Opinión

Verónica no puede quedarse

Verónica Forqué nos dejó esta semana. No se despidió, no hizo ninguna llamada ni dejó mensaje alguno. Se fue, abrió la última puerta para mezclarse con la nada.

No pudo ser fuerte con la tristeza y con el desamor que le seguirían como una sombra durante tantos años. Verónica, a su manera, avisó sobre lo que le estaba pasando habitando en un vacío existencial en el que se sentía atrapada como en una tela de araña. En esa euforia pasajera se escondía una barrera infranqueable de dolor, de angustia, de tinieblas espesas que te nublan cualquier proyecto por el que apostar.

El suicidio de Verónica debe hacer reflexionar a la sociedad que no podemos silenciar el problema de la depresión, que la salud mental es una apuesta por la calidad de vida; el sistema de sanidad público no debe hacer oídos sordos sobre lo que está sucediendo y tiene la obligación de poner los medios necesarios para que los enfermos no se sientan abandonados a su suerte.

Tal vez, nos haga falta mucha pedagogía sobre la salud mental y la cantidad de enfermedades que ella conlleva: ansiedad, anorexia, bulimia, esquizofrenia, trastorno bipolar y una larga lista de dolencias a las que no hacemos frente por miedo a reconocer nuestra debilidad, nuestra limitación ante las emociones y la frágil inteligencia emocional que puede causar situaciones vitales que no podamos soportar. Preferimos lanzar el velo de la ignorancia y no ponerle nombre para no identificarnos con ninguna de ellas.

Nos declaramos sanos, valientes, fuertes, invulnerables; tal vez porque no reflexionamos sobre la carga vitral que llevamos en nuestra mochila, tal vez porque no ahondamos en nosotros mismos para sobrevivir en terrenos minados.

Yo he sufrido todo eso y pude escapar de una cárcel cuyos barrotes no son físicos: están, son, nos impiden el paso, nos marcan una línea roja, pero salvo uno mismo, nadie los percibe.

El concepto de enfermedad mental está escondido en un entramado social para no culpar a esa misma sociedad de generarlo. Así pasamos página y solapamos a la inmensa cantidad de náufragos aislados y sin esperanza de rescate.

Todos debemos cambiar el paradigma: no callarse, estar, manifestarse, hablar de lo que vivimos.

Verónica nos deja su vitalidad, su ironía. Supo interpretar papeles y trabajar con directores que la hicieron cercana a los espectadores. La sentíamos como alguien con la que poder charlar con la sensación de poder encontrarla en cada esquina.

Es posible que pasara gran parte de su vida escribiendo su historia que nadie podría interpretar. conocimos a esa actriz, no sabíamos del secreto de cada gesto, cada mirada, cada entonación que le daba a sus personajes.

Hasta siempre verónica. Decir hasta siempre es decir hasta mañana, porque hoy, mañana y todas las mañanas que nos queden seguiremos en esta batalla en el no cabe la derrota.

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