Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España”.
Estas frases se le atribuyen a Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca en agosto de 1936 frente a los que querían imponer un pensamiento uniforme, y un nuevo status político, amparándose en el poder que las armas le brindaban. Aquello casi le cuesta la vida al Rector de la Universidad.
Afortunadamente el escenario político actual no es todavía el mismo. En nuestros días, no sé si por mucho tiempo, se puede disentir contra la autoridad política y hacerlo públicamente.
Sin embargo, aquella frase vuelve a recuperar sentido en nuestros tiempos. Ojalá erre en mi pronóstico, pero parece bastante probable que Pedro Sánchez será investido Presidente en las próximas semanas. Lo hará porque tendrá la “fuerza bruta” que reportarán los 178 diputados que suman los sucesores de Batasuna, los disciplinados parlamentarios del fugado Puigdemont, los independentistas republicanos catalanes y gallegos, los nacionalistas vascos (versión 2.0), la amalgama de partidos de ultraizquierda, aglutinados en Sumar, y los 121 diputados del Partido que encabeza Pedro Sánchez y al que me cuesta seguir denominando Partido Socialista Obrero Español.
Son éstos últimos los que realmente generan desazón. De los otros ya conocíamos sus planteamientos políticos, pero me gustaría saber si uno sólo, de los más de siete millones de votantes del partido de Pedro Sánchez, era consciente de que votándole estaría facultándole para plantearse la amnistía de los responsables de la mayor crisis institucional de España de los últimos cuarenta años, sólo y exclusivamente, para mantenerse un rato más en la Moncloa. Estoy convencido de que, salvo el propio Pedro Sánchez y algunos de sus colaboradores más cercanos, pocos podían imaginarse que quien se comprometía a traer a Puigdemont frente a los Tribunales españoles, quien 48 horas antes de votar negaba la capacidad de interlocución a un prófugo y quien negaba la viabilidad legal de una amnistía penal en nuestro ordenamiento jurídico, sea capaz de transformarse, una vez más, como un camaleón, y decirnos hoy que está en contra de que el conflicto político catalán se judicializase. Sin duda, parece estar preparando el terreno para un nuevo ejercicio de “transfuguismo ideológico” y permitir cualquier acuerdo con los independentistas a cambio de continuar en la Presidencia del Gobierno. Los camaleones, por cierto, viven la mayor parte de sus vidas en solitario, y son bastante agresivos contra otros miembros de su misma especie. Que le pregunten a Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo Terreros y otros históricos militantes socialistas.
Como decía Unamuno, en esta lucha os falta razón y derecho. Y me permito, con toda humildad, añadir que en el fondo y en las formas. En el fondo, porque no se puede estar de acuerdo en romper la unidad territorial de España que es el fin último de la mayoría de partidos que apoyarían la investidura de Sánchez. Como dice Juan Vivas, cuando se refiere a la españolidad de Ceuta: se trata de una realidad basada en el Derecho, la Historia y el sentimiento mayoritario de la ciudadanía.
En la forma, porque no se puede retorcer y usar las Instituciones para cumplir tus objetivos políticos personales sin límite. Sí, hay un límite para las mayorías parlamentarias, por muy legítimas que pudieran ser: el orden constitucional. Y nuestra Constitución, consensuada por una amplísima mayoría de la sociedad española, incluye principios consagrados en las democracias europeas como el de la separación de poderes que pretenden evitar precisamente lo que está pasando: el abuso de poder. Da la sensación de que vamos camino de que se confunda la legítima capacidad legislativa del Parlamento con la impunidad penal para los que decida la mayoría. Si me hacen falta tus votos: te indulto; te apruebo una amnistía; quito un delito del Código Penal; o rebajo las penas del mismo. Si se eliminan los contrapesos a la tiranía de las mayorías, podemos ir directos al fin de la democracia. Hay ejemplos reconocibles en la historia contemporánea. La mayoría parlamentaria permitió, y permite, a muy reconocibles tiranos adaptar las normas hasta garantizarse el poder absoluto sin ningún control ajeno (ni judicial, ni parlamentario). Con estos principios me parece inútil, como diría Unamuno, pediros que penséis en España.
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