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Uyuni, el inmenso salar de Bolivia

Aunque no lo parezca, nuestra situación en la tierra es insegura, vivimos sobre un puzzle de grandes placas, flotando en un manto fluido e incandescente, que están en constante movimiento, separándose, chocando o introduciéndose unas bajo las otras. Las fuerzas liberadas por estos desplazamientos son enormes e incontrolables y, a veces, ocasionan desastres con pérdidas de muchas vidas. En estas circunstancias nos sentimos impotentes e insignificantes ante los fenómenos naturales; pero por otro lado dan origen a maravillas como islas, volcanes y  cordilleras, incluso son capaces de elevar un fondo oceánico a varios kilómetros de altura.  Ejemplos de estos acontecimientos los hay en todos los continentes, en Sudamérica también.
Entre Perú, Bolivia, Argentina y Chile los Andes se ensanchan, formando las cordilleras oriental y occidental, Y entre ambas queda una planicie elevada, el Altiplano, donde se formó el  antiguo lago Ballivian, que fue menguando, convirtiéndose en el Titicaca y  el Minchin, este último por evaporación se transformó en otro más pequeño, el Tauka, de cuyos restos quedan varios sublagos: Uru-Uru, Poopo, Coipasa y  Uyuni.  Una cuenca cerrada, infiltraciones reducidas  y evaporación superior a las lluvias hizo que los lagos Coipasa y Uyuni se convirtieran en salares, todo ello a una altura superior a los 3.500 metros.
Bolivia es un país desconocido para los españoles, a pesar de su importancia entre los siglos XVI-XVIII por las riquezas que generó la plata extraída de Cerro Rico en Potosí, la ciudad más populosa del mundo en 1650. La minería ha sido fundamental en la economía boliviana, pero sus productos y otras riquezas  se exportaban  con dificultad: no había salida al mar tras la guerra del Pacífico, por este motivo a final del siglo XIX, el presidente Aniceto Arce Ruiz crea una línea de ferrocarril entre  Bolivia y el puerto chileno de Antofagasta. Uyuni, que significa “lugar de concentración”, se hace visible en el mapa en 1889. Fue un nudo ferroviario importante en este contexto comercial; sin embargo, en la segunda mitad del siglo pasado, esta vía cayó en desuso y las máquinas quedaron expuestas por la ciudad o abandonadas en una zona desértica en las afueras, un auténtico cementerio de trenes.   Tras la pérdida de su importancia ferroviaria, la ciudad, reaparece  gracias a su salar,  Bolivia lo explota con el turismo y por su riqueza en minerales.
Nosotros fuimos a Uyuni desde La Paz, la llamativa capital política, situada en un gran socavón del Altiplano,  varias horas de autobús nos llevó a Oruro,  allí cogimos el tren, pasamos a orilla del lago Poopo,  abarrotado de aves acuáticas, los flamencos asustados cogieron vuelo pataleando sobre la superficie, alejándose en bandadas de llamativos colores rojo y blanco.  El resto del viaje fue por  un paisaje plano y árido, lleno de paja brava, alguna montaña suave y, de vez en cuando, unas casitas hechas de adobes con animales alrededor, vacas, burros y llamas, el sol fue cegador hasta su desaparición en el horizonte.
Llegamos a Uyuni  de noche con un frío que pelaba... en pleno mes de agosto. La ciudad es muy modesta con calles arenosas, casas bajas y mala iluminación. En la zona más céntrica hay evocación a su pasado con monumentos a los mineros y alguna que otra máquina de tren.  Al día siguiente, en un todoterreno con un guía local,  fuimos al cementerio de trenes,  allí la chatarra abandonada se deteriora bajo los rayos del sol, la arena y las pintadas, dicen que por aquí, en 2014, pasará el Dakar. Luego tomamos rumbo N, pasamos cerca del aeropuerto Joya Andina, muy cerca un macho de vicuña pastaba con su harén y las crías, son elegantes, ariscas y huidizas, su lana está a precios astronómicos. A unos 20 kilómetros está  Colchani, un pequeño pueblo de casas construidas con ladrillos de sal, donde este producto se procesa y envasa una vez enriquecido con yodo. A partir de este punto entramos por el SO en una inmensa llanura blanca cristalina que se pierde en el horizonte, casi de inmediato un grupo de obreros, bien protegidos del sol, sacaban con picos y palas la sal, apiñándola en montículos, que luego cargaban en camiones. Este gran desierto salino, el más grande del mundo, de unos 10.582 Km2 y una profundidad media de 120 m, está formado por 11 capas, la más externa es una costra que mide de 0,5 a 6 m. En la época más seca la corteza es dura y se puede recorrer con vehículos preparados,  de vez cuando otros todoterrenos pasaban a lo lejos, siguiendo rutas marcadas por otras ruedas, a medida que se alejaban perdían definición y parecían flotar por efecto espejismo. Entramos en una zona donde el crujido de la sal bajo las ruedas era más intenso, la superficie cambió a llamativas imágenes poligonales, que se pierden en el infinito. La desecación origina, en estos tramos, redes de fisuras, delimitando prismas de sal que en su cara externa tienen forma de hexágonos o pentágonos, el agua saturada de sal del interior sube por capilaridad alrededor de las paredes laterales, creando los rodetes que resaltan la figura geométrica de la superficie.
Siguiendo la ruta hacia el N dimos con un antiguo hotel, ahora abandonado, construido con bloques de sal, al lado, sobre un círculo del mismo material, ondean banderas de muchos países, una nota turística y humana.   
En algunos puntos la superficie tiene un color amarillo pardo, por allí sale agua burbujeante,  se llaman Ojos del Agua, en estas zonas se ha encontrado una bacteria, bacillus megaterium, capaz de sintetizar un polihidroxi butirato de interés para la industria. Estos ojos se forman por corrientes que rompen la costra, son peligrosas para los coches,  ya han ocurrido algunos accidentes mortales. Nosotros notamos que el agua  brotaba a una temperatura superior a la del aire ambiente.  
Casi en medio del salar notamos un extraño ruido en la parte trasera del coche, una rueda se había roto. Esteban, nuestro guía, solucionó rápidamente la situación, pero allí solos, rodeados de un blanco cegador, la línea del horizonte como única referencia y la cúpula del cielo azul, la sensación de infinito es impresionante, se siente uno insignificante ante la inmensidad del paisaje. Rompiendo la llanura  hay 77 montículos de roca, muy dispersos entre sí, de lejos son oscuros, de contornos poco claros, parecen flotar sobre la sal, el  más conocido se llama Isla del Pescado, tiene 1,77 Km2 y está cubierto  de cactus alargados que le dan un aspecto insólito, algunos alcanzan los 12 metros de altura,  pertenecen a la especie echinopsis atacamensis uyuni. La parte más alta está a 3.822 metros sobre el nivel del mar, subir entre las rocas cansa, no en vano nuestra saturación de oxigeno apenas  llegaba al 87 por ciento. Una vez recobrado el resuello, nos ganamos el privilegio de disfrutar de una grandiosa panorámica.  En estos montículos vive un roedor parecido a un conejo, se llama vizcacha.
Más al norte, en una franja de tierra que separa el salar de Uyuni  del  salar Coipasa, se encuentra  el volcán inactivo Tunupa, el acercamiento con el todoterreno a 100 Km/h por aquel mar blanco, hacia aquella mole con su falda mezcla de ocres y amarillos, sobre el fondo azul, fue llamativo y de gran belleza, las distancias  no se valoran bien, parece muchos más cerca de lo que está en la realidad. Poco a poco el pueblo de Chantani se hizo visible, con sus corrales de llamas en las afueras y un pequeño museo de aperos, cerámicas  y piedras naturales  con aspecto de animales. En Tahua dormimos sobre una cama de sal, viendo, a través de la ventana, el Volcán Tunupa, hasta que la oscuridad nos lo ocultó.
Al día siguiente atravesamos el salar de N a S, hicimos una parada por la otra cara de la Isla del Pescado y luego nos dirigimos a Aguaquiza, donde está la gruta Galaxia, cuyo interior está formado por una piedra de aspecto esponjoso que, al parecer, se formó hace 225 millones de años, cuando todo esto ero un lago y se puso en contacto la lava del Tunupa con el agua. En el salar de Uyuni se estima que hay unas 60.000 millones de tonelada de sal, además de una importante cantidad de boro, magnesio y potasio, pero su gran riqueza es el litio, cuya estimación está entre 5,5 a 140 millones de toneladas. El valor de este elemento está en alza dada la importancia que tiene en el campo de la energía y en otras actividades industriales.  El salar de Atacama en Chile es el mayor productor de carbonato de litio del mundo, junto al salar de Hombre Muerto en Argentina y el de Uyuni forma el llamado “triangulo del litio”, donde se concentra el 90% de las reservas del planeta.
La extracción del carbonato de litio de Uyuni es más dificultosa al tener menos concentración, mayor proporción de magnesio y una climatología con más lluvia. El gobierno boliviano aún no tiene claro si esta industria la montará con recursos propios o en colaboración con otros países, lo que sí es deseable es que Bolivia saque de esta riqueza el mayor beneficio propio, sin destrozar la maravilla natural que es, hoy en día, el salar de Uyuni.

Juan Antonio Bravo y Gonzala Gómez, con el todoterreno en pleno salar.

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