños no han estado solos, han venido a la casa de Dios acompañados de sus padres y abuelos, y han vivido con ellos la experiencia de recordar con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por nosotros para salvarnos del pecado. Si enseñamos a rezar a los más pequeños, y los motivamos para que lleven con sus hombros la parihuela, es como si ellos cargaran con las cruces de cada día, recordando y viviendo las estaciones o momentos de la pasión de Jesús.
Con este tipo de actos se invita a los más jóvenes al encuentro del Señor, se les enseña a rezar, a iniciar la cuaresma con oraciones a Jesús. Es justo eso lo que él nos pide en el evangelio. De esta forma, canalizados por los feligreses adultos, podemos conseguir que los niños sean personas de pleno derecho en la vida de la comunidad eclesial a la que pertenecemos, con voz de timbre agudo, e ingenuo, sin voto pero con alma.
El mensaje subliminar de este acto de ayer es tan tangible que rebosa en su evidencia, y además está escrito en el evangelio para quien lo quiera entender: «Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque solo de ellos es el reino de los cielos» (Mt 19, 14). Efectivamente, dejad que los niños vivan con ilusión el inmenso legado de Jesús, portando sobre sus tiernos hombros infantiles la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Salud, Cristo real de dimensiones y peso proporcionales a sus estaturas. Dejad a los más pequeños que sientan el liviano peso de la parihuela, dejad que, por unos minutos, sustituyan el rutinario peso de sus mochilas escolares cargadas sólo de sabiduría terrenal del hombre por el perpetuo símbolo de la cruz, de la vida eterna, y del amor de Dios, «porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11: 29-30). Dejadles por favor en nombre de la religión, de la tradición, de la cultura, e incluso de nuestra propia idiosincrasia. Dejadles por nuestra fe, por nuestro futuro, y en nombre de nuestra cuestionada supervivencia espiritual. Y como dijo Jesús: «El que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que oiga, y el que lea que entienda».

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