Conviene recordar en estos tiempos aciagos que hace veinticinco años se produjo la caída del muro de Berlín. Este hecho supuso el certificado de defunción de un sistema, el del comunismo o socialismo real, que llevaba tiempo agonizando ante un occidente liberal y hegemónico. El fin de la historia como lucha de ideologías según el politólogo Francis Fukuyama.
Pero más allá de elaboraciones teóricas, lo cierto es que el sistema económico, social y político que propugnaba el comunismo evidenció su fracaso en el simbólico derribo del muro que dividía a los dos Berlín, el occidental democrático y el oriental comunista. El muro fue levantado por las autoridades de la Alemania popular en el año 1961 como freno a la masiva fuga de ciudadanos que huían del paraíso comunista (tres millones de alemanes del este habían huido a través del Berlín occidental entre los años 1949 y 1961).
Tras el levantamiento del muro, cientos de personas fueron abatidas por los vopos (policía popular fronteriza) que tenían orden de disparar a quien intentase fugarse, a los que habría que añadir una treintena de personas que murieron víctimas de las minas.
La experiencia alemana fue la demostración empírica de que el modelo comunista no funcionaba y de que ni siquiera un pueblo como el germano podía conseguirlo. La misma nación, dividida en dos estados, uno democrático y apoyado por EEUU y el otro comunista y apoyado por la URSS, alcanzaron cuarenta años después de su división, resultados diametralmente opuestos. Y no solo en el desarrollo económico y en el bienestar de sus poblaciones, especialmente en el orden político. Mientras que la Alemania occidental se consolidó como democracia y cualquier opción política (salvo el nazismo) tenía la posibilidad de expresión y de gobierno (en Alemania occidental es, por ejemplo, donde adquieren relevancia opciones políticas minoritarias como los partidos ecologistas), en el estado oriental la disidencia era castigada y la opinión contraria borrada. La Alemania comunista se convirtió en una gran cárcel con un agente de la Stasi o un confidente por cada 60 habitantes. Un logro que empequeñecía las cifras alcanzadas por los regímenes totalitarios nacionalsocialista o estalinista. La Alemania comunista se acabó convirtiendo en un régimen político basado en la delación.
Algunas sociedades europeas parecen haber olvidado estos acontecimientos y en lugar de avanzar en la línea de la libertad basada en el contrapeso y la división de poderes, reclaman la vuelta de estos sistemas caducos, los de las elites como vanguardias y los del estado como agente regulador. Pero los regímenes comunistas fracasan, entre otras causas, porque ignoran la condición humana. En este sentido cabe recordar las palabras del biólogo E. O. Wilson, uno de los mayores expertos mundiales en hormigas: “El marxismo es una teoría magnifica pero aplicada a la especie equivocada”.