En esta acción política movida siempre entre cloacas, quienes están para resolver los problemas ciudadanos olvidan lo realmente importante. Que en pleno 2024, haya unos vecinos de Villajovita que ni siquiera pueden salir de casa por las barreras arquitectónicas supone la más clara lectura del fracaso de la clase política. Tanto de un gobierno incapaz de gestionar adecuadamente como de una oposición que parecer estar más atenta al compadreo que al ciudadano a quien después pide el voto.
Si hoy estuviéramos en campaña, todos los partidos se darían tortas por ir a Villajovita y entrevistarse con los vecinos de la calle Ramón de Campoamor.
Lo harían buscando el impacto del voto, sacándose fotos con los residentes que no pueden siquiera salir de sus viviendas, atrapados en una ratonera sin solución.
Conocer la historia de Mustafa, vecino con discapacidad psíquica y física, cuyo traslado en silla de ruedas es una auténtica odisea, verifica que algo estamos haciendo mal. Tan mal, que historias como la suya quedan perdidas si no se les da publicidad.
Aun dándosela, parece no tener la importancia debida para una clase política que tiene la obligación de deberse al vecino, no a otros intereses que parecen ser los únicos que preocupan a los que mandan y a los que incumplen su deber de hacer una oposición adecuada.
Hemos fracasado como ciudad si permitimos que estos casos sucedan. Y vaya si suceden, ocurre con los protagonistas del reportaje que hoy se publica en El Faro, pero se repite en muchos otros barrios en donde no se pide más que una barandilla, habilitar un acceso o mejorar las infraestructuras básicas.
¿Ustedes ven normal que en 2024 haya unos ceutíes que piden una misera baranda donde apoyarse porque si no tienen que agarrarse a las rejas de las ventanas para no caerse?, ¿no es tan vergonzoso y humillante como para que los gestores se muevan y quienes fiscalizan lo reclamen?
A mí no me hace falta una Ceuta “verde, azul e inteligente”, no me hace falta si somos incapaces de dar lo más básico al ciudadano y si además nos acostumbramos a mirar hacia otro lado cuando esas personas reclaman unos recursos tan mínimos que debería darnos vergüenza siquiera leerlos.