Opinión

Venezuela, el clamor de una nación que anhela de sus Fuerzas Armadas la libertad

Hoy por hoy, ya no resulta incoherente objetar la situación insostenible que vive Venezuela, en paralelo con la crisis de refugiados de Siria.

Así, la hiperinflación ha adquirido un récord histórico de dimensiones monumentales. Del mismo modo, la economía se ha empequeñecido casi a la mitad en tan sólo cinco años y, por si fuera poco, padece la mayor tasa de inflación anual que en ningún otro tiempo se haya reconocido en América Latina.

En esta tesitura, cada vez son más las personas que escapan desesperadamente del país, probablemente, este éxodo sea calificado como el mayor desplazamiento obligado ninguna vez comparado en el hemisferio occidental.

Las similitudes con la crisis de refugiados en Siria, ya no pueden quedar lejos, la peor calamidad provocada por el hombre desde la Segunda Guerra Mundial, con cerca de seis millones de refugiados en una urbe de veinte millones de personas antes del conflicto.

Sin embargo, en términos de dimensión y cantidades brutas, ya no parece atrevido poner sobre la balanza esta cruda realidad.

Por otro lado, se multiplica la carencia de medicamentos y de alimentos básicos, la desnutrición va en incremento y han retornado afecciones como el sarampión que, en ocasiones anteriores pudieron ser reducidas.

Resulta obvio, que en este escenario de gran inestabilidad se hayan recrudecido las protestas callejeras, porque, en el fondo de la cuestión, Venezuela es un estado fallido que tiene como centro neurálgico el tráfico de drogas.

La profunda crisis política que tilda a este país ha originado que una parte del marco internacional, como España, Francia, Reino Unido, Alemania y otros estados miembros de la Unión Europea (UE), finalmente, hayan reconocido a Juan Guaidó como el presidente encargado del pueblo sudamericano.

Con anterioridad a estos estados ya lo habían hecho EE.UU., Australia, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Paraguay, Chile, Argentina y Uruguay. Aunque, igualmente habría que matizar, que la UE se postuló ante la realización de elecciones presidenciales, pero, algunos de los estados miembros han formulado sus propias preferencias.

De esta forma, continúa aumentando la relación de países que admiten al actual líder de la Asamblea Nacional, inmediatamente después que se juramentara el pasado día 23 de enero como presidente interino de Venezuela.

Mientras tanto, en la otra cara de la moneda, Nicolás Maduro quién aceptó su segundo mandato presidencial el 10 de enero, tras vencer en unas elecciones que la oposición no contempla como legítimas, descalifica esta autoproclamación como un intento de golpe de Estado, contando con el apoyo incondicional de Rusia, China, Bielorrusia, Irán, Siria, Turquía, Cuba, Nicaragua, Bolivia, etc.

Tras esta breve radiografía que evidencia la gravedad de los acontecimientos que se suceden, no puede quedar al margen la operación conjunta impulsada por Estados Unidos y Colombia, con el propósito de introducir ayuda humanitaria en este territorio.

El resultado no ha podido ser otro que cuatro muertos, al menos, esto son los datos contrastados hasta el momento.

Además, de violentos tumultos, decenas de heridos y más de sesenta deserciones de militares en las cercanías de los puentes de Tienditas y Simón Bolívar, principal acceso fronterizo entre Venezuela y Colombia.

Por lo tanto, esta tentativa de asistencia humanitaria que se antoja de esencial en instantes cruciales para la sobrevivencia de miles de personas, se ha encontrado con la coraza de la sinrazón, porque se ha imposibilitado la admisión de medicinas y alimentos de primerísima necesidad.

Y, es que, Maduro define este auxilio como una injerencia de EE.UU.

Pero, no lejos de esta realidad, el pueblo venezolano aclama, pero, también, espera deseoso, el paso determinante del ejército que le otorgue alcanzar el pórtico de la democracia, o lo que es lo mismo, vivir en libertad, igualdad, justicia, respecto, tolerancia, pluralismo y participación, pero, no por el contrario, dejándose empujar por la ideologización extrema impulsada por el partido del Gobierno y proseguir coartando a la ciudadanía, con la aniquilación y desintegración de los valores democráticos.

Claro está, que las Fuerzas Armadas venezolanas están siendo cruciales para que Nicolás Maduro actualmente continúe en la presidencia.

El llamamiento a que los militares den un paso al frente rompiendo con el silencio y se pongan de espaldas a esta opresión, hace necesario interpelarse, ¿cuál debería ser el papel de los miembros de las Fuerzas Armadas venezolanas, cuando las instituciones democráticas se hallan bajo la sombra de una situación dramática y de extrema gravedad por el deterioro del respeto a sus derechos?

Lo que actualmente ocurre en Venezuela, se desprende de episodios que llevan la más mortífera y feroz represión ideológica.

Estas acciones que no tienen calificativo, están derivadas de la obediencia debida, en ocasiones, desempeñando un papel crucial en la mayoría de las violaciones de los derechos humanos que se siguen cometiendo.

Debería de prevalecer la limitación imperativa, siempre y en todo tiempo amparada por las normas constitucionales y legales, los tratados internacionales vigentes y los principios generales de derechos adoptados por la comunidad internacional que reconocen y protegen los derechos humanos, y, por ende, por el proceder en todas las circunstancias, de acuerdo con una conciencia recta e irreprochable de las Fuerzas Armadas venezolanas.

Sin embargo, a día de hoy, el ejército de Venezuela atropella la limitación imperativa más preciada y de más alto rango que, no cabe duda, estarían comprometidos a respetar y hacer guardar.

Pero, muy al contrario, se constata que se atienen a la limitación imperativa, aquella que tiene su trayectoria en la obediencia total incluso fuera de la ley, predominando la obediencia ciega a todas las órdenes que se transmiten, incluidas aquellas más abominables y de carácter depravado mediante planes y consignas preestablecidas desde las estructuras del poder.

Todo ello, al amparo de esta obediencia debida y su nefasta eximente, que tienen como fin la inexistencia de la libertad, emplazando a los valores de la democracia en la línea que separa la libertad y el derecho, con la consiguiente negación que se convierte en un itinerario impreciso y casi incomprensible.

Lo que, evidentemente se observa en este país a los ojos de todos, es un régimen totalmente totalitario, alineado en un sendero demasiado turbio. La sospecha beligerante como razón de Estado, representa una técnica eficaz que ambiciona la adulación democrática.

Bajo el pretexto del miedo más escénico como el que irrumpe en Venezuela, se amputan las libertades y se ponen en entre dicho las garantías jurídicas y los derechos humanos. La intimidación enclaustra cualquier tipo de diálogo con el resto de personas, valiéndose del engendro de violencias que argumentan la explotación más clasista.

En definitiva, se debilitan los ideales de una democracia legitimada, poniendo en riesgo la paz social mediante la impugnación del derecho, el quebrantamiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la apología del poder con el uso de la fuerza o el alegato improcedente de la razón de Estado o el instinto de permanecer en el poder, cueste lo que cueste.

Consecuentemente, el pueblo venezolano no puede continuar bajo la secuela del autoritarismo, que representa someterlo al estado de objeto y negarle el don más precioso como la dignidad de las personas.

Esta sociedad ha sido la que verdaderamente ha predispuesto a sus Fuerzas Armadas el mandato constitucional de su defensa, pero, tal vez, espera impaciente que la actuación de su ejército se cumpla en un marco ético y que las iniciativas que se lleven a término, se cristalicen en el respeto a los valores fundamentales, que, como comunidad respalda.

El proceder de cualquier ejército, es la suma del maniobrar de cada uno de los miembros que dependen de esa Institución, satisfaciendo el concepto único de identidad y de pertenencia a la organización.

Pero, a día de hoy, el pesar y la consternación se han alineado en los sentimientos propios que padece este pueblo, ante la respuesta que aún no llegado por parte del ejército. No cabiendo objetar, que cuando un militar ejerce en su máxima expresión, lo hace en nombre del Estado y no en su propio nombre. Porque, sus acciones irradian responsabilidad directa, tanto a nivel individual como colectivo y para el país que encarna.

La represión política emanada en la privación arbitraria de la libertad al margen del escrutinio de la ley, además, de la conculcación de los derechos humanos fundamentales, operan con grados de intensidad variables y con distintos niveles de selectividad en el pueblo venezolano.


Luego, para proteger la paz, la justicia, el orden y la libertad de un estado y el trato exquisito con el resto de naciones, se hace indispensable la efectividad de unas Fuerzas Armadas que respete concienzudamente el fuero interno de la sociedad a la que sirve y el Derecho Internacional de los pueblos.

La democracia es mucho más que propiamente un texto constitucional o unas prescripciones, porque, estas se constituyen en el molde que razona el régimen de la libertad, pero, por sí mismas no avalan la articulación democrática de la vida política y social. De ahí, que en nuestros días se valoren más los modos, conductas o automatismos, que, a fin de cuentas, configuran la convivencia en libertad.

La democracia no es una definición por sí misma, sino, más bien, una vivencia respetada y compartida por quiénes así lo han decidido con su voto, por eso vivir la democracia es mucho más difícil que definirla.

Incluso, es más sencillo establecer la fisonomía jurídico-política de las instituciones democráticas, que después, introducir a la base de la sociedad los requerimientos que en las actitudes se asignan para respetar con regularidad el ejercicio de las libertades y derechos que los textos solemnes contemplan.

De ahí la magnitud de la pedagogía democrática, porque, la democracia debe practicarse desde la ejemplaridad y ésta es una tarea que atañe a cualesquiera de los ciudadanos de pleno derecho, pero, de forma especial, a todos cuantos ocupan o desempeñan competencias políticas.

A través de este modo de vivir en plenitud la democracia y, precisamente, así ha sido como lo ha sabido interpretar el pueblo venezolano tras muchísimo tiempo de opresión, el fortalecimiento de lo público es capital para una vida democrática real y manifiesta por y para sus ciudadanos.

Y el Estado es un instrumento para autenticar que esa evolución de lo público, sea bien ejecutada con los valores y necesidades. Pero, desechar los efectos ejemplarizantes del ejercicio político, está en la base de la inanición social de los grandes principios democráticos.

Por eso, ante la destrucción del Estado de Derecho, Venezuela necesita con premura de esta pedagogía democrática, que, mismamente le interpela a sus Fuerzas Armadas, porque, sin ellas, se puede quebrantar con demasiada facilidad la divisoria que marca el derecho y su total negación.

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