Opinión

Otra vez va burra al molino

Hacía tiempo que no escribía nada para esta sección, podría poner las típicas excusas de siempre, falta de tiempo, de ganas, de inspiración y bla, bla, bla. La verdad que si no me he asomado en un tiempo a esta ventana es porque no encontraba nada de qué hablar (estaba por tirar la escalera de la que hablaba el Wittgenstein del Tractatus), aunque lo cierto es que tenía al elefante tan delante de mí que no lo veía, o no lo quería ver de tan visto que lo tenía.

Resulta que en las últimas semanas de clase de 2º de bachillerato me tocó explicar a Nietzsche y hablando del tiempo llegué a la idea del “Eterno Retorno de lo Mismo” (para abreviar el Eterno Retorno). Durante la explicación les comenté a mis alumnos, que llegados a este punto no se estaban enterando ni del NODO, que el propio Friedrich Whilheim Nietzsche (o como lo llaman ellos el tío del bigote enorme) reconocía que era su pensamiento más profundo, pero el menos elaborado. ¿Por qué decía esto? Si vamos a lo que quería expresar con el Eterno Retorno no se aleja mucho de la concepción del tiempo de los griegos o los hindúes, es decir, básicamente esta idea nos muestra un tiempo cíclico que se repite una y otra vez; entonces, ¿por qué le constó tanto a una mente privilegiada como la de Nietzsche profundizar en una idea que a simple vista no parece demasiado novedosa?

Mi teoría con respecto a esto es que no fue profesor en España. Si Federico (así se traduce Friedrich) en lugar de haber recibido una plaza de profesor en la Universidad de Basilea, incluso antes de leer su tesis doctoral, hubiera sido docente en el sistema educativo de cualquier comunidad española, habría podido explicar a la perfección a qué se refería con su Eterno Retorno. Sé que tengo que explicar esta idea mía con un poco de detenimiento pero para poder hacerlo debo dar un rodeo por cómo funcionan las oposiciones a docente.

Una oposición es una prueba que debería mostrar tu capacidad para realizar un puesto determinado en la administración y así, poder elegir entre los múltiples solicitantes, en palabras sencillas, una entrevista de trabajo pero versión burocrática. Cualquiera que haya titulado en algo desde la ESO a un doctorado entiende que una vez apruebas todos los exámenes y obtienes el aprobado no es necesario volver a pasar las pruebas cada cierto tiempo para mantener esos títulos, bien, pues eso no se aplica a las oposiciones de educación. En las oposiciones de educación tú te presentas y puedes superar todas las pruebas que si no sacas plaza dos años después debes volver a realizar esas mismas pruebas para obtener plaza fija y, para terminar de rizar el rizo, si no sacas plaza pero unos días después te pueden dar un destino en un instituto para dar clase durante todo el próximo curso, todo muy lógico. Este es el primer Eterno Retorno que vive un profesor pues cada dos años vuelves a estudiar los mismos temas, a realizar los mismos ejercicios, a retocar la misma programación (que lleva vistas más leyes que el Código Civil). Si el superhombre debe aceptar el Eterno Retorno de lo Mismo, el interino asume este Eterno Retorno de la Misma oposición, aunque la haya aprobado cuatro o cinco veces, pese a decir tras cada una “yo no vuelvo a pasar por aquí” o “dentro de dos años no me presento”; dos años después, otra vez, vuelve la burra al molino. Nos enfrentamos una y otra vez con un afán de autosuperarnos, mejorar nuestras notas, sacar plaza, poder estar cerca de casa; asumimos este ciclo constante desde que decidimos que nuestro futuro va ir por aquí.

Dejando de lado a los interinos y sus constantes oposiciones, y sin querer entrar en las constantes reformas y contrarreformas educativas de las que ya hablé en otro artículo, la vida del docente es otro Eterno Retorno, el curso. Cada año es un volver a empezar, un partir de cero para repetir lo mismo que explicaste el año pasado y el anterior y el anterior del anterior… Sí, el profesor no cuenta años, cuenta cursos. Pero, ¿todos los años explicas lo mismo? La respuesta es sí y no, los contenidos son los mismos, los alumnos son siempre iguales (te haces viejo delante de ellos pero ellos siempre tienen la misma edad aunque distinta cara), los apuntes escritos en hojas que cada año amarillean más son los mismos, entonces, sí, todos los años es lo mismo pero no, el aula tiene una cierta magia parecida a la del equipo de Miguel Ríos en el Blues del autobús que cada año dices lo mismo pero no repites lo dicho, “nunca suena igual”, ni aun dando la misma explicación en dos grupos distintos y en horas consecutivas. Es un siempre volver a lo mismo pero nunca volver igual; es un contante repetir para superar, para progresar, para desarrollarte. Además, en estos años que llevo en as salas de profesores siempre escucho lo mismo “esto cada vez está peor”, “dan ganas de irse y no volver”, etc. pero al curso siguiente los que lo dicen (los que lo decimos) vuelven a estar los primeros en el instituto con las mariposas en el estómago pensando en el nuevo año docente y en lo que van a hacer con sus alumnos, en los nuevos proyectos que va a desarrollar con ellos, las vivencias y aprendizajes que van a tener en ese nuevo curso. Esto sucede porque dar clase es un eterno retorno pero es el eterno retorno que nos hace felices y que queremos repetir mientras nos queden fuerzas.

Sí, ciertamente la idea del Eterno Retorno es la más feliz de Nietzsche porque representa el ciclo que es la vida y solo si tu ciclo es voluntario (una decisión propia que te permita desarrollarte y crecer haciendo aquello que tu voluntad te dicta), como sucede con el profesor medio, se puede convertir en una forma de vida que disfrutas (y sufres, porque vivir también es sufrir) tanto que no te importa volver a repetir una y mil veces. Porque tanto el curso como las oposiciones son siempre lo mismo pero nunca son igual.

Antonio Rubén Puentes Amador

Me licencié en Filosofía por la universidad de Granada en el año 2007. Licenciado en filosofía por coincidencia, profesor por vocación llevo dando clase de Filosofía desde 2015 en diversos centros de Andalucía.

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