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Una marroquí denuncia a un matrimonio por usurpar la paternidad de su hijo recién nacido. Explica que vino a trabajar para ellos que aceptaron que estuviera embarazada y cuando nació el bebé le dijeron que se fuera y le quitaron el pasaporte
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Trabajo en equipo. Al Ámbar pone en manos de Menores y Fiscalía los hechos al conocerlos y se comienza la investigación de manera inmediata.
Fátima (nombre ficticio) tiene 32 años y una vez a la semana espera paciente a las puertas de la guardería del Príncipe para poder ver a su hijo. Apenas pasó junto a él unas horas desde que nació hace cinco meses y lucha por conseguir recuperarlo y vivir a su lado. Su vida hasta hoy no ha sido fácil. Nacida en Fez, con 9 años su padre la llevó a trabajar a casa de unos familiares. Pasó su infancia y adolescencia ocupándose de la limpieza y la comida de esos que decían ser su familia y que no dejaron en 14 años que tuviera un día libre para jugar, un rato para pasear, un tiempo para aprender a leer y a escribir. Con 23 años, harta de las palizas que recibía continuamente, los señores de la casa llamaron a su padre para que la recogiera pues la niña no estaba bien. Ya no regresó. Un médico le recetó pasear y relacionarse con otras personas contra la depresión que arrastraba y ni siquiera se encontraba cómoda con su propia familia. Había pasado 14 años de su vida encerrada en una casa trabajando sin apenas contacto con el exterior y ya era hora de encauzar una vida normal. Así que dos años después, ya recuperada y feliz, una tía que trabajaba en Melilla le ofreció irse con ella a trabajar para una mujer que tenía una empresa de cattering (Marisa, nombre ficticio). Y Fátima estaba contenta porque al menos ganaba un sueldo donde tenía para pagar sus cosas. “Si había mucho trabajo dormía en casa de Marisa, pero la mayoría de los días iba a con su tía hasta Nador que es donde residían.
Pasaron algunos años y Fati un día conoció a un chico en la frontera. Mohamed era muy amable. Trabajaba como pintor en Melilla y comenzaron a coincidir todos los días. “Me enamoré. Encontré en él lo que no había tenido hasta entonces. Me trataba muy bien, con cariño y quedábamos cada día para cruzar la frontera”. Pasaron siete meses de relación cuando ella se quedó embarazada. Cuando se lo comunicó al padre, éste dijo que no estaba en situación de atenderlo y que ella decidiera. Dejó de saber de él. No contestaba a sus llamadas ni a sus mensajes. Fue a buscarle a una plaza donde solía pasar tiempo con sus amigos y fueron los propios amigos los que le dijeron que dejara de buscarlo porque se había ido a Holanda con una de sus hermanas. El mundo se le vino abajo. “Quería que nos casáramos, teníamos nuestros trabajos. Confiaba en él. Hasta él se ocupaba de guardar mis ahorros. Se fue con mis 500 euros ganados en todo ese tiempo de trabajo en el cattering”. Ella hizo de tripas corazón y continuó trabajando pero un día su jefa le dijo que tenía mala cara. Fátima le confesó que estaba en estado y que su novio se había ido y ella tenía miedo de la reacción de su familia. Marisa le dijo que no se preocupara, que ella iba a ayudarla porque conocía a una señora que cogería el bebé al nacer y su familia nunca lo sabría y que ella no volvería a verle. “Le dije que no, que eso no era una solución para mí, que eso no quería que pasara”. Así que poco después la jefa le dijo que tenía otra solución que era mejor para ella y que permitiría que estuviera junto a su hijo: un trabajo en Ceuta. Unos compañeros de su hija militar necesitaba a una empleada de hogar y no le importaba que estuviera embarazada. Le harían un contrato y la tratarían bien y no les molestaba que en la casa viviera también un recién nacido. Así que avisó a su familia de que Ceuta sería un buen destino para ella y con su permiso, subió a un autobús en Nador previo pago del billete por su antigua jefa. “Ella se portó bien conmigo aunque el último año y medio no me había pagado y confiaba en ella”, explica.
De Nador a Tánger y allí esperaba su nueva jefa junto a un amigo que hacía de intérprete. Los tres fueron a Castillejos y visitaron a un señor que agilizó los trámites para hacerle el pasaporte mientras ella esperaba en una habitación en muy malas condiciones en la azotea de un edificio de la ciudad vecina. Cuando su pasaporte estaba listo, fue su nuevo jefe el que cruzó la frontera para recogerla y la trasladó al que sería su nuevo hogar. Había dos compartimentos y ella y su hijo vivirían en una parte que se encontraba un poco alejada del resto de la casa. Entonces ya estaba de siete meses y el matrimonio le dijo que estuviera tranquila y ayudara a la señora de la casa hasta que diera a luz. “Ellos se portaron muy bien conmigo. Yo trabajaba en todo lo que me pedían y ella me decía que como no tenía hermanas yo sería como una hermana y que al niño no le faltaría de nada y estaríamos todos juntos”.
Fati reconoce que estaba tan feliz que hasta le dijo que era suficiente con tener un techo y la manutención para ambos a cambio de su trabajo en la casa. “Ahora por fin realmente sentía que había encontrado a gente buena que me querían y valoraban”, explica. El 22 de octubre a las cinco de la mañana empezaron las contracciones y dio a luz a su hijo 17 horas después gracias a una cesárea. Su jefa estuvo a su lado en todo momento y al despertar, le dijo que si alguien le preguntaba, ella debía decir que el padre era su marido. “Yo no me di cuenta de lo que firmaba porque les creí. El papeleo del nacimiento del bebé… luego me enteré que le habían puesto el nombre que ellos querían y hasta sus apellidos”. Recuerda que cuando tuvo a su hijo en brazos se hizo una foto con él y la jefa se enfadó y le dijo que era mejor que la borrara porque eso podría llegar a sus padres y se enfadarían mucho. El mismo marido fue a comprarle una caja de pastillas para cortarle la leche y que no le diera el pecho.
Cinco días después, tras recuperarse de la cesárea, se fueron a casa, pero al llegar la actitud del matrimonio fue cuanto menos extraña. “Me dijeron que yo al estar operada no podía cargar y cuidar al bebé por un tiempo así que mejor se quedaba con ellos en su zona de la casa y esa misma tarde se lo llevaron a comprar ropita para él”, recuerda Fati a la fue un auxiliar médico a la casa para quitarle los puntos. Poco después, le dijeron que como el niño era patizambo tenían que llevarlo a la península para operarlo y que ella mejor se fuera con sus padres un tiempo hasta que ellos regresaran. Así que la llevaron a la frontera, le quitaron el pasaporte y no supo más de ellos hasta que se dieron cuenta que necesitaban una última firma de Fátima en los papeles que estaban arreglando. Pero a ella le dijeron que ya venía a firmar el contrato para regresar junto a su hijo y trabajar con ellos. “Es el jefe el que me recoge en la frontera y me lleva a Benzú a casa de un amigo suyo que resultó ser la pareja de mi primera jefa en Melilla la que me puso en contacto con ellos y yo lo conocía porque él viajaba hasta allí de vez en cuando”. Allí trabajaba a cambio de cama y comida y cada día iba a Benítez desde Benzú andando a casa de sus supuestos jefes para que le dejaran ver al niño. Siempre le ponían excusas a pesar de sus lágrimas, que el niño no estaba, que lo que oía era al perro, que no podía pasar que tenían prisa. Vino su antigua jefa a ver a su novio y en la casa de Benzú le dijo que dejara pasar los años que no le iba a faltar de nada y que cuando fuera mayor se lo presentarían y que lo mejor que podía hacer era regresar a Melilla a trabajar con ella. Fati no podía dejar de llorar y ya desesperada sonríe cuando durante el relato deja paso a la esperanza: “Dios abre puertas”, dice. El señor que regularizó su pasaporte en Castillejos la primera vez que vino embarazada la llamó para que fuera a recoger la documentación que se había dejado allí. Ella le contó desesperada lo que sucedía y él, a través de un amigo del Príncipe, la puso en contacto con Al Ámbar, una Asociación que lleva años ayudando a mujeres en situación complicada.
El caso ya está en manos de la justicia y el niño al cuidado de Menores. Una vez a la semana, durante una hora, puede acunarlo en sus brazos. Y desde Al Ámbar, recuerdan que la mujer nunca tuvo intención de vender a su bebé como ha sucedido en otras ocasiones con mujeres marroquíes desesperadas que por la presión social y las carencias económicas no pueden hacer frente a la maternidad, por lo que Fátima también víctima. Confían en la Justicia. Fátima también. Y dice que “solo quiero darle mi hijo todo el amor que a mí me negaron hasta ahora”.
“Creemos que hay más casos ante la desprotección de este colectivo”
Al Ámbar ha querido sacar a la luz la historia. “Estamos indignados de que en estos tiempos sigan ocurriendo estas cosas”. Creen que hay más casos y quieren que no tengan miedo a denunciarlo. Cuando Habiba Abdelkader, la presidenta de la entidad, se encontró a Fati a finales de febrero en la puerta de la Asociación a primera hora de la mañana y comenzó a escucharla no daba crédito. Inmediatamente puso el caso en manos del Área de Menores y lo expusieron ante la Fiscalía. Ambas instituciones respondieron de manera rápida y eficaz y se lo agradecen. El caso se encuentra en fase de instrucción con un abogado que pagan gracias a la colaboración de UCIDCE. Investigan una posible usurpación de estado civil que conlleva penas de entre seis meses y tres años. Fátima ha pasado mucho hasta conseguir llegar a este punto y espera con cierta impaciencia a que la Justicia decida. Al Ámbar ha informado a Menores de su compromiso por ayudar a la madre a que mantenga al niño y proporcionarle una vivienda digna durante seis meses hasta que ella logre establecerse. Ahora Fátima vive en una casa de acogida y trabaja de limpiadora varias horas a la semana. Conscientes de que el niño es la víctima peor parada, Al Ámbar recuerda que la madre también ha sido una víctima y que es muy fácil hacer con mujeres en esta situación lo que se ha hecho.
Se juzga la usurpación de estado civil del niño al inscribirlo como hijo y no serlo
El caso se encuentra aún en proceso de instrucción. No hay fecha de un juicio en el que se valorará si ha existido usurpación de estado civil. Esto es, inscribir como hijo a un niño que no es hijo de esa persona. La pena que podría recaer en los jefes de Fátima sería de entre seis meses y tres años de prisión. La justicia investiga unos hechos que podrían ser similares a casos anteriores aunque en los otros quedó probada la intención de venta de la madre biológica.
En 2011 un pareja de Málaga compró un bebé por 3.000 euros y la madre se arrepintió
Fue en 2011 cuando la Fiscalía declaró culpable a una pareja de Málaga por un delito similar aunque en este caso quedó probada la implicación de la madre en vender a su bebé por 3.000 euros. Luego se arrepintió. Ella también fue declarada culpable. Había concertado con la pareja venir a Ceuta para tener al bebé del que estaba embarazada y una vez que tuviera el niño decir que el hombre era el padre. Se quedó viviendo en Ceuta hasta que dio a luz pero tras tener al bebé se arrepintió de los planes y denunció los hechos para recuperar al niño. Todos fueron penados con prisión de seis meses a un año. Excepto la madre que con el atenuante del reconocimiento de los hechos y la colaboración con la justicia, fue condenada a un mes y 15 días. A finales del año pasado El Faro de Ceuta informaba sobre la detención de otro hombre que intentaba quedarse con un bebé fingiendo que era su padre. Las Fuerzas de Seguridad seguían la pista desde hace tiempo a las redes que buscan negociar con bebés de madres marroquíes en las que existen pisos patera donde se quedan hasta el momento del parto y se puso de manifiesto que en Ceuta y Melilla sucedían este tipo de casos ante la falta de medios de las madres y el complejo proceso de adopciones en España. Menores y Fiscalía batallan para evitarlos. La coordinación policial, sanitaria, social y judicial es clave para poner fin a este tipo de situaciones en las que como siempre, la vulnerabilidad de los más indefensos queda evidenciada.