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Vanidad, vanidad, dulce vanidad...

El pasado 5 de abril, el juez Goldstone publicó un artículo en el Washington Post en el que ponía en duda un informe que él mismo había dictado y que se conoce como “el informe Goldstone”. Me parece gravísimo en sí mismo, y porque creo que refleja uno de los problemas más graves del mundo occidental, especialmente de España. El mismo problema que ha sufrido nuestro juez Garzón.
Richard Goldstone es un juez retirado del Tribunal Constitucional de Sudáfrica que fue designado por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU para investigar los supuestos crímenes cometidos por Israel durante la operación “Plomo fundido” que tuvo lugar en la franja de Gaza en 2008. Dicho informe fue muy desfavorable para Israel y su ejército. Pues bien: después de dos años viene Goldstone a decirnos en el Washington Post que si hubiera tenido entonces la información que tiene ahora su informe habría sido diferente, de lo cual se deduce que cuando dictó el informe no tenía la suficiente información.
Pero entonces cualquier persona medianamente sensata pensará, ..., ¿por qué lo dictó? Creo que al contestar esta pregunta estaremos detectando no sólo cual es el problema del juez Goldstone, sino por extensión el que afecta a los países occidentales. El problema no es otro que la más que preocupante y creciente tendencia de ciertos jueces a dictar resoluciones “mediáticas” o “políticas”.
¿Cuál es la razón para que actúen así? Creo que es la pura y simple vanidad (¿van viendo ya la relación con nuestro juez Garzón?). Algunos jueces tienen su corazoncito vanidoso y quieren tener relevancia social. El peligro es que este tipo de jueces tenderá a dictar sentencias “políticamente correctas”, que agraden a la sociedad, en lugar de dictar resoluciones justas que al ser potencialmente más desagradables para la sociedad y para los políticos, serán menos aceptadas, lo que por extensión provocará que el juez que las dictó tampoco sea aceptado, todo lo cual es exactamente lo contrario de lo que busca un vanidoso. En resumen, este tipo de jueces termina haciendo justo lo contrario de lo que debería hacer: dictar sentencias que no son justas ¿Ven ahora con nitidez cual es el problema al que me refería?
Es evidente que este fenómeno es malo de por sí en cualquier sociedad. Pero creo sinceramente que es aún peor cuando esa sociedad ha adoptado el modelo político del Estado de Derecho. El Estado de Derecho puede definirse como aquél tipo de organización política en la que incluso los miembros del Poder Ejecutivo y del Legislativo están sujetos al Derecho. Esto garantiza en principio el que no haya abusos de poder. Pero para ello es necesario que el Poder Judicial juzgue a políticos y diputados. Como consecuencia, el Poder Judicial tiene que ser independiente de los otros dos, porque como todo el mundo sabe, nadie puede ser al mismo tiempo juez y parte. De este razonamiento surge como consecuencia inexcusable el Principio Constitucional de Separación de Poderes sin el que no puede dar el Estado de Derecho.
Por eso los jueces no pueden ser vanidosos. Los jueces no pueden buscar la aceptación social excesiva que es lo que en definitiva constituye el núcleo de la vanidad, porque si lo hacen, tenderán a dictar sentencias que sean “blandas” con los políticos y “agradables” para la mayoría de la sociedad. Ambos tipos de sentencia terminan creando espacios de impunidad para los políticos, con lo cual el control sobre estos decae con el consiguiente detrimento del Estado de Derecho.
La Vanidad no es un pecado capital. Sí lo es la Soberbia, que es prima hermana suya. Sin embargo creo que la Vanidad acumula los suficientes méritos como para tener su propia estrella en el Paseo de la Fama de los Pecados Capitales. Su capacidad pecaminosa radica en la dulzura de los efectos que provoca en la persona que la sufre. La Vanidad ofusca. Ofusca porque hace que nuestros actos no se dirijan a hacer bien las cosas, sino a la percepción de esa sensación de dulzura. A base de mentiras, claro. Para cualquier persona eso es malo, pero para un juez es un verdadero lujo. Es un lujo porque la vanidad hace que las resoluciones presenten como verdad la mentira, lo que es directamente la personificación de la injusticia: lo contrario de lo que debería buscar un juez.
Siento decirlo, pero en una democracia buena parte de la culpa recae sobre nosotros. Los jueces vanidosos dictan sentencias “políticamente correctas” porque saben que en una democracia la opinión del pueblo cuenta. Por lo tanto es esa sociedad la que en última instancia define cuales son las mentiras a través de las cuales puede satisfacerse la vanidad. En una democracia somos nosotros mismos los que tenemos dentro de nuestra cabeza esas mentiras. Pero cuidado, porque no nos salen gratis. Creo firmemente que una buena parte de la crisis se debe a que el Estado de Derecho ha fallado. Y ello a su vez porque los Jueces han buscado satisfacer esas mentiras del pueblo, y no la justicia. En realidad, somos todos nosotros quienes tenemos que rectificar, hacer un ejercicio de autorreflexión, comprender lo peligrosa que es la senda de la mentira por la que transitamos y cambiar el rumbo, aunque al hacerlo no seamos “políticamente correctos” e incurramos en desagradar a personas de nuestros entorno. Para ello tendremos que vencer nuestra tendencia a agradar a los demás. Claro, que ¡eso será si no nos lo impide nuestra propia vanidad!, ¿no?

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